Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

martes, 31 de diciembre de 2013

Vuelta de hoja


Aún en esta página de los calendarios, me columpio entre mi yo, me repito en la mirada de los espejos.
Unas sonrisas han de elevarse hacia los cielos, he de conceder que me puedan idear plausible, defectuoso tal vez, pero humanizado aun a pesar de que no creo en todo esto, de que no podré ya creer, porque no queda ya cuerda.
El techado que se adorna de fríos estratoféricos contempla allá arriba, insaciable, vestido esta noche de un traje del que se ha llevado todas las estrellas. Me ha parecido verle sonreír, pero me engaño.
Ya llega el tumulto, ya la melancolía asalta cada intersticio de las tristezas y de la sinceridad. Nadie a salvo. Acorralados como animalillos que temen no contentar, nos unimos en apresuramiento para envalentonarnos y elevar a ese cielo exánime plegarias en las que bien poco creemos.

Y se va la cuenta del tiempo. Las cifras comienzan a agitarse, y humanos como somos, nos afanamos empujando el número gigantesco de la vida que aumenta dentro del ser, que nos disminuye en el infinito final.

Nuevo año.

domingo, 1 de diciembre de 2013

La vida dibujada en nosotros


No recuerdo muy bien el día que llegué al país de los hombres con huellas.
Pudo tal vez ser en aquella época tan triste, tan difusa, en la que me perdí como la niebla que todo envolvía.

En los territorios vastos y despejados de los más alejados círculos, hombres y mujeres de mirada perdida vagaban como impelidos por fuerzas extrañas y lejanas.
Soplaba casi imperceptible pero constante un sofocante soplido de aire desde poniente. La enfermedad tachoneaba aquí y allá el paisaje de los condenados.
Intenté quedarme en sus ojos, pero no me fue posible detenerme en aquellas miradas de tormenta anónima y llevadas como la arena.
Yo simplemente había llegado a aquellas islas sin fondo ni mapa, tan perdido e irreconciliable que no podía ayudarles a llegar a ninguna parte. Sucios y carcomidos de podredumbre, colapsaban un día cualquiera sobre las dunas, junto a un matorral, derrumbados sobre un montón cualquiera de piedras. Para no regresar jamás.
Aprendí -me estoy confesando al fin- que aquellos seres habían sido los ejemplares más racionales, los más laboriosos y sensatos de mi manada. Inexpugnables dentro la sordidez del electrodoméstico y del lunes, tan sólo unas pocas y predecibles pruebas vitales habían logrado labrar finísimas arrugas que surcaban sus rostros.

Conocí mi esencia de elegido cuando alcancé a los seres que languidecían en los anillos más interiores. De haber pertenecido allí, no encuentro la forma en que podría haber llegado tan lejos. Un frío escalofrío de horror se derramó por toda mi alma, en toda la longitud de la existencia que me había sido dada en aquellos instantes.
Puñados de personas implorantes se retorcían sobre la ubicua cubierta de hojas otoñales de un bosque que no parecía tener fin. La mala conciencia flotaba como un gas venenoso y enrarecido. Los celos, las traiciones o el orgullo manchaban sus cuerpos, y aquí y allí, informes figuras que un día -y en otro lugar que no diré- aparentaron grandes cosas, gritaban como bestias repentinamente conscientes de su ser inherente a la barbarie.
Fue con los culpables que no reconocí mi rostro en el de ellos. Al fin me acobardé y la contemplé.
La pérdida, la zozobra de una decepción, las ínfulas que una vez tuvo cuando contara veintipocos años.. la piel de campo desgastado y arado por la penuria era ya su cara para siempre. El cuerpo de aquella mujer, como el de los demás, se alzaba a malas penas sobre sus piernas, sumidero de cuanta ruina moral recolectó al otro lado del espejo.
La miseria moral no había logrado desintegrarse como el mundo conocido. Sin otro lugar donde olvidarse, las lágrimas, las miradas, la vergüenza y la mentira habían barnizado aquello que tenía frente a mí.

Y supe que era el elegido del Demiurgo por mi invencible corrupción de espectador. El secreto de la indolencia quedaba desvelado. Mis pasos se aceleraron, al tiempo que el ocaso se tornasoleaba vertiginosamente en derredor. Gotas de lluvia finísimas brotaban de entre las grietas de la sequía cerúlea de la gran nada, y se marchaban a llover ausencia hacia los cielos.
Se me esperaba en el centro, allí donde nadie más que yo era aguardado, para juzgar junto a él.


sábado, 23 de noviembre de 2013

El bastardo


Me duele, me duele..me duele tanto, que mis manos se niegan a escribir de otras cosas.
Se me han plantado y desobedecen, derrumbadas de sus ánimos apóstatas en los rincones, al igual que yo.
Me susurran esta noche que la infamia es mucha. Me apremian a desgobernarme, me aconsejan darles las manos, darles los ojos, me convencen de que aún pueden ser válidos para un ocaso negro y brillante sobre el papel de la promesa.

Me gustaría que tus ojos y tus pequeñas manos jamás me hubieran mirado, ni descuidadamente tocado en el tiempo desintegrado de mi corazón.
Y es así que aquí y ahora, me gustaría que estuvieras en cualquier otra parte donde sueñe que no habrás de dolerme.

Perdido el poder sobre los miembros y abandonado por una mínima sensatez, me detengo en estas prendas húmedas de vida manchada y que, postizas, sobran también. Qué más dais, acompañantes mal pagados. Con dolor y penosamente, las alejo de mí, y caen muertas en estupefacción sobre las baldosas desesperanzadas, como polizones aturdidos de otra vida que sí tuve, en algún país del que ya no sé noticias.
Aquí estoy sin nada que pudiera haberme traído, revocado y dejándome aniquilar por el raso de nuestras estrellas, que ahora me ultrajan y lastiman con ojos de recelo, de burla.
También ellas guardan nuestros recuerdos, y no pueden dejar de lamentarme mientras me sobrevuelan, desde sus millones de años atrás en el océano del tiempo.

Animal viejo, mirate, empujado a las lágrimas que encharcan y falsean el cobalto del mar celestial.
No me reflejas, antiguo amigo mío, y mi consuelo está al fin conmigo, pobre y viejo animal sin remedio. Las mentiras se están deshilachando. ¿Ya no eres creíble?
Ni ese último esfuerzo, ¿aquella sonrisa que les empujaste para regresar y mentir un poco mejor? No, tampoco pudo ser posible, me temo.

Enfermo terminal de las más recientes versiones de persona que no consigo ya colarle a nadie, me estoy dejando morir al ser desnudo que una vez fui, cuando aquel niño ¿recuerdas?
que ni recuerdo, y que jugaba a lo fácil, y se decía de recomponerse sin preguntarse. Caías. Arriba. ¿Sí? Sí.

Ilusión entre las ilusiones, señálame con el dedo ahí y en ese horizonte el punto a través del cual he de huír antes de ser ofrecido en subasta de día cualquiera.
No soy el mejor de tus hijos, y de hecho, fui el peor, pero rescátame, ya que el daño no puede acentuarse.

A medida que tu dimensión del tiempo juega conmigo todos estos años, una amenaza se acrecienta, una sospecha crece y crece como monstruosa sombra que se acelera contra las cordilleras más altas que ve mi mirada. Miro hacia ti, y les miro a ellos hacerlo a su vez, idénticas expresiones erguidas hasta lo alto. No estás. No.

Ahora lo sé.
Nunca fui tu verdadero hijo.









viernes, 18 de octubre de 2013

Es Niebla




Es ésta la mía, una vida de simulación.
 Aún a mí se me antoja demasiado penosa, la tarea de replantearme las cosas, ser capaz de una gran introspección, y en consecuencia renunciar a los pocos aunque valiosos frutos, de los que he sido capaz de apoderarme durante tantos años. En estos instantes del día, tan queridos por mí, sé que nadie puede alcanzar mi verdadero ser. Ahí abajo, infinitas personas se apresuran o se dejan ir, engañados e ingenuos, frustrados y errantes. ¿Soy uno entre ellos? Para ser justos, he sido capaz de que nadie se preocupe por esa circunstancia en cuanto a mí concierne, mi auténtica vida, y en resumidas  cuentas, quién soy yo realmente.
Car, sigue hablándome de amor. Por favor, no permitas que este silencio triste robe nuestras palabras – Ella le llamaba así para establecer una diferenciación, en el fondo ilusoria, para con el resto de quienes le trataban. A él le molestaba, pero muy poco. A pesar de tantas personas como habían desfilado por el imaginario que conformaban sus recuerdos, no podía evitar sentir tristeza ante estos destellos de luz, enteramente ilusión. Se decía que, los auténticos sentimientos debían semejar algo parecido, pues los resultados, devastadoramente dolorosos en ocasiones, habían obrado una reacción idéntica en aquellos a quienes mintió y traicionó. Nunca creyó que verdaderamente careciera de sentimientos, pues ciertamente sufría sin control ni medida, y de forma continua. La diferencia radicaba en albergar éstos hacia los demás. Asistía, atribulado, a la forma en que aquellas mujeres se sintieron desgarradas, y ansió, amó tales sufrimientos. Llegó a convertir en un arte propio, el lograr la realización de una apariencia acorde con el dolor que sentía la persona en cuestión. Se esforzaba en que nada, ningún gesto que se pudiera percibir en él, delatara cuán lejos de aquella persona se hallaba. Los primeros años, con sus tempranas y cuasi inofensivas delaciones, le proporcionaron a su ego un gran aumento en su autoestima. Se sentía libre de todo dolor y debilidad, y permanecer impasible y aislado entre todas aquellas emociones, y gente que, bien se excitaba, alegraba, entristecía o lloraba, le encumbraba haciéndole sentir especial, mejor que nadie.
No tardó en mentir acerca de cómo se llamaba, acerca de su formación, de sus obras. Finalmente, llegó más allá, y lo hizo sobre sus aspiraciones, y sobre sus sueños. No fue difícil en absoluto. Lo sería el intentar regresar a aquel lugar, del que ya no quería ni pensar. Desarrolló una gran carrera, pues su gran capacidad de permutación, asimilación y mimetismo le dotaban de un ilimitado abanico de habilidades, con el tiempo. Todo trabajo que ambicionó fue conseguido. Cualquier logro laboral, brillantemente logrado. Él sonreía lacónicamente, mientras era felicitado calurosamente. Entonces sentía tristeza, sino una empática furia por la estupidez que no cesaba. No es que no tuviera límites. Deseaban creer que él los desconocía. Siempre se desea creer en alguien, y más si éste nos los pide. Él prometía y prometía, y sencillamente les bastaba. Su vida había devenido en una espiral absurda e interminable, de una proporción tal como su entera vida de adulto. Lo más aterrador era que funcionaba, sin el más mínimo atisbo de resbalar.
Hoy, y sentado sobre esta piedra, veo la esfera solar en los límites del lejano horizonte, y un intenso escalofrío recorre mi piel, mientras siento que el sol se desvanece. Así como el día puede permutarse, me pregunto si algún día seré capaz de regresar hacia quien realmente soy. Me pregunto si lo que hay allí no es más que niebla, y si en realidad mi verdadero ser no es nada, más allá de mis palabras que mienten, cada instante que respiro mi vida. 

martes, 24 de septiembre de 2013

La noche que precede a la Revolución


Los pasos no me delatan en traición, no saben de mi nombre, están amordazados con los golpes del silencio. La ciudad de la que jamás pude escapar se escurre en algo de un inevitable impreciso, y la noche me captura ya, está aquí y conmigo.

Un suelo adoquinado y húmedo me espera mientras me sostienen los apoyos de mis pasos, y la ciudad bulle del otro lado de los pesados edificios de la parte vieja .
Gigantes malignos que callan, los armarios vivienda de cemento amargura se hermanan por los hombros unos a otros, mientras desde las sombras que les imprecisan contemplan todos aquellos muñecos como yo, aquí abajo. 

En unos minutos de rehacer algún que otro itinerario de mi recuerdo de máquina, estoy donde los demás, y ya somos como siempre nosotros.
Desde la indecisión me veo ahora saturado por el color exaltado y vivo; debería darme por aludido cuando la gritería me pertenece y me mancha los sentidos. Zarandeados y abrazados, nuestra masa de vertebrados concienciados oscila entre gritar y quedarse desamparados de aliento.
En ciertos puntos de la gran ciudad se elevan hogueras. El gran Palacio se consume y colapsa, mientras los gobernantes se precipitan en huída hacia las fronteras del imperio.
Luces nocturnas primarias tililan en mis pupilas agnósticas.
Supongo que es la revolución.

Lo cierto es que no escribí en ninguna parte una memoria de todo esto, de cómo funciona la vida, y de cómo soy absorbido o manejado por esta. Si alguien con un machete se deshiciera de la maraña herbórea que amuralla mi vida imprecisa, no sabría absolutamente nada de la cuestión que me retiene entre los vivos.
No dejo ninguna pista, ni un significado ni instrucciones de uso acerca de cómo ser yo y suplantar mi papel.

Los desposeídos de esta ruina que aparenta renacer comienzan a aproximarse a mí. El engaño que nos unía en la oscuridad se ha quedado apenas a una puerta cerrada de distancia, en el recuerdo de lo que fue mi vida. Muy tristes y muy, muy lentamente me buscan con ojos de laguna olvidada.
Me dicen que lo sienten, me cogen las manos con un calor que me hace temblar de novedad y sorpresa, y no puedo estar en ninguna parte sino con ellos, que me creen aún en mayor tristeza que la propia suya.
También lo siento. Y ellos. Lo siento tanto tanto, me dicen en ronquido suave que logra ascender sus gargantas.
No sé por qué, yo también quiero no carbonizarme como un amor viejo y verdadero; siento la vida en la que triunfan tantos triturando a los que, como yo, tiemblan ante los faros veloces de vuestra determinación invencible.
Unos minutos después, y ya no queda de ellos nada, ni esa luz que alumbró la extraña plaza.
El amanecer viene.


miércoles, 24 de julio de 2013

La Búsqueda


La impasibilidad ante las cosas o el estoicismo frente a la dureza de la gente no tuvieron nada que ver con ella. Todo la dañaba, todo le agotaba y terminaba por debilitarla.
Tan deteriorada como pueda imaginarse fue ella, sí; atenazada por la enfermedad y por los esfuerzos más nimios de su corazón, no fue capaz de aguantar demasiados embates de la adversidad antes de derrumbarse entre una tos amplia y ronca de polvo.

La marea erosiva de la vida la había dejado meciéndose junto a la orilla, bastante más incosciente de lo que aún quiso reconocer. No obstante, terminó llegando a ese apartadero sin luz donde muchos de nosotros nos intentamos interpretar un fracaso menos sonoro, de baja estofa, sin mucho ruido hacia afuera.

Anteayer era tan tan joven, tan ingenuamente intacta y poderosa. Se creyó posible que pudiese conquistar todo. No obstante, el tiempo aceleró muy muy rápido, y los veinte pasaron en imprecisión, sin conmoción alguna. Al día siguiente, un espejo de su especie disminuída le contó algo sobre sus treinta, y ya sus armas languidecían atávicas, exhaustas como el mismo aire este de veneno irredimible, que bebe y regurgita nuestra sangre, como un inevitable.
Antes siquiera de ser paralizada por una derrota total, no fue capaz siquiera de reconocer la colina que debía conquistar, los enemigos a los que debía abatir. Ya era tarde.

Un poco de reojo, manteníamos todos sus amigos una distante atención al rumbo de sus posibilidades en este fregado. Los confusos acontecimientos terminaban por amontonarse y darle nombre a eso que se llamó su vida.
Se le deseaba lo mejor y el éxito -lo sabemos-, pero se aguardaba, se anhelaba el fracaso que nos igualara en la impotencia estéril que es nuestra tierra patria tan querida; esa clase de incapacidad que tan sólo irás desarrollando como unas excusas y unas poses mejoradas para justificarte en el delirio común.

No obstante ser apuñalada una y otra vez por las desilusiones, emergía entre todo aquel fango y entre todos nuestros abrazos y frases de aliento mentirosas de necesidad. La rendición no quedaba contemplada, y la rebeldía se aliaba con ella. Rabia y dolor, sus acciones y sueños llegaban a mí, a los otros.
En favor nuestro podemos alegar que cada día resultó más fácil mitigar y apisonar la escasa culpa que aún alboreaba en el alma. Ya no había lucha interna, y la simulación afloraba sin dolor, pura y beatífica. A fuerza de nuestras decepciones y esperanzas carbonizadas pasadas, habíamos perfeccionado una insuperable versión de seres humanos, resplandecientes, rebosantes de bondad y paciencia, de hipocresía inatacable.
Sus verdades, esas búsquedas fantasmagóricas de justicia o amor que iban marchitándose, eran acogidas con gravedad pero con benevolencia inagotable. El papel nos pedía bastante, pero nuestra práctica para la mentira era dilatada como el interminable afluente de la propia podredumbre. Estábamos dispuestos a descargar sobre ella toda la muerte que desconocía y no podía comprender.

Hoy nos sentamos aliviados todos juntos al lado del fuego. El cadáver de su búsqueda centellea, y desde allí arriba y en el azul nocturno, todos los que fueron sus sueños parecerán brillar a lo lejos como una nueva estrella en tierra.
No sabemos qué logró finalmente vencerla, pues engañarnos un poco más ni nos duele ni podrá dolernos; los años, la amargura, el cansancio. La vida acelera ahora aún más de lo que se creía posible.
Ya no es alguien ella que haga cosas. Le pasan cosas.


lunes, 8 de julio de 2013

No te quedes


A pesar de todo, no has venido conmigo.

La cuestión pareció divertirnos muchas veces, ¿recuerdas?
Todas ellas tuvieron lugar a lo largo de ciertos primeros años de la existencia coincidente, mientras nos manteníamos en la ilusión de estar aún en la cresta de la ola.
Teníamos aquella ingenua confusión de justificarnos ante una casta emergente que se aupaba sobre la inmediatamente anterior. Mirábamos a otro lado, y a mí no me dolía tanto mi cuerpo, ni tan poco el corazón. Un poco avergonzados, permanecíamos en silencio cuando te tintabas el cabello, y fuimos olvidando eso de hacernos fotos o mirarnos a los espejos.
La esperanza sonaba así como trompeta lejana y sofocada, en aquellos suspiros envenenados con que los veranos nos aplacaban momento tras momento en las tardes sin terminar y sin fe.
Ya ni recuerdo si protestaste, o si lo hice yo. No caben esperanzas al respecto, me temo. El fragor intenso de la despreocupación es sólo algo que ni es memoria, y los pensamientos ni son tales. Me recuerdo en años diferentes del pasado queriendo parar todo y recapitular; algo evocador e inferido de grandeza, pues soñar jamás debería dejarnos en poca cosa. Pero no obstante, la revisión no tiene lugar. Un algo nuevo efímero y despreciable parece suscitar mejores y más estúpidas expectativas, y el panorama onírico y sentimental que son los años apagados van yéndose lentamente, como una marea que jugara a Dios mientras nos sumimos en la inconsciencia, mientras nos dejamos caer en el sueño.
Todo es sorpresa que nos tuerce el gesto blandamente un lunes cualquiera, cuando pretendemos que hay tiempo en alguna parte de un futuro del que no creemos una palabra. Un futuro que es nuestro enemigo, ya que no nos quiere allí.

De esta forma, la intimidad de la muerte compartida es una ilusión con la que no vale la pena engañarse, aunque nosotros también tuvimos la esperanza de lograrla. No sé medir ya el paso de la vida, pero sé que nuestras manos se apretaban mirando la noche, y nos silenciábamos sin tener que mirarnos. Llegar al umbral de desaparecer, y saltar ya eternos los dos.
Mi mente no parece acertar con precisión las épocas, los lugares o los personajes de esta función, y ya no puedo culparla; el juicio llevaría tiempo, y la burocracia no tiene ni siquiera aquí recursos para retenerme más allá de unos pocos minutos con su papeleo. En breve, mi incomparecencia será al fin justificada.

Esas amarras que me retienen al puerto y a una tierra que no puede ser mía están siendo cortadas por alguien.
Parecen tener prisa, parezco haber aceptado la renuncia de saber que estos alientos míos que aún oyes son los últimos.

Los recuerdos son tenues, son imprecisos testigos de ti y de las palabras que me has susurrado con ternura en los instantes que han precedido a todo esto. Todos ellos y tú misma no sois más que relámpagos que sólo pueden encender instantes de cielo.
Un nuevo relámpago magnífico, nuevo y definitivo, incendia los últimos bosques de color que reposaban en mis ojos. Tan entera, tan hermosa. No quieras irte conmigo. Me sostienes..¿es aún mi mano? No quieras. No quieres.

Sois lo que fuera un presagio, y vagais sin rostro y demudados, ya no os reconozco, ya te he olvidado.




viernes, 14 de junio de 2013

Entre dos sueños


Nosotros, seres luminosos somos.

Nadie nos entiende, nadie nos comprende, estamos al margen, especiales tan especiales somos,
tanto tanto que nos caemos, nos caemos, sin fin, sin choque que nos destruya, nos perdemos,
me pierdes, te pierdo.

¿Fuiste tú quien me trajo hasta aquí, fui yo?
Me duele más la espalda, no soy el mismo, cariño perdido mío. Me postro junto al calendario, y le reconozco como enemigo más poderoso.
Fue hace mucho tiempo. Pretendimos algo, no sé muy bien el qué, ¿sabes?

Incluso te miro esta tarde, tan cerquita de mí, jugando una de tantas veces entre nosotros, y,...esa sonrisa tuya, esa piel tersa, sonrosada, que es capaz de ruborizarse..¿se trató de ti?
Y caigo, caigo con error de viejo incipiente. No, no, mil veces no.
Recién llegada, has de disculparme. He depositado en ti un credo, muchas noches de pensamientos, los últimos instintos del deseo. Creerme niño mientras patino en el lodazal turbio sin fin que me lleva de aquí, muy lejos.
He de asegurarme que errar es mi prerrogativa, es preciso. Abjuraré de ti, prometeré que nunca podré amarte, mujer que suplantaste imágenes, que mentiste entre suspiros a mi corazón que se desmaya.

Aún puedo escabullirme de respirar este presente que me tolera, al que yo no consiento aunque me de estos aires de supervivencia.
Aún esta pervertida noche de primavera he podido volver a donde estuvimos juntos.Sí, tú, la mujer verdadera. Escucha tú y nadie más.
Las manos, tus manos, el color diluído de las formas, la ausencia de todos los sonidos. No les esperamos aquella noche,
¿Recuerdas? No hicieron falta.

Ayer, el otro día en realidad, me doliste una otra vez. ¿Fuíste tú? ¿Eras el pasado, eres la chiquilla del presente que nada puede entender?
No, no era engañarme rozando tus formas, aparentando distracción, prometiéndote que yo ya soy de los que no sienten nada.
Era tan sólo una mentira, sólo traición, que aún deben quedar para mí.
Y caigo. Caemos. No bien sé si somos realidad o recuerdos. Si ya estoy destruido y tu me das tan sólo unas caricias de clemencia.

Qué engaño este de los dos. Jugamos un poco a que andamos desatinados, a que no habrá manera de ajustar pasado y presente.
Pretendemos en esta noche de imaginación y de todo es posible que no llegará un año lejano en el que estos instantes sean polvo miserable, sean viento, sean palabras inútiles para mejor lenguaje,
el nuestro...

Siento tu energía, y una lágrima resbala suicidándose desde tus ojos medio abiertos. Es infrecuente, no me abrazas, ahora lo haces. ¿Quién eres?
¿Te has dado cuenta, ahora que ya todo se pierde como se pierde?
Adiós, pasado, adiós, presente.

viernes, 5 de abril de 2013

Inclinado


Supe que no eran de este mundo de inmediato. Una primera llamarada, una onda nace en el cristal aéreo, y es a veces suficiente.
Algo no encaja. Está fuera del cuadro, es un descuido impertinente con el que han pretendido embaucarnos. Y este era el caso.
No caminaban como los demás, no lo hacían como nosotros.
Como jactándose del paisaje y de la vida misma, pisaban despreocupados un escenario pavimentado de flores y encantador que no sufrían. Eso era todo, mucho.
¿Nosotros? No. De ningún modo.
Mi cuñado arrinconándose poco a poco por los lazos que no cesaban de lloverle, ansias de verdugos sin más.
O tal vez como aquel otro hombre del que ni bien conocía cómo se llamaba, aislándose más y más en cualquier parte residual de un mundo más esquinado progresivamente, abyecto y sin refugios. Creo que no hallaba lugar sin ruido ni persecución, hálito de aires calmados donde pudiera esconderse y lamentar, tener miedo, la vieja aspiración. En fin, yo mismo, ya pueden suponer, ausente para la confesión.
A diferencia de ellos, poníamos un paso sobre otro, y otros tantos de seguido como marionetas apaleadas. No había espejo al que mirarse, no hacía falta.
La vida nos había inclinado.

Me vienen los sonidos de plomo, amargos y metálicos desde el fondo que de tarde en tarde encoge mi garganta, ante tus dudas que no acaban, que nunca acaban.
Les miras caminando todo tiesos, infalibles, me miras sin entender nada en absoluto, me sonríes.
Doy gracias de que no sepas hablar, ni mi lengua ni la de nadie. Noto nuestra proximidad incomprensible, se diluye el esfuerzo de sacrificar representaciones que a nada alcanzan.
No envidio la tienda frecuentada y pisoteada
de todas esas letras iluminadas en el trasfondo que es la mentira del escribir,
prostitutas y viajeras que a todos se arriman bondadosas, imparciales e insensatas.
No, no las necesitamos tú y yo. Tu incapacidad te edifica como ser nuevo, y las fronteras son recuerdo del que echar mano para entender otros que no deben importarte.

Sí, ante ti sí me confieso. Camino inclinado de los años y de las cosas, de no haberte tenido antes a ti y a tu sonrisa, ante la cual fracaso, y me inclino un poco más, decepcionado.
Mas, ellos no están contigo. Ni pueden entenderte como yo no te entiendo, ni pueden hablarte como yo nunca podré hacerlo.
Retorcido y calle abajo, camino para volver a tus ojos.




lunes, 18 de marzo de 2013

Asiéndome a unas pocas cosas de él


Esto es la búsqueda de un hombre a solas. Resulto estar de bruces en esta, persigo el fantasma.
Mi mano se retira del fuego, y ya vacilo también sobre aquello de que es hombre.

Tal vez también ese quien fuera dudaba, y se desprendía de tarde en tarde de los atributos con que le insinuaban la existencia en este mundo.
Es este mi hombre en el punto de mira una música desafinada, y una historia que se apergamina, desintegrándose entre los rincones de los pensamientos.

No es mucha la distancia que me separa de los recuerdos auténticos con que podía retenerle.
Ahora sólo sé que ya no tengo cómo ponerle grilletes, cómo saberle en lugares de precisión y acierto, casillas para rellenar de mi formulario estúpido inconfesable.
Ya saben todos ustedes que él no pronunciaba palabra.
Las brasas de su voz debieron agotar su incandescencia hacía ya tanto, tanto tiempo. Piensas crueldad y aciertas a la primera, como el relámpago frío y certero que es el fin destructor.
A veces, unas pocas mentiras humilladas y fantasmales lograban así la evasión, y se defenestraban desde sus labios de grietas arqueológicas humanas.
Recuerden asimismo cómo se azoraba, cómo desdecía la presunción que le presumía distinto y ajeno.

En aquel bar me gusta sospechar que languidecía todas aquellas tardes lamentables que no engendran diferencias.
Me gustaría poder tenerle ahí, sí.
No cegarme por el sol, deslumbrando desde el otro lado de mi cueva fúnebre, y poder aunque fuera un instante pensar que podía ver la brisa, que podía ser capaz de entretenerme suspirando al viento de ese fantasma mío que no logro traer de vuelta. Concluyo agotado en que él se limitaba a no dejarse coger. Mi ceguera era irreprochable, certera, torpe, sumisa. El negro de mis ojos no se acostumbró, no se acostumbrará jamás a todos los evasores, todos esos que no terminan por ser algo único para siempre.

De tarde en tarde me atrevo a pensar que si le pongo mejor cara a ese espejo que aún me sobrevive, que aún nada reprocha, seré alguien capaz para los recuerdos mejorados, que no traicionan y que arreglan un poco el pasado de catástrofe, y de furia.
El futuro les mejorará.
No escaparán.

viernes, 8 de febrero de 2013

Somos el ayer



Ya ni siento ni padezco
he pasado demasiado tiempo ahí
junto a ti o junto a ella, pendiendo del tiempo y asomado a los vientos
aquellos,
perennes
que mecían cabellos..
que forzaban a mis labios distintos de entonces..
¿recuerdas?
alzanzaban las orillas de tu piel suave, narcótica..

 ¿Hoy...? o fue ayer? me propuse que me supieras feliz
 Anduve así como distraído
las estupidas cosas
las malditas necedades relumbrando en el infinito..
bruscas
chocantes
efímeras en el alambre de este sinsentido que apenas sostenerme puede

Río, me veo riendo aun a pesar de mí
a más no poder soléis decir
Heme aquí, haciendo jirones de ti
salpicando indiferencias a indiferentes y tal vez inermes almas
El aroma de la anticipación
la frustración de arder débilmente en la tristeza
unas manos apretándose a pesar de todos,
y en nuestro secreto

Todo te es ya ajeno
¿no lo sabías?
Y comercio contigo
vendo nuestros destellos
cuanto aun veo confundido por aquí
entre las cenizas
de la última vez que mi corazón tuvo que arder




lunes, 4 de febrero de 2013

El penúltimo escalón


Ya ni los muertos me siguen. No sonríen, velan su atención y distraen su afecto hacia otros lares.
Nunca fui un gran talismán, y los últimos días de los calendarios son visitantes insidiosos que intensifican esa sensación digamos crepuscular que envejece en mis venas, deterioradas como la misma y vieja vida; sí, tú te quedas conmigo, persistes mal que me pese, compañera única, envenenada amiga postrera.

El silencio señorea en esta antesala de la muerte. Aquí y allá, se descuelgan de sus ataudes unos cuantos inquilinos con sus ciertas dosis de impaciencia. Los sorprendidos aún no encajan la despedida, ni saben dónde darle cobijo, ni con qué palabras perdidas; a esto seguirá la decepción, ya que la tristeza se irá diluyendo como aquella eterna tinta negra de los escritores desdibujados.
Olvidé esas decepciones. Sí, de pasada solían aún ocurrirme desvaríos y ternuras no muy bien aconsejadas.
Me enamoré de la fragancia de su cabello, su risa indómita sin eco, su susurro que no fue ya ilusión, y que mis palabras olvidan, extinguen, difuminan en esta línea que ya no dice nada.
O fuiste tú, quizás, con la sonrisa de viento y soledad, refugiados una mañana de un marzo que no podré recordar.
Te seguí. También la otra tarde, recogiéndote en jirones y lágrimas desposeídas, que clamaban aún calientes sobre el asfalto.
Y todo resumido en el trance imposible de tus labios, uniéndose para aprisionarme, para negarme más confidencias que hubiera bebido como el mismo cielo escanciado. Y me equivocaba, te equivocabas, ya no queríamos regresar, demasiado tarde. Y la muerte de los dos. Yo muy bien, ya tengo 31, esa niña que quise tener también.

Veo sus tristes expresiones, que se deslizan interrogadoras hacia mí y mi reflejo, que les observa en la indefensión y la excusa cosida tan aprisa.
Ahí cojea aquel que fue un amigo durante un par de años. Constata que todavía no sé devolverle su empeño, ni unirme a su mirada fantasmal, que yerra mis ojos.
Allí, ella. Todavía recuerdo sus faldas de hechizo, de la luz tenue que una vez las desdibujara más allá de mis sentidos. Nuestras palmas conciliaban nuestras propias guerras, y retrasábamos la muerte hasta aquellas baldosas neutras aunque conciliadoras, coloreadas de un cierto engaño en aquel tiempo de nuestros veintitantos, de no sé cuándo.

Comprenden que aguardamos, juntos, pulverizarnos al fin en infinito haz de imposibilidades frustradas. Comprenden y lamentan. Nadie a quien rendir cuentas, vuelven los azorados rostros, y ven llegar entre la neblina espectral a sus propios fantasmas del pasado.
La partida está próxima, ya repica, nerviosa, la campana para nuestro último adiós.


martes, 1 de enero de 2013

El rastro de la pérdida


Te lo merecías. Nadie como tú, nadie.
Es el momento de la gran sonrisa, del tiempo elegido.
Una chica entre un millón, rutilante espejo en su gesto, deslumbrante sonrisa, elegida entre grises otros que simplemente ningunean el vivir. Por una noche me gustaría darte el tiempo de tu acierto y de mi desuso, envolverte en una nube de gloria, y hacerte olvidar hasta que soy yo quien te suspira al oído estas palabras diferentes a las mías de siempre.

Mírate construyéndome esta mañana de cristal claro. Después de inventarte el amanecer, tus suaves dedos acarician mi cuello, que toda la vida fue poco más que piedra deslustrada. Mira esa corbata que añades a ese que ya no puedo ser yo. Un fantasma de cartón piedra es quien soy, mientras atreves una sonrisa a medias entre tus labios profundos.
Quisiera ser ese que intentas adivinar, en el silencio de magia que sobrevuela tus nubes de niña.
Pero no puedo sonreir. Me detengo de bruces contra el pasado que me antecede y sustenta, y me veo como aquellos otros que eran erigidos más como ideas que como sencillos hombres de barro, todo cuanto de verdad tenían.
Más, sigues la broma triste, y yo, aún joven y confiado en la mudable y veleidosa fuerza, me compadezo de ti, de mí, de este mundo que necesita engañarse aun amando. 

¿Antes de ti? No quieras saberlo, quieres saberlo. El peregrinaje. El peregrinaje de lo maldito y de las huellas lastimosas de la soledad.
Nadie ya en los campos arruinados, arenosos. Estos se retorcían de rencor hacia el caminante solitario y volcaban toda la mísera herrumbre de las desgracias guerreadoras humeantes. En la versión de vida con que debo contentarme, no podía ya sorprenderme del dolor de que los ajenos habían legado.

Las tierras se sacudían, asqueadas del pasado. Aquí y allí ruedan miles y miles de cadáveres que fueran fungidos como fósforos tiempo ha. La gran guerra, la necesaria batalla, el sacrificio de, la toma de aquello otro, el altar a las columnas de humo. Lágrimas descendiendo, ríos de sangre fluyen en el paisaje sin sol. Eran las cosas, que habían aprendido nuestro lenguaje.

Y yo tan sólo era aquel vagabundo sobre el que los campos podían fijarse, en las horas muertas de las siestas de aquel verano. Mi culpa, la supervivencia.
Junto a ti. Que no sabes quién era yo.