Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

jueves, 25 de septiembre de 2014

Nuestros pasos sin retorno


Se destierra la absoluta posibilidad de cualquier aspecto o dimensión sagrada que hay en nosotros, cualquiera de esas elevaciones que creías reservada, posible, para cualquiera de los días por venir.
Traicionas todo aquello con lo que soñabas, todo aquello que podrías ser.
 Si tan solo por unos instantes creyeras, y te abandonaras como mucho más de cuanto te rige el mundo...sí, era una posibilidad, una luminaria que es solo hipótesis, pero que podría dar más luz que todos los incendios que verás jamás en la tierra de la simpleza, en la vida polvorienta que no se harta de sus amanecer y anochecer. A nadie le importa, nadie ríe de la gran broma y enseñanza que es ver un horizonte que parece plano. Que tan solo lo parece. Cierra los ojos ahora con fuerza, no demasiada; noches de insomnio hubo en que creías que podías levantar la alfombra, y descubrir la trampa; instantes en que, de puntillas, intuíste que había más, allá donde el sol te hurtaba su luz..aquel presentimiento vertiginoso, irracional, era el comienzo de un viaje que no emprendiste.

Escúchame. Los fuegos aquí abajo no son faros que sean islas mágicas deslumbrantes, heraldos que resuenan ante nuevas sendas en ciernes; son sordos, son tristes... son el silencio agónico y mortífero, pestilente, de la impotencia, de la duda. Son el comedimiento, la prudencia. Es la razón, que asiste a lo conveniente.

Cada uno de los días de tu vida mientes. Sueñas, imaginas, yo no sé lo que harás cuando no puedo atraparte, cuando te haces un pequeño ovillo, y pierdes dominios sobre tus sentidos, en esos tus sueños junto a los bosques, en aquellas tus pesadillas de animales atormentados, acosados. Y no te quedaba más remedio que ser libre.
Mas, te recobras y te unes a nuestro coro dual, en ese engañarnos que hemos hecho deporte personal, fantástico ejercicio de mentir y mentir como bellacos. Somos tan, tan buenos que nos hemos destruido. Hemos hecho un poco más de lo que es irremediable desde que la vida fue vida, y de la que conocimos por nuestra cuenta...
nunca dimos por sagrado todo esto: la lluvia, la risa, el silencio de nosotros, la compañía de una noche protectora inabarcable, herida por miles de estrellas brillantes, mensajeras de millones de años.

Así, el ensayo prosigue, junto a la a broma, la creencia de que hay tiempo y oportunidad para representar varios papeles. Pero cada desviar la mirada, cada nudo en la garganta, cada uno de los besos que llegaron tarde no eran reversibles. Volaban y volaban, eran un relámpago tan fulminante y tan rápido como todo aquello que no volverá jamás, como paso del todo al vacío, a nada.

Casi puedo sentir en este instante la compasiva complacencia de algún titán oscuro y lejano que se permite echar un vistazo a nosotros; comprende la fragilidad de nuestra brevedad, y sé que allá en lo alto, sonríe del brazo del destino, del amor y de la muerte.

lunes, 1 de septiembre de 2014

El río de la vida


Tranquilo, respira. Así, así, eso es... tranquilo. Estamos a salvo - dijo la anciana, intentando a su vez calmarse, mientras dejaba sus manos sobre los hombros del náufrago. Sus largos, grises cabellos mojados casi tocaban el rostro exangüe del hombre, y, a través de estos, su humedad se iba haciendo una con la que él llevaba aún del río.
Con paciente ternura, sus finos dedos se sumergían entre los cabellos de aquel otro anciano arrojado por la corriente, que respiraba en un intermitente y ronco quejido que silbaba desde su boca entreabierta. Ella quedó sentada en su regazo.
                 
Tierras a gran distancia habían sido su último origen, y, secuestrado muchas veces por las lluvias, por días interminables de la única y posible estación enfermiza que languidecía en el mundo, al fin había topado con el borde de los mapas, las orillas sin puerto de una tierra de promisión, hurtada a las escalas de los tiempos y a las búsquedas de la razón.
Su nave embarrancó en los bajíos arenosos donde él esperaba, y las rocas contra los que destruyó la quilla eran los que había estado aguardando durante las postreras semanas.
Meciéndose aquí y allá todos sus sentidos, se diluía dentro de lo impreciso de su inconsciencia, si bien sabiéndose, después de todo, en el definitivo punto final donde cabía existencia.

Años atrás, un hombre joven abandonó los últimos muelles posibles para él de aquel mundo de llamas invisibles. Miles de gotas febriles iban desprendiéndose de lo alto, y vibrando como flechas inocentes desde los cielos oscurecidos.
El río cenagoso se empequeñecía hacia lo desconocido, como una brutal y ennegrecida lengua sinuosa que este mundo más antiguo intentara prolongar lejos de todo límite.
Se desprendió la última amarra, y el casco raído de la barcaza se fue deslizando calmosamente lejos y en pos de las sempiternas nubes flotantes  de las anchas riberas.
No muchas horas más tarde, las voces roncas de su desleal e improbable tripulación dejaron de resonar en sus ecos y contra las agotadas planchas de acero, perdiéndose para siempre en el silencio de un río que se iba tornando capilar, que desintegraba segundo a segundo su propio nombre.
Por única compañía, en el fondo de la bodega se percibían las sombras que delineaban un ataud que parecía pertenecer desde siempre a la embarcación, solitario y mudo. El armazón de madera la contenía a ella, cuyo hermoso cuerpo retenía aún nostálgicos restos de calor humano.

No mucho antes, días y más días de dudas le habían asesinado ese poco más, y tiraron de él en forma irrevocable hacia la peor versión de sí mismo que jamás hubiera adivinado alcanzar.
Los daños ya no podrían ser devueltos a una condición de mínimos aceptable, porque ya no era él a quien podía apelar o recordar; era él ya distinto. Otra vez un nuevo yo, una nueva decepción, un ser manchado por la única destrucción que caminaba y le devoraba el alma... la que nacía de él mismo, como una interminable y eficiente enfermedad que nunca habría de ser vencida.
Y en el origen y destino estaba ella, la destrucción del amor, implacable y predestinado, tal como todo amor.

El gris de tormenta se había precipitado hasta las líneas del horizonte, y aquel hombre entre las sombras arrastraba a una joven mujer inanimada entre los muelles desiertos del río palpitante, hasta que logró embarcarla hasta las entrañas metálicas del barco del tiempo.
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Es la oportunidad que quedaba, de entre todas las que me prometieron allá adentro - y, al decir esto, el viejo, agonizante, giró con esfuerzo la cabeza, señalando donde la barcaza se había medio sepultado, junto a la orilla.
Pero sí, eres tú, al fin y al cabo... mírate,... es cierto... mereció la pena; he llegado a tiempo - Ella asintió en silencio.
Lo importante, ¿sabes? Es que aquel río, largo pero vacío como nuestras vidas interrumpidas, me ha traído hasta ti. Está bien. Todo está bien -
La anciana recuperó una sonrisa para él, que sintió conmover su piel mientras contemplaba aquellos ojos ya opacos.

Retuvo las manos del hombre entre las suyas, y las notó relajarse mientras él emprendía un sueño que había de ser el más largo.
Cuando amaneciera, se propuso pedirle a sus hijos que le enterraran junto al río, en una tumba sin nombre.
Nunca había visto a aquel desconocido.