Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

miércoles, 9 de julio de 2014

Partiremos


De las colosales y altas paredes esportilladas de los acantilados manaba, sosegada, la tristeza amarga de las almas, en fluir tan incesante como los giros astrales.
El cáliz era incontenible, las penas hondas, y las alturas humedecían las interminables pizarras verticales, frente a las ardientes playas.

En indolencia, una joven pareja se dejaba capturar del tiempo, y se olvidaban, prolongando el instante de una tarde.
La música profunda del corazón del océano resonaba en la soledad, y tan solo, de cuando en cuando, esta quietud deletérea veía interrumpida su eternidad por sordos y medio perdidos golpes secos aquí y allá, distantes.
En diversos puntos allá y bajo las alturas, cuerpos de suicidas caían sobre las arenas de oro y fuego.

Los grandes tiempos estaban siendo finiquitados de una forma quizás un tanto lamentable, pero en urgencia e impiedad hacia aquellos postreros humanos que aún vivían en el mundo.
El hombre y la mujer no parecieron hacer gran caso de la violencia de las sucesivas muertes iteradas. Antes aun, apretaron con fuerza los ojos, y se dejaron hacer bajo los rayos del sol vespertino.

Al caer de la tarde, recogieron unas pocas pertenencias que habían llevado consigo, y comprendieron, sin que se produjera tránsito de palabras alguno, que ya no había hogar al que regresar por encima de los acantilados y de los muertos.
Con pasos de cansancio y los ojos bien abiertos, cogidos apretadamente de la mano, siguieron la línea que dibujaba la arena lamida por el mar, rumbo hacia alguna parte.
Ella le miró, y se preguntó si sabría decirle qué país era aquel que dejaban tras sus pasos allegados a la ausencia.
Le interrogó a través de sus ojos verdemar si retenía algún que otro recuerdo acerca de qué tiempos eran aquellos, y dónde serían situados en las líneas del tiempo, cuando cayeran en el interrogante de sus muertes.

El bramar melancólico y discorde de las olas suaves y tranquilas se quedó junto a mí, mientras me incorporaba para verlos perderse en la tímida distancia del horizonte.
Me volví hacia ella, y una sonrisa de inocente incertidumbre dibujaba sus labios perfectos, marinos.