Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

sábado, 1 de diciembre de 2012

Ahora, hacia Atrás



Cómo hacer que no me comprendas. Cómo lograr que no puedas ni leerme.
Aspiro a eso, hoy y en estos instantes más que nunca.
Asaltas una y otra vez el castillo de mis sentimientos. Soy débil, soy cobarde. Las almenas se colapsan, tu me invades y descubres mis planes torpes, pergeñados junto a las velas de mi reclusión. Salgo al exterior, me enfrento a ti y a veces sobrevivo a tu amor. Pero sólo ocurre algunas veces.
Porque más tarde o más temprano, no tengo más remedio que caer capturado. Es el daño esperado, es el resultado de mis equilibrios sobre esa navaja que me tiendes para que camine hasta ti.

Ahora ya siento cómo mis deseos comienzan a ser oídos. Después de todo, tal vez no esté tan solo.
Ya siento ahora cómo los procesos que hicieron nacer tantas y tantas palabras al viento empiezan a revertirse.
Siento el aire regresar a mi hogar, descender mi tráquea, dejarse acoger nuevamente por mis pulmones soñadores y tontos, que se hinchan en el reencuentro, sin evitar dejar escapar algunas lágrimas decepcionadas.
Finalmente, mi cerebro avista a sus hijas pródigas, y se interesa por su suerte cuando pisan el puerto que las vio partir.
No, cerebro mío. No hubo suerte. No le llegaron al alma, tampoco las otras que creaste, ni las anteriores tampoco. ¿Qué fue de ellas? Quién puede saberlo.
Tal vez una mujer las capturó al vuelo. Una testigo casual, ya sabes, alguien que se enamoró de ellas y las dejó quedarse a vivir en su pecho. Ya sabes, alguien que, básicamente, no conocí.

Desde el momento en que las ilusiones nacidas en mi espíritu rivalizaron con los átomos de la existencia, se sintieron invasores, se supieron unos impostores que debían pedir permiso.
Esa fue mi jugada de riesgo, pero tuve que hacerla.
Por eso, alma interrogadora y escéptica, no cuestiones más mis razones. Sólo cómete estas palabras, estos reflejos que ya ni podrán serlo.
Regresa, regresa. Rehaz todo una y otra vez, pídele a nuestro espíritu que no sienta, que no sufra, que, en fin, que no vuelva a impulsarme por unos pasos y unos sueños como aquellos.

Y me haces caso. La vida se aleja muy muy poco a poco. Ahora con más velocidad.
Todos niegan lo que ayer me asentían, y así, en cierto modo, pueden ser sinceros mientras todo retrocede en el mundo exterior y sensible.
Las estaciones involucionan conmigo, los copos de nieve y la lluvia ascienden con gran belleza hacia las cumbres.
Mi piel recobra tersura, me molesta ahora el flequillo en la frente, en esta brisa rauda de otro verano que viaja hacia la primavera.

Soy un niño. Soy menos que eso. Mi alma me toca los hombros y me susurra al oído.
¿Tan poco queda? ¿Podré intentarlo de nuevo?
Lo sé.






jueves, 29 de noviembre de 2012

Vacíos



El sutil calor envolvía todo, de una forma tan..tan reconfortante, tan esencial. De vuelta a una época y tiempo primigenios. Así es como me sentía, dejando mis espalda contra ese viento de la tarde en aquel mar de olas desiertas, que me acariciaba con benevolencia y sin su esfuerzo, con esa falta de definición tan característica de las mejores cosas de la existencia.

La cruel memoria tiró de mi ropa, y me llevó de vuelta a un lugar de lejos. De cosas por las que pasé, creyendo que andaba por unos suelos que eran de cristal.
Allí y a tientas recé por poder huir a pesar del ruido, de la indignación de los sonidos de la brutalidad. Aún puedo sentirme como se sentían mis hombros contra aquellas esquinas ciegas, extrañas.
Yo tan sólo buscaba salvar un poco de decencia de mí misma, en algún lugar que les quedara inaccesible. Sí, recuerdo que mis pensamientos hicieron ese esfuerzo que se exigen a veces a sí mismos. Intenté estar con esa música vuestra que hechizasteis como única. Pero alguien allí no dejó entrar todas esas cosas.

Me han dicho que el mundo no es lo que era. Les creo, y no me atrevo a volver la espalda. Porque no quiero mirar el horrible vacío de lo que no es.
Mis estrellas celestes, enemigas de toda mi vida, me siguen con su mirada indiferente. No van a arriesgar nada por mí, ni por cuantos me persiguieron, ni por cuantos me amaron. Se limitan a ver como toda idea del mundo queda exterminada tras las olas que abandono allí atrás, en algo que no puede ni formar letras ni decirse ya.

Voy hacia alguna parte donde no me conozcan. Donde no lleve la mala suerte, y la vida inventada no se me desvanezca ante mis ojos. Confío en que el cielo y sus tristes astros seguirán siendo unos cómplices tan miserables e inválidos como siempre fueron.
La tierra se abre al fin, siempre se despliega como la última víctima . Los colores de las oportunidades reverberan ahora, veo niños caoba acercándose a la arena virgen.
Apenas han salido de los inocentes sueños del mediodía. No tengo por qué sentirme culpable más. Pero yo soy así. Vuelvo a las noches antiguas, me traigo todo aquello aquí y ahora, y mis manos les dejarán también un poco de la sangre de todos nosotros.

Sonrío y los labios me duelen amplia y desusadamente. Es como aquellas veces siendo niños, es tal vez como cuando estos de aquí que confiadamente juegan, dejarán de serlo.
Con supersticiosos ademanes, quiero hacer por que me vean, hago ruido, y ahora giran sus cabezas. No quiero descubrir a nadie más haciendo nada feo. 


viernes, 16 de noviembre de 2012

El Regreso



No me leas. Por favor, no me leas. Dejarnos llevar es todo cuanto nos solía quedar, en aquella vida secreta de antes. Yo aún pienso en todos esos días, en la lluvia que no dejaba de mojarte el pelo.
Te daba aquel baño de pureza melancólica que a mí podía redimirme, aunque fuera tan sólo en un relámpago que no era tiempo, pero que era sensual y tan, tan cierto..
A veces me pregunto qué me ha quedado para poder coger de esa vida de ahí detrás, ya que ni las losas del suelo querían quedarse cuando temían mis pasos de segunda, huidizos, livianos e insinceros.

He de pedirte que no despiertes. He de implorar a este cielo extranjero que no te traiga de vuelta, en la hora en que te traiciono. Este cielo huraño nos despide, recela dominando el mar de plomo. Duermes. La soledad nos mece, y el mar está tocando esa melodía que ha hecho historia en todos nosotros, los humanos desgraciados que escupen contra el viento.

Qué triste  que tu mundo ni sea capaz de mostrar detalles nimios, que reflejen que una vez hubo unos lugares llagados de pasado, extinguidos hoy.

Qué feliz perdición fue la mía, languidecer en un escenario donde se acumula el polvo y frente a ninguna audiencia, sabiendo que nada había cambiado, por más que ardieron mis ojos contemplándolo todo.
Es entonces que sólo tú eres la nota discorde y mutable, degradada. No puedes proseguir perteneciendo a este paisaje perpetuamente joven y que no te perdona. Toda esta gente nueva corre, se excita y se promete grandes cosas conforme entran al parque temático congelado que desea desterrarte.Tu función ha durado demasiado tiempo.

Los dos dormimos desde hace unos pocos años. Tú, despierta a veces, yo en mis engaños que no cesan. Radica la diferencia en sutiles prisas del alma, y en tormentos que acaban por despertarle a uno, y provocar que haga locuras como la que tú y yo hacemos, acunados por estas buenas olas de la despedida.
Volver a donde nacimos es regresar a donde nos esperan aviones sin cielos, campos desnudos y mohínos, aquellos ríos que se contentaban con llorar sin sus cauces de lágrimas.
Es esa la tierra que espera. La nuestra. La de la batalla perdida.

Me gustaría poder sonreír, ahora que no ves. Ultrajar un poquito más los recuerdos que definen esa carrera que ni me atreví a correr, esos mismos sedimentos que yacerán despojados sobre la arena ciega.
Me gustaría que la desgracia no me acompañara, invisible y delatadora, mi inseparable compañera del perenne destierro. Me gustaría que tú no fueras tú, y que, en fin, mi miseria no fuera tan flagrante y tú tan pura, tan merecedora de todos esos países de los que te alejo.

¿Qué podías esperar? La historia concedida y el minuto de gloria, el pavoroso fósforo, se precipitan a la inexistencia. No vamos a tener vuelta de hoja, segundas partes ni juicio justo. Te han querido así, y muda y somnolienta, te abanicas al unísono conmigo, ambos como un diminuto soplo de aire embotellado e imposible, para siempre.
Me hubiera gustado que la mente del creador me hiciera una mejor idea y hombre, y no ese injusto animal que descuartiza ese destino tuyo.

El horizonte ya pinta sobre el mar, con trazos oscuros, la línea de los restos de nuestro cuento. Perdóname, ¿lo harás?



jueves, 1 de noviembre de 2012

Veleidades desafortunadas



La distorsión se acrecienta. Te alejas, te acercas, y sin embargo, ni aun así te mantienes firme sobre mis líneas que tiemblan arriba, abajo, izquierda y derecha. Tus mirada no es lo que era, pero yo sé muy bien que, en honor a la verdad, nunca tuvo días de aciertos.

Es el último asidero que te queda esta noche, esa guía que te alentaba un poco antes en las calles de la angustiosa y ebria amargura.
¿Recuerdas esos zócalos de piedra, la luna desparramada sobre estos, la gritería bárbara de tus congéneres? ¿les recuerdas a todos y cada uno de ellos, a toda esa gente que parecía murmurar algo, tal vez de vez en cuando algo con sentido?
Bien, culparte no puedo. Dejaré que lo intentes, no obstante. Sé que tu caminar por ese cosmos opulento y narcótico no es sencillo, ya que ni abismo hay en la caída. Y eso tan sólo porque no me he molestado en darte ese respiro.

Esta noche, de la que no hallarás sedimentos mañana, es propiciatoria, me parece a mí. Llevo años meditando al respecto en mi dimensión sin horizontes. Lo pienso y mi sonrisa que no existe emerge, en forma de una poesía que no podrás entender. Es la tristeza que sienten unas palabras que son tan sólo percibidas como manchas negras y bidimensionales.
Siento al otro lado tus gafas jóvenes muy, muy cerca de mi desfile de letras, de mis pretensiones simbólicas; por eso me apetece sincerarme y confiar en un amigo, aunque si debo serte sincero -como excepción nocturna e irrepetible-, ninguno de vosotros lo seréis jamás.
Deja que te cuente cosas importantes, intrigantes. Estas son las cosas que no debes llevarte, son la sal de la tierra, son la sal que debe quemarse en tus ojos y no ser recordada. Porque no lo será, te lo garantizo.
No, no hablarás ni ofrecerás réplica, estoy seguro.Yo he cerrado tus labios.

Esta noche más que de usual, no te concedo don alguno. Sin cerebro propio ni tus otros viejos amigos que nacieron de aquellos polvorientos libros en los estantes de ahí atrás, poco te queda por contarme a mí o a ese mundo insano, que es el tuyo también sin más remedio.
Como dios de tus preocupadas inquietudes, me he propuesto mentirte mejor en lo sucesivo.
Sé que cuando sobrevenga la luminosidad que aniquila los sueños ficticios, estos pensamientos se habrán desvanecido. Por ese motivo y con mi cierta y conocida podredumbre de alma, me arrepiento frente a tu versión fantasma de ti mismo.
He querido suicidarme, negarme mi ser inefable. Si. Veces ha habido que quise abandonar todo, no rendirte estas razones póstumas. Saltar desde las páginas en blanco, darle la no-existencia al vacío y a la nada, llevarte más incomprensión e interrogantes, pobre joven perdido.
No muchos recursos me quedan en mis viejos bolsillos de literatura esquiva. Hoy día, te diré que mis metáforas no sirven, y se sientan, explotadas, entristecidas, y se dejan morir para no tener que obedecerme más.

Qué poder darte para que olvides, ¿qué ilusión ofrecerte como evanescencia?
Cuando mañana ya nada se te ocurra, no quiero que tu mente te vea como una causa perdida de tantas, a pesar de que es así.
Yo sólo te participo mi vergonzosa verdad propia de los dioses.
Fuiste la pradera y la llanura por donde el río pudo abrirse camino. Fuiste el cielo para que las estrellas pudieran brillar en él.
Fuiste ventosa paja para que pudiera mi espíritu arder.

domingo, 28 de octubre de 2012

Condena



En aquel último susurro tuyo, me perdí en la noche.
Atrás bien en los abismos nocturnos respiran las islas libres de tormentas; sí, esas en las que te perdiste, esas en las que no me encontraron jamás, aun ni cuando tus ausencias.

He de confesar lamentables certezas, tan acabadas como reconocerte en el crepúsculo y huirte.
He de llorar perderte, y asimismo saber que aniquiliste casi toda mi resistencia, junto a aquel mi orgullo querido, que refrenó mis rodillas y mis labios cuando querían adorarte, besarte largamente..
Así es todo, mientras me deslizo flotando como un deseo inarticulado, arrugado y vencido hasta la orilla. El mar y la travesía han sido tan breves, tan carentes de ese cuento que poder narrarte antes de que tú ya no seas tú, y seas esa otra.

Mas, no obstante, así me resumo en mi resistencia, cuando llega la hora de declarar, solemne y calmado, solemnemente y tan extinto, que tú y muchos otros casos precedentes de amor terreno, no me hicísteis cantar a lo extraño, a la delirante victoria de las nubes celestes y podridas. Estas humean, sí, pero caldeadas por antiguas costumbres que me horrorizan, que me persiguen para estatuizarme en sal nívea. Y no quiero mirarlas, no quiero que recordarte sea cuanto me lleve a mis sueños; no les culpo, les sé rebeldes, sé de su fidelidad que aún te reservan. Pobres sueños aniñados, jugando en los cielos coloreados de ámbar de un pobre más sin importancia.

Borracho de tus encuentros, me atolondraba yo y multiplicaba en pasos y más pasos de la gente sin sentido a la que represento, a la república de la inexistencia que mal gobierno. No cuento a nadie entre las filas, es todo espejo sin cristal, es un reflejo que ni tgan siquiera lo es.
Las resacas de los días que me han pisado tras tu marcha son las que te llevas, no hay más tesoros por aquí. Son las que ni miras, y retozan ciertamente empobrecidas por ahí mismo, suspirando y llorando polvo de olvido, lágrimas de barro mientras aún imploran, como tiernas criaturas irreales, que pueda existir algo como la lluvia que yo les fantaseaba.

Al fin y al cabo, no tengo más remedio que pensar como quien no soy yo, como quien nunca seré aunque me esfuerce. Mientras vuelvo la mirada atrás para condenarme y ser prisionero, aún creo que podrás mirarme y resumirme qué fue de mi vida en todo este tiempo de escapatoria, de pesadilla, de ausencia.
La vida se me escurre, se adormece ahí afuera. He vuelto a ti.
Mi pequeño reino de sal crea cristales eternos sobre mi mirada trémula, que muere en tu espalda, en tus cabellos interminables sobre tus lindas caderas.

viernes, 12 de octubre de 2012

Vivir sin más remedio



Escribo lo que me gustaría leer. Es así, ni más ni menos. Tan fácil. Que alguien me leyera, que alguien me diera la vida,
la vida y el aire.
No obstante ello, una precisión aún respira con tos, enmudece y se rehace. Una cosa más antes de que mis dedos se defenestren desde mi corazón, cuando este se ausente.
La verdad duele, la sencilla verdad desnuda que yace bajo tantos y tantos niveles de apariencia que uno logra emplazar ahí. Yo no puedo por menos que confesarme a mí mismo algo tangencial, dolorosamente manifiesto después de algunos años: a medida que revelas tu verdad, cuanto más puro es lo que arrojas sobre el blanco mar vacío, más te alejas de aquello que es sensato y conveniente para mantenerte, de alguna forma, en el delicado equilibrio cabal que aguarda, feroz, en el mundo este que nos ha quedado.

La miro un instante, ya no es así y a ella regreso al fin, cautamente desaforado y rendido. Sus ojos están en el cuadro, cuánta felicidad para tan poca e inerte lucha de día cualquiera.
La empleada de la maquinaria es robótica. Sonríe y no sé qué puede cabalmente estar pensando. Ansío aspirar a sospecharlo, pero el muro es demasiado poderoso como para pensar en derribarlo con tan sólo unas confiadas palabras amables que nunca volarán libres desde mis labios.

No puedo odiarla, no podré amarla tampoco a ella. No soy capaz de rebelarme y volar con fiereza justa, pues esta mañana descubrí que ni aquel aire de los cielos se presentará más para sustentar mis alas de tristeza. No podré atentar contra ella y su estupidez forzada de cadenas transparentes, puras y groseras a un tiempo.
Afuera el crepúsculo se me desmorona agotado. Tampoco crée en mí, no puedo yo culparle. Marchará lejos, y no sé a quién acudir ni a dónde irá con sus colores fantasmales y mis lágrimas de las tardes.

Tal vez a él también le imponen, tal vez ya ni le resten ilusioes que dejar brillar hacia el infinito. Es algo que no deseo pensar, es un destino a donde no quiero arribar esta noche que me vence. Ya tropiezo nuevamente, ya regresa aquel cielo impuesto por alguien más, que ya no nos deja ni la esperanza de una libertad llameante, limpia y salvaje.
Abro la ventana y mi propio cielo me falla de nuevo, me abandona sin melancolía al tiempo que me la regala una noche más. Sigue quejándose de no sé muy bien qué, alejándose del brazo del tiempo pasado. Me noto mi premura por hablar una vez tan sólo, por tener un único amor. Y es cuando me doy cuenta de que estoy verdaderamente perdido en lo que queda de este mundo que agoniza rebelde, públicamente y a la luz desvergonzada de mi mirada, que se lamenta deshauciada.

Me hago el propósito y enmienda de regresar. Mis pasos aún son capaces de ser como animales aturdidos, y no piensan, no dudan, me llevan de allí y de aquella mujer que no tenía sentidos.
Voy a creer esta noche que mañana habrá una máquina viva, que me entienda y me convenza. Le mentiré tal vez un poco al principio, le diré que quiero amar, la convenceré de que nunca creí que la soledad fuera mi culpa.
Y sí, el milagro ocurrirá sin más remedio. Esta maquina me hará caer rendido y culpable. Me abriré, me sonreirá y habré de cambiar la historia, quemar con alegría los miles de palabras de mi vida mentirosa y ensoñada.

sábado, 29 de septiembre de 2012

La última Estrella



La máquina no se conmovió. Las luces rojas e intermitentes mantienen la cadencia que no razona, encendiéndose y apagándose, pretendido reflejo mecánico en la superficie bajo la cual yace todavía un ser aún vivo, como si dijéramos.
Enterrado en la penumbra de la incertidumbre y abriendo sus ojos a lo invisible, alguien imploraba sin sonido a gentes inexistentes, en un lugar que no existía, bien en el fondo de un lugar que no puedes ver, mucho más abajo de todos estos armatostes pulidos, de la corteza terrrestre y del telón negro del universo pensativo y abandonado.
Desde su plúmbeo coma médico narcotizado y anacrónico, Ismael aguarda sin queja, tal y como siempre hizo cuando no tenía grandes excusas para temer y sin más remedio, dejarse vivir.
Ahora y en estos segundos de trance, osa moverse menor, reza a alguien lejano. Alguien reinando en algún cielo apartado y pleno de poder, un ser más allá de la idea del ser, y que no le dejará solo y perdido; tal y como está ahora que me lees.
Recostado grotescamente a expensas de los vivos, Ismael se sustenta aún por algo, una delicada cuerda de piano que no puede verse. No son sólo sus manos las que sangran, es una fuerza que alguien tan escaso e improbable como él ha hecho suya, un destello más de todos aquellos secretos que le llevaron hasta estas sábanas.

Ahora puedo distinguir esa última estrella blanca en el firmamento infinito y frío de su silencio. Sí.
Tiene nombre de mujer. ¿De veras, él? Sí. Hace muchos años, tantos como ya han pasado. ¿Son ya 16 años aquí? Y fueron las horas en que el día se recostaba en el éter del horizonte, esos instantes de fatiga dulce en que los hombres y el cielo quieren un poco dormitar aguardando a la noche amante.
Ciertas sorpresas atentan contra tu vida, lo hacen contra la estela de tu fama. Tal es el caso que queda por contar de Ismael y de las horas que le separaban del sueño. ¿Merece la pena?
Ella no fue sino la punta de las uñas en la historia de sus manos. Rareza que contradice al resto, misterio para susurros y para desconocidos a quienes este hombre que duerme para siempre no nos es conocido.
Ella le arrebató de su vida anterior, ella es culpable ante el tribunal de su destino. Unas pocas horas y ese milagro descansó con él al llegar la noche de un accidente, aquel tras vuestra despedida.
Os volvísteis a ver, es cierto. La distancia no es obstáculo, el amor es ciego, quiero abrir los ojos, quiero enterrar los refranes, quiero verte aun cuando me muero.

Ella supo ayer que tu vuelta es posible, tú se lo dijiste, Dios te lo confesó al oído.
Ella te contempla en el silencio de los reflejos del mundo. Todos ellos se soslayan y la hacen pensar, pero sabe cómo preguntarte, y hablar contigo en ese mundo tuyo invisible.
Ismael sabe que fue una tontería, arrebato y enamoramiento. Sabe que no entiende más de refranes, y no quiere oírtelos decir a ti. Sabe que no estás sola después de tantos años.

Ella es la única que ha quedado para venir a verte, y te implora que no vuelvas.
E Ismael asiente. Ve con él, llégate hasta ellos, y aprieta el botón del fin. Ya sabemos demasiado el uno del otro, después de tantos años.
E Ismael no despierta en el mañana.



martes, 18 de septiembre de 2012

Paseando descalzo por tus sueños



Quiero imaginarme ese país por donde paseas en tus sueños. Quiero que sea de noche, quiero no estar despierto. Verte sin mirarte, acoger tu aroma creado en algún lugar de mi destino, aspirar cuanto me alientas, sin que adviertas cuánto de mi vida encuentra refugio en ti.

Allí podré hacer realidad un viejo e inservible sueño de aquellos del cansancio, de esos que no podré confesarte y que me llevan tan, tan debajo de las mesas ordinarias, de la misma tierra creadora, hasta que me entierro bien en el fondo de la humanidad intermitente.
Es bien sencillo ese sueño mío,  es uno que no te presto, y que verás en mí dibujado sin dejar reposar tus ojos distraídos; tu linda mirada danzando perezosa, extranjera en mi reino secreto y súbitamente iletrado ante ti, encogido por no tener tu espalda y su piel, perdiéndose en mis ojos que te sueñan cuando se apagan.
Allí ya eres otra, sólo tu pelo de cascada y mis lágrimas, y tú ya no das la vuelta en esa esquina donde quedo yo.
Estás atareada, sí, vagando por esos nuevos días en los que me he defenestrado al fin.
Como estrellas ardientes anunciadoras, peinan sin hacer ruido los últimos suspiros de las noches de tu ausencia, del vacío de tus piernas suaves e inertes, de toda la esperanza de la tierra hecha una mujer en ti. Y duermes. Y ya eres extraña de mis sueños.

Aquellos días del sueño y del miedo, te afanas amarga, nerviosa, borrando las huellas de cuando una vez me amaste.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La Trampa




  
Era preciso desembarazarse de su vida y de su cuerpo, salir de dentro de aquel saldo en el que había despertado semanas atrás. De alguna tortuosa manera, ellos lo habían logrado. Debía burlar ese gran engaño, evadirse de aquella monstruosa estafa como fuera. 
La alevosía, la envidia y Dios sabe cuántas y retorcidas razones por añadidura se ocultaban tras esa nueva pesadilla recurrente a la que habían logrado arrastrarle.
Echando mano de todo cuanto él podía idear, había intentado engañar a aquel médico imaginario y sonriente, y al delirante equipo hospitalario al completo, pero los resultados no eran prometedores aún para su propio plan de contraataque y escapatoria.

Enmascaraba los síntomas como mejor sabía, pues siempre había alguien de su subconsciente que los hubiera sufrido. No obstante, los conspiradores del castillo, vigilantes y rápidos, habían terminado por descubrir también las nuevas maniobras desesperadas.
Nunca aceptó resignarse, y, jovial y sociable, se presentaba ante ellos en cada una de las consultas intentando mantenerse erguido, andar en línea recta, hablar con una coherencia que rayaba el delirio, desmentir una senectud que señoreaba bajo la piel destensada. Notaba sus miradas complacientes y emocionadas, sus ojos brillantes que se arrebolaban, compungidos, ante la idea de sentir compasión por él.
De prestado y entre la tela de su pijama anónimo de franela, el sudor entonces se extendía en los últimos y nerviosos segundos, indiferente a su huésped. Aquel sudor espantosamente frío y febril, funesto heraldo y recordatorio de un organismo defectuoso. 
Azorado, les daba la espalda cuando le irritaban, cuando le ofendían con sus palabras terminales y sucias de muerte.

Se daba cuenta de que el tiempo era escaso, antes de que no tuviera opciones. Se acostumbró a sobornar a ciertos guardias, y a hurtadillas aprendió a introducirse todo tipo de drogas estimulantes y revitalizantes, que le mantuvieran en el juego, y a su manera.
Así pues, hubo tardes en las que la fuerza regresaba, y solía aguardarles en las puertas de sus consultas, con los ojos inflamados por la rabia, por el rencor que exudaba, y les miraba, temblando ya en los límites de la vida y de la eternidad ya vecina.
Nadie sin importancia, otro viejo loco. Tu mujer bien, ¿espero? Los niños creciendo, el bar y el coche, la gran noticia del día antes. Se giraban ellos y sus sonrisas, y los autos retumbaban dejando tras de sí el patio arenoso del castillo prisión.

Las largas e insoportables horas le veían vagar, a lo largo de aquellos sucios pasillos de siempre, prisionero de su ensimismamiento..le quedaba la esperanza de desoír las prescripciones, eludir la vigilancia y los tratamientos, y a cada día empeoraba, más y más, irremisiblemente. La ocultación iba por buen camino, no tomaba ninguna de sus drogas. Las medicinas desaparecían sin dejar rastro alguno, aprendió a vomitar y a desmayarse íntimamente en su propia compañía. A solas un mal sueño y él.

El odio ocupó el lugar del miedo y de los subterfugios, y comenzó a descargar una violencia verbal e inmisericorde sobre los otros contritos enfermos, causándoles tremendos daños allí donde más pudiera dolerles. 
Les odiaba en su complacencia, su resignación mientras aguardaban la salvación o la muerte.

Los culpables seguían libres en alguna parte. Eran intocables, y él no podía llegar hasta ellos ni descubrirles detrás del telón, hilvanando el juego que le atrapaba. La broma había ido tan, tan lejos ya.
Resollando con furia, notaba síntomas cada vez más evidentes y mejor preparados. Incluso eran más reales que aquellos observados en los fallecimientos verdaderos que había presenciado en el pasado y en el mundo auténtico. Todo aquello era fruto de mentes enfermizas e inteligentes. Era perfecto.

Día tras día, se confunde con acrecentado temor ante ese algo que se parece demasiado a una supuesta agonía, la cual es posible que anteceda a una hipotética muerte y a un fin.

domingo, 9 de septiembre de 2012

De un dios



Breves anotaciones que trascendieron en desorden y no muy bien amalgamadas del advenimiento de un dios de turno, uno más, apenas un cualquiera: olvidado y sin discípulos, apenas subsisten fragmentarios y dudosos testimonios; tan ciertos como todo aquello que soportas creer.
Un lector casual es conminado tácitamente, es testigo intemporal...


" El dolor le quebranta. No se atreve aún a acceder a las súplicas o incluso a las invectivas que los desesperados le dirigen en las calles de los pueblos. Siente miedo, porque todavía es tan mortal como sois vosotros. Simplemente siente miedo, tan sólo es el llamado.
Le confundisteis con interminables historias de ese vuestro pasado, todas ha terminado por aceptarlas al fin, valerosamente derrotado sobre esa silla, ese trono arrinconado.
La razón de vuestra civilización se ha sostenido en alzar super hombres, y en alzaros asimismo vosotros sobre ellos, de forma que pudieseis soñar con algo aun más alto. Bien sabe él que su persona consiste en no mucho más que uno de esos simples y pobres diablos que consentís, pero todos hacéis ver quizás que cada cual sabe engañar mejor al otro.
Escasos treintaytantos, y ya ha aprendido de vuestra predilección funesta, pero sobre todo, acerca de vuestra perentoria inclinación por perpetuaros una generación más, por quedar para alguien. Cosas así da la vida y la vecindad de la muerte.

Tras todos aquellos ejemplos, ahí está él, impelido a algo incierto pero intrínsecamente bueno, útil se llama; son vuestras promesas tras la línea de su destino inminente y destructor. Escasas horas separan el apocalipsis en el que habéis porfiado, la creación de un nuevo profeta que emerge de entre la nada para iluminar con renovados artificios.

Es tan alta la pared que le habéis regalado, tan trémula la melodía, tan exigua la vida que le sustenta, que él ya no sabe de su color, ni de la forma en que pueda asirse a una exigua tabla de salvación que le sostenga, y que le vele ante vosotros sus jueces y gobernantes. Sí, tan mundano, equivocado y cobarde como cualquiera, apela a poderes inexistentes para huir de vuestros deseos.
Cuanto queda de su vida está ya calcinado, ni tan siquiera ya podría él asegurar si ha existido.
No tendréis que preguntarle en lo sucesivo, os lo prometo. Su tiempo a consumir no es mucho entre vosotros. Será recordado como otro relámpago más que recorrerá los ojos de quienes oséis contemplarle, mientras sea desintegrado en algún lugar de los cielos desmayados de oriente.

No obstante, antes de que le deis rienda suelta, debo preveniros. Será ese nuevo y gran dios que demandáis, podéis estar tranquilos y seguros respecto de vuestras demandas.
Pero será también mucho más que eso. Se convertirá en aquello que cada día aprendisteis a temer. En su recién nacida y fugaz existencia, hará de sí aquello que de ahora en adelante temeréis.
Más aún que eso, aprenderéis a rezar. Serán oraciones para una nueva religión; una en la que él será ejemplificado como espejo de pánico y de flamígero castigo. Vuestros hijos aprenderán a implorar porque no regrese en las noches de sus pesadillas del futuro, contra todos vosotros. Estos serán sus recuerdos para vosotros, en estos momentos de caos paralizado, en estos alientos que se detienen en vuestras gargantas cobardes y podridas. Allí en lo alto de la montaña sagrada, él ya no puede oiros, no puede sentiros en vuestro descenso.

Cuanto él era ya se desvanece, y todo cuanto tiene no alcanza para un rescate que os apacigüe y perdone sus recuerdos.
Será la muerte de aquel amor que una vez sintió por una mujer, es el borrado simple de él siendo niño y los años importantes e interminables. Se estremece como hombre que se despide de su condición, y quiere poder llorar, pero la duda mata su pasado con necesaria crueldad. 

Los tiempos de la inseguridad y de la yerma libertad quedan a unos pocos pies desnudos del precipicio.
Os veo allá abajo en el centro del valle de promisión, arremolinados en estrechos círculos y estrechados en vuestras manos, implorando aún cerrados los ojos, aniquilada la eternidad que se os había reservado. Un padre se abraza a su pequeña niña, quien apenas se levanta desde el suelo. Llora ella triste por algo, el padre está dándole una mala noticia; sois capaces de querer amar al tiempo que regaláis la desgracia.
Elegisteis. "

viernes, 7 de septiembre de 2012

Para un día después





Puede que sea así. Toda esta gente, su palabrería, la cual no me ha molestado demasiado un tiempo, son algo finiquitado. Me interesaban, y supusieron novedad para las limitaciones del mundo que yo veía, pero solamente mientras eran rostros y palabras nuevas. Ahora son rostros del pasado, como se dice o escribe por ahí, en fin. Es curioso, porque imagino que escribo todo esto con ellos delante. Hablan, fuman, beben, y a ratos se ensimisman gustando de sus vidas, tal vez. Son rostros de jóvenes viejos; imaginan que han pasado por muchas cosas, en una suerte de penuria jesuita, en el sentido primario cristiano, quién sabe. Sus barbas, atuendo, configuran en sí una imaginería que les reafirma y protege, les dota de una especie de rango gremial. En suma, una tribu cerrada a la que pertenezco en estos mismos instantes.
Me gustaría ser sincero con ellos, y sinceramente, que ellos lo fueran conmigo. Hace tiempo que perdí en alguna parte la fe, y mis ojos se han quedado huecos, en blanco. Miro mi rostro al espejo, y me da la impresión de que estoy viendo un horizonte, no sé si sé explicarme, quien quiera que seas. Odio escribir para mí mismo. Sé de buena tinta, de nuevo como suele decirse, que hay escribidores, escritores,  o aquellos tios a los que les encanta ver sus escritos; se emocionan por hasta qué cotas de emoción ha sido capaz de llegar su alma, todo eso. A mí me cuesta horrores, y supone un esfuerzo auténtico escribir de verdad. A mano, quiero decir. También aborrezco hablar, o gastar el esfuerzo de mi mano escribiendo, para adornarme, lograr determinado efecto que, en suma, me aleja totalmente así de el mensaje sincero que deseaba transmitir. Estoy diciéndole: soy alguien que teme decirte las cosas como las piensa, luego, te suelto toda esta absurda palabrería, florida y preciosista, para, quién sabe, te tomes dulcemente y mejor, la verdad escatológica que tendrás que escuchar o leer, sin más remedio. A eso me refiero. Se creen diferentes. Son diferentes ciertamente, pero debieran abrir bien los ojos, prestar atención por ejemplo a todos esos trajeados petimetres que entran y salen de los hoteles, que entran y salen de coches grandísimos y muy caros; ellos también creen en su diferencia, os lo aseguro. Y, sorprendentemente, también se sienten especiales y a otro nivel distinto.
Yo personalmente, me uní a la manada con la que todos estos meses y años he pastado, por unas pocas sencillas razones, tan viejas como el mundo, nada nuevas nunca. Dicen que cada cual se hace seguidor de la ideología que bien sirve a sus circunstancias y necesidades, pero al menos en mi caso, o en el de estos que me rodean, no fue así de ningún modo, y os aseguro que no me ruborizaré si lo afirmo tajantemente. Creemos en todo el bien del mundo, la igualdad a todos los niveles, el desprecio por el poder de ese dinero que nos hace esclavos. A pies juntillas. Había, y hay posiblemente, mucha pasión en nuestras ideas, nuestra fe, nuestra esperanza en ese algo, llamado futuro. Nadie decía nada sobre este particular, pero secretamente, sentíamos auténtico espanto porque éste llegara algún día. El sentido era aborrecer, luchar esperando, aguardando, debatiendo grandes temas, temer. El día que esto concluyera, se abriría el abismo ante todos nosotros. Sería un cara o cruz; someterse y tragar bilis, amargándose la vida, o lanzarse a la desesperanza sin medios de mantenerse fiel a los ideales. Temeraria segunda opción. Valiente, suicida en nuestros días. Empero, siempre tendríamos la bien vista alternativa tercera. Aceptar el sistema y mirar a otro lado durante unas horas del día, y ya en el tiempo que se nos regalaría de  generosa libertad, hacernos la ilusión de que teníamos ideales que no practicábamos en nuestras vidas reales. Volveríamos a juntarnos con los amigos de lucha, oiríamos la vieja música que nos exhortaba a ser diferentes en nuestra personal y pequeña parcela espiritual. Si, esa donde nadie nos ve, y en la que, tras pagar la contribución para que se nos permita ser miembros del paraíso, cerramos los ojos y soñamos que somos especiales, únicos, con todo un mundo intangible, e incomprensiblemente personal a ojos de los demás.
Sería un rasgo de distinción, un gesto de generosa honestidad. Les diría, es decir, les diré, que ya no creo en pertenecer a todo su mundo, a su compañía. Habían permutado, proseguiría, en la imagen que ansiaban, dejando atrás el origen y olvidándose de ellos mismos. Ya no veía dónde terminaba aquella fachada y dónde la persona, frágil y humana. Su fe, su alegría, su miedo, era el de ese ser esperpénticamente hipotético. Me sentía traicionado, y a un tiempo traidor, pero era la gran historia de la vida, la cual se encuentra ya de por sí demasiado saturada de ello, como para que nadie pueda asustarse inocentemente.
Mi futuro se presentaría incierto, sin ellos rodeándome y sosteniendo la espera infinita. Pero, el calor se torna ya insoportable aquí, entre estas paredes. Te lo aseguro.
En cuanto a mis intenciones, quedaron sumidas como de costumbre en la por otra parte cobardía usual de la vida. No me despedí, y es más, mientras me marchaba sonriente y con las típicas palabras manidas de costumbre, quedé con ellos para un día y hora que no llegarían ya jamás.


lunes, 3 de septiembre de 2012

Espejismos



Nadie va a volver. Ninguno entre todos ellos es ya un ser único y resplandeciente; se alejan y enturbian, al tiempo que ese nuestro idéntico cielo, igualmente desposeído de color, más y más cerca se muda junto a todos nosotros. Diríase que quiere mirarnos mejor, pero a un tiempo, éste nos enfrenta a una conmoción que nos supera, que largamente nos ha de asfixiar.

Las masas apresuradas se han confundido y dejado apelmazar como la grava que se pisa inadvertidamente, y una verdad sin música ni discurso alguno deforma las multitudes prisioneras, que se agolpan en los contados puentes que quedan hacia esa salvación que dispensa la cobardía.
Ansían su oportunidad de dejar sus terrores particulares atrás, y sus hogares cualquiera. De alguna manera, parecen haber desistido asimismo de su calidad de individuos; nunca tuvieron a esta por mucho, ha de decirse. Nada importa y menos se piensa. La esencia del miedo común reina en una mente que ya es la de todos, y es algo que une y amalgama.

Por primera vez en mi vida, quedar estólido me ha supuesto una decisión, y alguien me ha asaltado y robado mis sonidos; hoy es ese día que me hace distinto, que me hace regresar sin moverme. Sin esos viajes de emigrante que nunca hice, ese extranjero que siempre fuí vuelve a casa.
Gracias a la furia sin rostro, gracias a todos los rostros que quedan confundidos y abandonados en favor de una marabunta de pensamientos unívocos, he vuelto a mí mismo al fin.
Una roca hendiendo la corriente furiosa, el último hombre más o menos vivo que quedará por aquí, en esta orilla de los bramantes ríos de la vergüenza.

Hasta hace unos pocos días nada fue jamás así, pero nada aquí es ya lo mismo. Tal y como debe ser.
Miro en este momento a la joven mujer que he dejado inconsciente junto a mí. Sólo ella y yo; no pedí su opinión, y ella caminó sus últimos pasos de la mano del azar, que se encapricha e ilumina destinos.
Niña, mal que bien, no te queda otra opción que hacer lo que nunca pensaste -
Una pérdida, todo se reduce a eso, y nadie descubrirá la verdad de tu futuro ya presente. Mis ojos ya no son los de antes. Mis ojos dan una versión más personal de la tristeza, pero pienso en estos instantes que aún me dan la imagen que me ofreciste, mientras te derrumbabas junto a mí, y rendiste esas fuerzas que quedaban de tu gran espíritu invencible, vital -

No puede ahora darse cuenta del valor de su sacrificio. Claro que no. Descansa, se deja mecer por la tarde sin atributos, y por este aire a solas que recorre sus entrañas mientras duerme. No lo sabe, pero es un aire de libertad, y de algo muy justo.
Al otro lado del río que nos separa, multitudes furiosas vociferan y asesinan por un poco más de existencia, por un metro de distancia; miembros extraños se entrecruzan crispados, se llevan sus guerras y sus cadenas consigo.
Y yo me quedo junto a una muchacha que nada sabe. Antes que los demás nos alcanzará el apocalipsis. El gran dios destructivo se saciará con una pareja como ejemplo; se conformará con nosotros por el momento. Aún les oigo en la distancia, es un clamor informe que no puede ser escrito.
Aún nos quedan nuestras ideas, nuestra ilusión de libertad. Vamos a imaginar que nada ha de pasarnos. Tú seguirás durmiendo, te prometo que nada te perturbará hasta el final.
Sólo yo miraré esos ojos que van a arrebatarme este espejismo.

jueves, 30 de agosto de 2012

sin resignación



Siguió incomodándonos, haciéndonos sentir mal. Un egoísta toda su vida, y en los últimos años de su vida fallida e imperfecta, se empeñó de alguna manera en no hacernos las cosas fáciles.
Sufríamos viendo a aquel ser triste, que languidecía cada vez más olvidado de la escasa familia que lo soportaba. Cada vez más de tarde en tarde subíamos aquellas escaleras, y allí estaba él; demacrado y lamentable, viendo cómo se le llevaba el paso del tiempo, sintiendo en cada poro de su piel de qué forma su físico un día hermoso y fuerte se estropeaba sin remedio, junto con sus ánimos.

Nos hubiera gustado que, en fin, él fuera uno de tantos otros viejos; de esos que aceptan la consabida historia acerca de la labor natural de la vida. Ellos parecen felices sabios. Si me apuran, naturalmente diré que los hay que refunfuñan más o menos amargamente; es un postrero estertor de rebeldía ciertamente conmovedor, por lo estúpido. Sin duda, el sentirse perplejo ante los contínuos cambios vitales, es una característica muy humana, algo que podría casi darse por hecho en cada cual que viene al valle de lágrimas.
Nos hubiera gustado notar cómo el último viento del apocalipsis hiciera presa en él. Hubiera sido tal vez constructivo verle adoptar una postura de bondad moral, antes de que el libro se cierre.
Es sabido que hay ideas a las que aferrarse, en un intento de otorgar a alguien e incluso a nosotros mismos una justificación; se expresa en una renovada devoción religiosa, una cercanía a la familia desconocida hasta que llegan esos años.
No obstante, él tampoco fue de esos.

Él no pareció jamás sentirse inclinado por toda aquella comedia. Se daba cuenta -cómo podría no haberlo hecho, si cada día aquellos espejos le contaban esas cosas- de cómo todo se venía abajo en primerísima persona. Entristecido y arrinconado -porque odiaba de forma creciente e insaciable a este mundo que le desintegraba tortuosamente-, era todo rencor y tristeza; una tristeza tanto más humana como delatora y antinatural, lamentable para sus extraños y también humanos congéneres.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Guille





Allí y recostado contra el mullido cojín, en todo momento sonriente y confiado, Guille le miraba, siempre fiel y dispuesto a devolverle con aquel buen humor que desprendían sus inertes ojos, esas ingentes cantidades de abrazos, arrumacos y esperanzas que él había puesto en su amigo. Desde que le conociera, tantos y tantos días atrás que se perdían en la leve lejanía que otorga el olvido, se había convertido, por el derecho que el le concedía, en inseparable amigo, fiel y cariñoso compañero de demasiadas noches de miedo y angustias. Él podía discernir ya, a pesar de su corta edad, sobre la conveniencia de tener buenos amigos, un compañero fiel sobre el que apoyarse, y a quien contar absolutamente todo cuanto pudiera atormentarle.

No obstante, le resultaba del todo incomprensible el hecho de que Guille, y el sendero por el que juntos caminaban en su especial amistad, no fuera aceptado por sus padres. Él había hablado, llorado y pataleado de la única forma en que deben hacerlo los seres humanos cuando se sienten definitivamente desolados, y arrojados a las negras penumbras de la desesperación. Sabía que era muy pequeño, y Guille, bueno, ciertamente no era asunto suyo preguntarse acerca de su procedencia, el tiempo que llevara existiendo en ese mundo de gente mayor incomprensiva y malhumorada. Varias veces, demasiadas en fin, intentaron separarles, e incluso le tildaron de loco. Valientes mayores, los que se empeñan en nombrar y reprobar lo que no son suficientemente hábiles de mente o espíritu, aquello que nunca quisieron comprender o aprobar. Quizás olvidaron el tiempo en que ellos experimentaron parecidas sensaciones, y disfrutaron con el vértigo que nace en el interior de los seres humanos ante la emoción de lo prohibido, de lo incomprensible. Aún así, ellos no deseaban echar la vista atrás e intentarlo. Demasiado tarde, alguien hubiera dicho desde su alma. Ni quieren, ni podrán nunca volver a ser flexibles, abiertos.
Ellos, como tantos otros, vestían ya disfraces para encajar en la soportable sociedad, y llevaban frente a sus ojos gafas para tener esa cierta visión que del mundo era obligatorio poseer, si deseabas sobrevivir. Él no lo sabía, pero sin duda y por el bien de la raza humana, el ciclo había permanecido inalterable desde los lejanos confines de los siglos, y no habría precisamente en aquellos instantes de surgir un bicho, alguien sin importancia, para hacer que tantos y relevantes principios avinieran a desmoronarse, por el mero capricho de lo que podían ser unos caprichosos deseos pasajeros. Varias veces le habían gritado, y muchas más le habían hecho sentirse mal, en la desnudez imberbe de su pequeñez. Asesinando sus ilusiones, creían que estarían cumpliendo por algún medio con el mecanismo natural y evolutivo de las cosas. Como debería ser. Cuestión de tiempo. Enfermedad que el tiempo cura. Ya cambiará. Él oía, desconcertado, y su pequeño cuerpo retrocedía tembloroso, casi arrastrándose, hasta un apartado rincón de su habitación, mientras contemplaba atónito como golpeaban y lanzaban por los aires la pequeña figura del objeto de sus sueños, el compañero de los mejores momentos de su corta vida de niño.

Cuando finalmente todo acabó, nadie pudo consolar sus incesantes y amargas lágrimas, las peores que nunca había sentido desde que pudiera recordar cualquier cosa.
Ellos, satisfechos y embargados de la satisfacción que da el buen deber cumplido, creyeron haber acabado de una vez por todas con un dudoso instinto, una pasajera época de aquel hijo que todavía estaba por enderezar.
Pero él no podía comprender el fin de todo aquello. Mientras miraba a Guille, destrozado e inmóvil sobre el suelo de su habitación como se encontraba, no hallaba consuelo, ni lo deseaba ya más.

El desfigurado rostro de aquel nunca volvería a sonreírle, y él no sabía la manera de arreglarlo, para que todo volviese a ser como antes, como siempre.
Su pequeño osito le había dicho demasiado pronto, adiós para siempre.