Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

domingo, 1 de mayo de 2016

paisaje a solas


No soporto ya tener que venir a esta ciudad en la que nada ni nadie me importa.
No necesito que haya tiempo ni más montones de minutos, de horas o de andar por estas aceras y estas calles, con que el tiempo me obliga a transicionar hacia un lo que sea que no espero, que no necesito.

No tengo ni idea de por qué aún hago caso de la inercia. Tal vez es la única cosa que queda.
Cada vez se cierran más los ojos. ¿Qué pueden decir estas paredes, este, esa o aquel que pasan, que hablan, que viven sus vidas?
No me duele que todo esté ya deshabitado, que deba regresar alguna que otra vez a una ciudad que está hipotecada por completo, que es anodina, que ha sido desnombrada. Los grandes llenos dan paso a enormes pérdidas, a vacíos que no merecen nombre ni color siquiera.

Las puertas, unas escaleras, un pasillo, ciertas personas que estaban por ahí antes se han convertido estas últimas semanas en un mal decorado. Los escenarios inertes tienen un significado que se ha perdido.
Este otro mundo distinto, el mismo que solía ser, ya es una estafa lamentable; es uno en el que incluso alguien que hace fotocopias, o un pequeño perrito parecen actores sustitutos que han usurpado la identidad de los buenos, los que alegraban los buenos tiempos.

Es duro obedecer las leyes de mi engreimiento, de mi orgullo, porque les pago a ambos todos los días con pedazos de recuerdos, con huecos gigantescos en los que no habrá nada en los días del mañana.
Desgracia de los cariños inmensos, maldición para estos, cuando no sé hallar términos medios.

Cuántos momentos felices -pretéritos perfectos, compuestos y hasta imperfectos- ha elaborado la justicia del tiempo en la memoria, gracias a la destrucción de los tiempos presentes y futuros.