Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

martes, 24 de septiembre de 2013

La noche que precede a la Revolución


Los pasos no me delatan en traición, no saben de mi nombre, están amordazados con los golpes del silencio. La ciudad de la que jamás pude escapar se escurre en algo de un inevitable impreciso, y la noche me captura ya, está aquí y conmigo.

Un suelo adoquinado y húmedo me espera mientras me sostienen los apoyos de mis pasos, y la ciudad bulle del otro lado de los pesados edificios de la parte vieja .
Gigantes malignos que callan, los armarios vivienda de cemento amargura se hermanan por los hombros unos a otros, mientras desde las sombras que les imprecisan contemplan todos aquellos muñecos como yo, aquí abajo. 

En unos minutos de rehacer algún que otro itinerario de mi recuerdo de máquina, estoy donde los demás, y ya somos como siempre nosotros.
Desde la indecisión me veo ahora saturado por el color exaltado y vivo; debería darme por aludido cuando la gritería me pertenece y me mancha los sentidos. Zarandeados y abrazados, nuestra masa de vertebrados concienciados oscila entre gritar y quedarse desamparados de aliento.
En ciertos puntos de la gran ciudad se elevan hogueras. El gran Palacio se consume y colapsa, mientras los gobernantes se precipitan en huída hacia las fronteras del imperio.
Luces nocturnas primarias tililan en mis pupilas agnósticas.
Supongo que es la revolución.

Lo cierto es que no escribí en ninguna parte una memoria de todo esto, de cómo funciona la vida, y de cómo soy absorbido o manejado por esta. Si alguien con un machete se deshiciera de la maraña herbórea que amuralla mi vida imprecisa, no sabría absolutamente nada de la cuestión que me retiene entre los vivos.
No dejo ninguna pista, ni un significado ni instrucciones de uso acerca de cómo ser yo y suplantar mi papel.

Los desposeídos de esta ruina que aparenta renacer comienzan a aproximarse a mí. El engaño que nos unía en la oscuridad se ha quedado apenas a una puerta cerrada de distancia, en el recuerdo de lo que fue mi vida. Muy tristes y muy, muy lentamente me buscan con ojos de laguna olvidada.
Me dicen que lo sienten, me cogen las manos con un calor que me hace temblar de novedad y sorpresa, y no puedo estar en ninguna parte sino con ellos, que me creen aún en mayor tristeza que la propia suya.
También lo siento. Y ellos. Lo siento tanto tanto, me dicen en ronquido suave que logra ascender sus gargantas.
No sé por qué, yo también quiero no carbonizarme como un amor viejo y verdadero; siento la vida en la que triunfan tantos triturando a los que, como yo, tiemblan ante los faros veloces de vuestra determinación invencible.
Unos minutos después, y ya no queda de ellos nada, ni esa luz que alumbró la extraña plaza.
El amanecer viene.