Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

jueves, 30 de agosto de 2012

sin resignación



Siguió incomodándonos, haciéndonos sentir mal. Un egoísta toda su vida, y en los últimos años de su vida fallida e imperfecta, se empeñó de alguna manera en no hacernos las cosas fáciles.
Sufríamos viendo a aquel ser triste, que languidecía cada vez más olvidado de la escasa familia que lo soportaba. Cada vez más de tarde en tarde subíamos aquellas escaleras, y allí estaba él; demacrado y lamentable, viendo cómo se le llevaba el paso del tiempo, sintiendo en cada poro de su piel de qué forma su físico un día hermoso y fuerte se estropeaba sin remedio, junto con sus ánimos.

Nos hubiera gustado que, en fin, él fuera uno de tantos otros viejos; de esos que aceptan la consabida historia acerca de la labor natural de la vida. Ellos parecen felices sabios. Si me apuran, naturalmente diré que los hay que refunfuñan más o menos amargamente; es un postrero estertor de rebeldía ciertamente conmovedor, por lo estúpido. Sin duda, el sentirse perplejo ante los contínuos cambios vitales, es una característica muy humana, algo que podría casi darse por hecho en cada cual que viene al valle de lágrimas.
Nos hubiera gustado notar cómo el último viento del apocalipsis hiciera presa en él. Hubiera sido tal vez constructivo verle adoptar una postura de bondad moral, antes de que el libro se cierre.
Es sabido que hay ideas a las que aferrarse, en un intento de otorgar a alguien e incluso a nosotros mismos una justificación; se expresa en una renovada devoción religiosa, una cercanía a la familia desconocida hasta que llegan esos años.
No obstante, él tampoco fue de esos.

Él no pareció jamás sentirse inclinado por toda aquella comedia. Se daba cuenta -cómo podría no haberlo hecho, si cada día aquellos espejos le contaban esas cosas- de cómo todo se venía abajo en primerísima persona. Entristecido y arrinconado -porque odiaba de forma creciente e insaciable a este mundo que le desintegraba tortuosamente-, era todo rencor y tristeza; una tristeza tanto más humana como delatora y antinatural, lamentable para sus extraños y también humanos congéneres.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Guille





Allí y recostado contra el mullido cojín, en todo momento sonriente y confiado, Guille le miraba, siempre fiel y dispuesto a devolverle con aquel buen humor que desprendían sus inertes ojos, esas ingentes cantidades de abrazos, arrumacos y esperanzas que él había puesto en su amigo. Desde que le conociera, tantos y tantos días atrás que se perdían en la leve lejanía que otorga el olvido, se había convertido, por el derecho que el le concedía, en inseparable amigo, fiel y cariñoso compañero de demasiadas noches de miedo y angustias. Él podía discernir ya, a pesar de su corta edad, sobre la conveniencia de tener buenos amigos, un compañero fiel sobre el que apoyarse, y a quien contar absolutamente todo cuanto pudiera atormentarle.

No obstante, le resultaba del todo incomprensible el hecho de que Guille, y el sendero por el que juntos caminaban en su especial amistad, no fuera aceptado por sus padres. Él había hablado, llorado y pataleado de la única forma en que deben hacerlo los seres humanos cuando se sienten definitivamente desolados, y arrojados a las negras penumbras de la desesperación. Sabía que era muy pequeño, y Guille, bueno, ciertamente no era asunto suyo preguntarse acerca de su procedencia, el tiempo que llevara existiendo en ese mundo de gente mayor incomprensiva y malhumorada. Varias veces, demasiadas en fin, intentaron separarles, e incluso le tildaron de loco. Valientes mayores, los que se empeñan en nombrar y reprobar lo que no son suficientemente hábiles de mente o espíritu, aquello que nunca quisieron comprender o aprobar. Quizás olvidaron el tiempo en que ellos experimentaron parecidas sensaciones, y disfrutaron con el vértigo que nace en el interior de los seres humanos ante la emoción de lo prohibido, de lo incomprensible. Aún así, ellos no deseaban echar la vista atrás e intentarlo. Demasiado tarde, alguien hubiera dicho desde su alma. Ni quieren, ni podrán nunca volver a ser flexibles, abiertos.
Ellos, como tantos otros, vestían ya disfraces para encajar en la soportable sociedad, y llevaban frente a sus ojos gafas para tener esa cierta visión que del mundo era obligatorio poseer, si deseabas sobrevivir. Él no lo sabía, pero sin duda y por el bien de la raza humana, el ciclo había permanecido inalterable desde los lejanos confines de los siglos, y no habría precisamente en aquellos instantes de surgir un bicho, alguien sin importancia, para hacer que tantos y relevantes principios avinieran a desmoronarse, por el mero capricho de lo que podían ser unos caprichosos deseos pasajeros. Varias veces le habían gritado, y muchas más le habían hecho sentirse mal, en la desnudez imberbe de su pequeñez. Asesinando sus ilusiones, creían que estarían cumpliendo por algún medio con el mecanismo natural y evolutivo de las cosas. Como debería ser. Cuestión de tiempo. Enfermedad que el tiempo cura. Ya cambiará. Él oía, desconcertado, y su pequeño cuerpo retrocedía tembloroso, casi arrastrándose, hasta un apartado rincón de su habitación, mientras contemplaba atónito como golpeaban y lanzaban por los aires la pequeña figura del objeto de sus sueños, el compañero de los mejores momentos de su corta vida de niño.

Cuando finalmente todo acabó, nadie pudo consolar sus incesantes y amargas lágrimas, las peores que nunca había sentido desde que pudiera recordar cualquier cosa.
Ellos, satisfechos y embargados de la satisfacción que da el buen deber cumplido, creyeron haber acabado de una vez por todas con un dudoso instinto, una pasajera época de aquel hijo que todavía estaba por enderezar.
Pero él no podía comprender el fin de todo aquello. Mientras miraba a Guille, destrozado e inmóvil sobre el suelo de su habitación como se encontraba, no hallaba consuelo, ni lo deseaba ya más.

El desfigurado rostro de aquel nunca volvería a sonreírle, y él no sabía la manera de arreglarlo, para que todo volviese a ser como antes, como siempre.
Su pequeño osito le había dicho demasiado pronto, adiós para siempre.







domingo, 26 de agosto de 2012

El Impostor



Le juro que es la verdad. Créame, por favor. ¿Quién sino yo mismo puede saber de qué va la misa donde oficio? Se lo pido, acéptenme -
Su interlocutor sonrío casi imperceptiblemente, y de inmediato sus pensamientos se desviaron con toda facilidad hacia asuntos más acuciantes, y ajenos a aquel lugar y escena. Un poco antes de irse del todo y alejarse de aquel hombre, tuvo a bien despedirse - Usted no está bien. No sé quién podría creerle ya -
Con las manos sobre las sienes -gesto que se había convertido ya en un típico patetismo de él en los últimos tiempos-, el hombre incomprendido se quedó completamente a solas entre la nervuda marea de viandantes, los cuales le salpicaban de cobriza humanidad desde todas direcciones, sin hacerle ni mucho ni poco caso.
Compungido, se dejó llevar por sus queridos pensamientos oscuros y maniáticos, la socorrida desgracia escondida detrás de las noches.
Los peores días amenazaban estar de vuelta, y con ellos la peor versión de sí mismo. El campeón estaba de nuevo ahí, en mejor forma que nunca, versión renovada aunque fiel del desastre más humano y despreciable; espejo y realidad sobre las aguas y debajo de los cielos tumultuosos. Hubo otras crisis en el pasado, y el desastre llamaba a su puerta. Todo estaba a punto de zozobrar, pero siempre lograba encontrar una brecha por la que filtrar de nuevo la luz, entre los interrogatorios y las incómodas y prolongadas torturas de rigor. Sus pasos sobre el cristal del sistema comenzaba a andarlos de puntillas. Su pequeña hija le miraba en silencio por las noches, le temía.

Sin esfuerzo, se vio en los buenos tiempos, cuando la gente le creía, cuando se escurría entre la realidad y sin alarma alguna, viviendo en confortable tibieza, fluyendo como aguas apacibles que se dejan llevar.
Nada podía resultar más fácil; incluso entre sus conocidos y amigos aventajados, los familiares -que siempre suelen ser especie renuente al respecto- y demás peones entre la patulea de su generación.
Todo consistía en asistir como parte constituyente a los sucesos cotidianos, bien fueran estos réprobos o no. Le miraban no sin cierta atención, y un asentimiento serio o, todo lo más, una pregunta evidente y estúpida, era cuanto de respuesta cabía esperar; y no era necesario ir más lejos, ya que esto era perfectamente suficiente y alentador para salir adelante.

Pero de un tiempo a esta parte, y sin saber por qué maldita e ilógica razón, lo que siempre había sido dado por descontado, ya no lo era.
Dejaron de considerarle uno entre ellos. Sospechaban terriblemente de él, y todos ellos le trataron de mentiroso, algunos con lágrimas de desconsuelo en la despedida. De la noche a la mañana, habían dejado de creer en sus vacaciones de trabajo, en su sueldo regular, en sus costumbres burguesas e incluso en la misma existencia y conveniencia de sus hijos guapos y aplicados. Se habló entonces y a partir de un cierto punto, de un vil montaje.
De alguna manera, los que le rodeaban sabían más que él sobre algo concreto que se la había escapado, y no aceptaban su juego aparentemente traicionero y perverso. El montaje y disposición de su vida había salido mal, después de todo.

Con la mejor disposición, se aprestó secretamente hora tras hora a analizar su persona y, por añadidura, su trayectoria vital. Pensaba y volvía sobre sus pasos volviendo a pensar, estudiaba documentación, noticias, cartas, boletines de calificaciones escolares y en fin, cualquier clase de constancia escrita acerca de su existencia; era absolutamente preciso descubrir dónde estaba el fallo, y aquello que les había llevado a expulsarle del paraíso humano y de la convención que había amado la inmensa mayoría del tiempo.
Su aspecto físico comenzó a degenerarse con rapidez, y asimismo se hizo palpable una preocupante despreocupación sobre su apariencia. Los rumores no se detenían mientras tanto, y cuando de tarde en tarde era visto fuera de casa, estos no iban sino en constante y vertiginoso aumento.

De su fin entre nosotros no mucho se ha sabido con posterioridad. Pocos detalles han trascendido, pero no hubo nada realmente valioso que mereciera la pena dejar para el recuerdo de un sujeto como este.
Apuntar brevemente y a modo de anécdota que su mujer -junto con sus nunca bien queridos hijos- no tardó en abandonarle; sí, eventualmente ella obtuvo por cauces seguros todos los datos del jueguecito que su esposo había ido trayéndose al parecer entre manos toda su vida. Mentira sobre mentira, un hombre salido de ninguna parte, intentando ser como todos nosotros.
No se presentaría acusación formal contra él después de todo -aunque según ellos no faltaban abundantes e incriminatorias pruebas-, pero todo era en beneficio de salvaguardar el buen nombre de la familia de ella, y sobre todo por no lastrar su aún prometedor futuro; no habrían de faltar candidatos para ocupar el hueco dejado por el infame, y proporcionar una vida auténtica a la decepcionada  aunque serena viuda.

En cuanto a él, y en la medida en que sus credenciales, declaraciones, promesas y ruegos iban cayendo en el saco roto del descrédito generalizado, terminó sencillamente por no ser. Como un estúpido y tozudo impostor, quedó en el recuerdo de unos pocos transeúntes que de cuando en cuando se cruzaban espantados con él por las calles de ciertos suburbios. A todo efecto, era un verdadero fantasma y una sombra legal, un atisbo de las pesadillas que se esconden tras las sombras que constantemente ponen en riesgo todo cuanto defendemos.

Seguía él con sus historias enloquecidas, profiriendo gritos y asaltando a los ocupados ciudadanos, que se apresuraban asqueados.
Como en un mantra, repetía una y otra vez hasta el hartazgo su nombre, incansablemente y hasta que perdió el juicio del todo.


miércoles, 22 de agosto de 2012

Enfermedad



Cada noche deja ella sus puertas entreabiertas. Cada noche le espera, aun a pesar de que no será cierto.
Conoce demasiado bien el destino, el pequeño pero indescriptible mundo que se abre junto a su oscuridad. En los tiempos en que juntos los dos se amaban al unísono, el tiempo se desmembraba desconcertado, no comprendía qué podía estar pasando.
Ella deja ahora que el sueño vaya aprendiendo a llevársela tras de sí cada noche. Le enseña con paciencia, le ruega para que se la lleve cada vez más y más temprano.
Desde que surgieron los primeros síntomas, ella advirtió los primeros fríos, las noches desangeladas. Semanas más tarde, su enfermedad palpitaba y se abrió camino en todo su ser. Fue dejada de lado por sus amigos, y también por él.

Pero una última buena amiga comprende y deja las preguntas fuera del dormitorio, amontonadas al lado de su corazón que delata. Ha aprendido a no ser ella misma, y a cambiar lo que una vez fue para aquella enferma, que se deshace sobre sus sábanas sin misericordia.
Tal vez la mujer enferma ni entiende ni piensa, tal vez no tiene ni tiempo al fin y al cabo. De cuando en cuando, la extraña amiga llega en cualquier instante de las erráticas noches de verano, y logra llegar junto a aquel lecho demente y sin esperanzas. Junto a la cama, reza procurando no tocarla, y sus labios susurran inaudibles y pequeñas plegarias que no quieren al cielo viajar.

Nadie en la ciudad se interesa por la sombra que deja aquella mujer, y nadie seguirá sus pisadas. No obstante, ella ya sabe que pocos entre ellos duermen realmente. De alguna manera, se las apañan en una ociosidad que no puede ser real, un instinto que no comprende del funcionamiento y del sentido de los ciclos del tiempo. Ella no se engaña demasiado, y les sabe tras las paredes afanándose en oscuros artificios tan atareados como estúpidos, les supone asesinándole con sus miradas pequeñas y viciosas.
Menuda y con el pelo suelto, una mujer joven que es un interrogante de prisas y razones, se escabulle como otras veces. 

La enferma ha ido empeorando sin cesar, y sin duda no sabrá salir de esta. No sabe cómo hacerlo, y está invadida por invisbles fuerzas. El miedo la asalta en las espantosas horas que debe sofocar despierta, entre el ruido y las horas, que se obstinan sin querer apresurarse.
De entre todos los seres que atormentan la vida consciente, nadie le resulta más odioso que aquella chica que llegó unos meses atrás a su oficina de la planta 87.
Ya una mujer ella con vida en derredor de sus ojos, era su mirar de silencio cuanto sabía de la recién llegada los primeros días, y nunca llegó a saber mucho más de todas las palabras que no le decía, pero sí en cambio de todas las que no precisaba saber.

Fue en aquel tiempo que el malestar fatal se introdujo dentro de ella, el cual devino en su dolencia cotidiana. Como una plaga irreverente, la extraña se acercó a medida que todos fueron abandonándola. Las ocasiones furtivas se volvieron necesidad, y sus caricias el único aliento que terminó por quedar en la vida marginal; así es como los apestados deben vivir.

Cuando ya la rabia se hizo insoportable, un día le prohibió acercarse, la golpeó y vio cómo quedaba en el suelo ella y su tristeza. Ya sólo la teme, e incluso entre sus delirios, desearía verla muerta.
En mitad de esta noche que sabes, dos mujeres están muy cerca aun sin tocarse. Enferma y perdida, una se debate y sufre, no sabe dónde se encuentra.
La otra se promete volver cada noche, no rendir esta batalla y perder otra guerra. En la soledad maldita y arrinconada, se dice que los límites de la existencia merecen la pena.
Llora mansamente, y con fe se atreve a poner su mano en la de ella.



domingo, 19 de agosto de 2012

Eres tú



Sin bien saber cómo, en un pasillo oscurecido e interminable abres tus ojos. Sabes que es más real que una pesadilla, y no hay forma de que puedas aquietar tu respiración desbocada, la cual ejerce una vida ajena a la tuya. Tiemblas, sí, estás temblando. No solamente lo haces, crepitas desde las profundas simas de ti mismo.

Notas literalmente pegados a tu piel los finos tejidos que recubren tu cuerpo, y de hecho, no eres capaz de reparar en la forma en que vas vestido, porque te es imposible pensar o hacer algo por ti mismo aquí.
Es cuando te das cuenta de que no tienes siquiera esa potestad, murió desvanecida; este pasillo sin forma aparente y sin color es más que un mero lugar.
Más allá de la juventud desconocida y trabada que tuviste un tiempo atrás, descubres de nuevo que, con suerte, dispones tan sólo del privilegio de, cada cierto tiempo, despertarte con ese tu estupor desafortunado e inoportuno.
Oyes un rumor sin sonido, sin vibración ni certeza. Has adquirido un poder extraordinario, y sin saber de qué forma. Más bien lo sientes como propio; te pertenece. Todo es posible en ciertos lugares de tu vasta mente lastimada.
El peligro se te hace inminente, y quisieras que tus piernas pudieran obedecerte. No obstante, estas no se inmutan. Sólo eres capaz de percibir recorrer tus mejillas una vieja y húmeda sensación, mientras te vuelves hacia atrás, donde una oscuridad allí absoluta anuncia un peligro incierto a ese ciego de siempre que tú fuiste.

Como durante toda tu vida, deseas poder escapar de todo cuanto pueda parecer un peligro. Como siempre desde que recuerdas, terminas por no hacerlo. Desde que tienes ínfimos trocitos de recuerdos allí en alguna parte de tu ser, ansías ser ese alguien que llegue a la orilla de este gran mundo para quedarse de una vez por todas, y vivir algo de verdad. Dibujar esos colores que nadie más podía ver ¿Recuerdas?
Pero sabes que nunca fuiste esa persona. Tanto es así que ya anticipas la carnicería que ese monstruo hará contigo. No te valdrá de mucho ese justo y lastimero razonamiento que le objetarás, mientras agita a dentelladas tus miembros blanquecinos y aún calientes. No comprenderá nada. Exactamente como tú.

Mientras esperas una mala solución para tu vida de ensayo y de medias tintas, suspiras creyendo que eres único juzgado en la hora del fracaso. Por primera vez, tienes un auténtico temor por la existencia, esa que en particular intentas tú.
El gran horror se avecina. Quisieras tener a alguien en quien creer, o tal vez sentir que de verdad hubo un recuerdo tangible que te hiciera humano y débil; pero no es así, lo sabes tan, tan bien.
De haberlo intentado, puede que fueras uno de tantos. Si no te hubieras contentado con mirar tantos y tantos sueños tras las ventanas, puede que no fueras el mejor. Pero no has de descubrirlo.

Las paredes preocupadas de esta pesadilla parecen teñirse de viento, y resonar como aquellas lágrimas tuyas que nunca te descubrí. Se ondulan y calman, se erizan de tu nombre, y notas que ya no puedes nombrarte. A fin de cuentas, has sabido que ni este es tu sueño.
Mal lograste la realidad, y tu final está aquí y en una corta historia de la que no puedes hacer mucho por cambiar. Tal y como todo fue.

Si te quitan todos las imágenes y referencias, todas aquellas personas que viste, imitaste y sustituyeron una vida real para ti, ¿qué te va a quedar cuando te abandone?
Nada. Sólo tú mismo.
A solas con tus sueños en blanco. Perseguido por tu destino.
Este llega un día como hoy, o como otro cualquiera hasta esa personita que resultas ser tú, y no sin curiosidad te pregunta:
¿qué eres tú?
Y antes de que este monstruo ineludible te aseste el golpe final, intentas soñar con fuerza, como nunca.
Se cierran tus ojos fúnebres, y por primera y última vez quisieras tener algo que alcanzar, un miedo por fallarle a alguien.
Zarandeado sin remedio por tu único y postrero enemigo, los sonidos llegan hasta esta noche íntima y encerrada, y te das cuenta de que aún hueles vagamente a alguien vivo...pero son unos instantes demasiado escasos.
Oyes tu propia voz implorando, tu corazón marchándose a algún sitio donde tú eres aquel que ve donde los demás no, ese tú por imaginar. Ese hombre que no podrás ser, el de las promesas y el de los prodigios sin cuento.

jueves, 16 de agosto de 2012

Siempre es el final



Restos de un naufragio.
Caminando entre el aliento de unas cenizas, he logrado alcanzaros entre vuestras miserias y letras, confundidas entre miles y millones de granos de arenas emigrantes. Habéis llegado desde los definitorios y los auténticos restos de todo lo que hay de vital y verdadero en el tiempo. Siempre el tiempo, eterno. Suspendido en la nada, silencioso y enorme péndulo terrestre.

A imagen y semejanza de un ladrón vocacional, me infiltro entre la multitud de miradas de ellos los convencionales. Un poco desdeñosos y preocupados, alardean y miran con vaguedad; mas no descienden hasta la suciedad, donde termino por pisar estas hojas de tristeza garabateada. Quedan allí sobre el paseo, y no pueden verme después de todo. Asoman un tanto así su futilidad, de igual manera que aletearían como perros desmembrados, si descubrieran un día el pantano en que se ahogan sin advertencia alguna.
No hay más humanidad a la vista. Aquí y conmigo, sólo vacíos de donde hubieron personas; lejanas, destruidas en los rincones del mundo y del tiempo. Mis ojos bajan hasta vuestras palabras de manos muertas, y me entremeto un poco a mi manera, asalto vuestra ausencia. Espero no despertaros, espero que durmáis a pesar de mí.
Con pesar, vuelvo a la mar que un tiempo atrás se llevara de mí tantos trozos de mi alma. Es mi destino acelerarme hasta que no pueda más.

[...]
y por favor, líbrame de ti. Te lo ruego. En nombre de todas las cosas que viven, y por todo recuerdo de cuantas tuvieron que perderse. Suelta mis manos, y permíteme que me defenestre contra la dura soledad sin misericordia...
Sé que habrá una escena horrísona en cualquier rincón de la ciudad, en ese puñado de lugares que nosotros inventamos. Lo sé demasiado bien. Ahora no sabes cómo reconocerlo, pero bueno, es igual...llorarás tal vez, harás grandes gestos de desgarro, y yo sabré hallar mi forma natural de aniquilarme por dentro. No lo notarás; y tan fácil como eso, desapareceré de la escena y tú volverás a tener sonrisa de nuevo, antes de que mis suspiros me sigan al doblar la esquina de lo que fue nuestra vida. Sí.[...]

[...]no dejes que me pase esto. Huye de tu amada soledad, acércate a la mía y termina con ella.
Como un animal marino pintarrajeado de ser humano, me desprecio a mí misma otro día más, todas las noches quietas, y ridiculizo tu memoria; empapo de más y más desgracia todos esos...¿años? ¿recuerdos los llamas? Aún te empeñas en usar su lenguaje.[...]

[...]
¿Puedes prometerme, darme alguna garantía de que tú no estarás allí? ¿Esperándome en la muerte? -
Termina de una vez con todo. Haz escorar esta nave definitiva, y condúcela hacia los arrecifes. Siento que una gran y terrible fiebre me domina las entrañas, me eriza los cabellos y me hace aborrecer esta piel que me disfrazó de aquella que conociste.
Llegar hasta mi boda con el destino será quizás un acto de esa fe que no he sabido cogerte prestada, ni hurtársela a nadie que la poseyera de verdad. He de confiarme a ti y a tu mano firme, que han de deshacer estas cadenas. Vuela, barquito. Bate las crestas de las olas, espumea de suicidio este aire salobre de primavera.
De todas formas, estoy condenada.   [...]

Su mirada divaga al fin rendida, y regresa junto a una realidad desenfocada y dolorosa.
Una música que no suena en esa tarde presurosa y anaranjada, y poco a poco, acunada por las mansas olas de abril, un cuerpo de mujer se mece y se acerca a lo lejos, llega hasta la vecindad de mi mirada sin viento.

Una princesa desconocida flota entre vestidos de nieve, regalada por el crepúsculo antes de este marcharse a descansar.


domingo, 12 de agosto de 2012

Otras de mis causas grandes


Me he inventado un fin del mundo para ti.
Hecho a tu medida, el que mereces y sueñas desde que di contigo y bueno, desde ese instante en que aprendí a conocer lo que de verdad querías de mí.

Pero regresa conmigo ahora; no es tan difícil. Seguramente estás esperando en alguna parte, y puedes por fin descansar. Puede incluso que haya un momento para mí, a pesar de que sólo soy una de tantas.
¿Te ves en aquella noche, aquel año que no recuerdas? Tu horrible chaqueta de cuero, y tu comportamiento, que solía ser tan infinitamente estúpido y errático...nos prohibiste volver siquiera a mencionar cómo solías ser.
Y esta noche, ese fin de tu vida pasa porque no sigas caminando; por que no vuelvas a vestirte con sueño y de mala gana, en el comienzo de esos futuros días nuevos. Toda esa esperanza de locos pasa, en fin, por no volver a sentir el peso de tu cuerpo en mi cama.
Coincidentes hasta el delirio, nosotros solíamos terminar rendidos en este espacio reducido, protegidos de cuanto quedaba ahi afuera. Pero tras un suspiro ridículo y cruel, semejábamos dos cofres desorientados y entristecidos, meciéndose en las olas de un mar cobalto, que ni siquiera reconocíamos; eran aguas silenciosas, extranjeras como nosotros mismos.

Imaginar que tus labios ya no me traerán sonidos, es una ilusión que quiero proponerme para ser una mejor mujer, esa que solías pedirme, esa que debía abandonarte como palabras que no se entienden.
Tan sólo necesito que no sigas destruyéndote otro día más. Haremos como si todos esos años que han pasado fueran humo, un triste espejismo sin importancia; ni para ti ni para mí.
Así. Sonríe desde tus ojos cerrados. No es tan grande el esfuerzo, ¿verdad? Han habido malas rachas antes. En muchas de estas yo incluso estuve contigo. Tal vez pequé de mentirosa a veces en el pasado, sí. Puedo reconocer eso. ¿Sabes por qué? Porque ya no hay tierra ahí delante que nos sostenga.
Ha sido tan rápido el fin, que ni siquiera el destino ha podido inventar una realidad delante de nosotros...

Lamentable es mi forma de ser. Advenediza y tan humana como la de los demás. No he estado a tu altura, y aunque tú ya no entiendes nada de cuanto te digo -nunca lo hiciste cuando te creía como yo-, debes saber de mi condición miserable. 
Nunca en mi vida y hasta ahora, fue necesario que dijera la verdad. No la gran revelación acerca del origen de mi vida o la solución de la tuya, no. Estoy tan contaminada como los demás.
Y puede que sea por esa causa que tú me abandonas, a mí y a esta atrocidad con la que tendré que levantarme mañana a solas, y sin ti.

Aun anoche, y poco antes de que dejaras de escucharme, apelaste una vez más a esas tus fantasías, por las que siempre andé al borde de un abismo.
Me contaste que no tienes nada que contar, que no sabes de fotografías ni recuerdos de tus vidas anteriores. Dijiste no ser nadie, no venir ni siquiera de la nada, que al menos puede esta nombrarse. Entre lágrimas de excepción, confesabas que querías dejar de vivir. Lloré entonces, y nunca había sucedido algo así.

Una vida de hombre sigue a otra, y sucesivamente, regresas permaneciendo en mi mundo mortal y fallido. Yo vivo en este mi mundo, y no te creí porque aún no te rodean seres como tú, tan viejos y extraños.

Y heme aquí, en ese lugar donde tú me has arrastrado sin pedírmelo. Creaste un estado dentro de otro estado, y yo, cegada y cada día un poco más insomne, he sido culpable del crimen de igualar tus locuras, traicionando las causas de aquellos que solía creer mis compatriotas.
Al ser tuya y abrirme en ese horizonte que yo me prometí, he descubierto que ni tú quedarás para ese mundo nuevo tuyo.
Me quedaré con todas esas cosas que podrías haber sido para mí, ese hombre que podrías haber logrado si te hubieses repuesto de tus problemas y de aquello que te atormenta, y si tu enfermedad no hubiera sido tan terrible; tan antigua y tan anterior a mí y a mi vida mortal sin importancia.

Pero no despiertes ya más, que no puede ser posible. Sólo eres un loco más al que cogí cariño.
Un día te echaré de menos, querré añorar e irme como tú.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Eterna



Sacas a pasear tu descuido, pero siempre regresas. Somnolienta, tu cabello tal vez hoy ya demasiado desmadejado y un poco perezoso, tal y como son estas tardes de condena eterna, que ves marchar desde tu ventana de soledad.
Podría parecer que hoy se retrasa todo nuevamente, mientras ves desintegrarse el gran azul, y tus pupilas terminan por confesar la verdad de todas aquellas decenas de fieles estrellas, asiduas y viejas.

No hace tanto desde que te descubriste perdida y lejos de ti misma. Sí, una noche antes de darte por vencida entre tus lágrimas cercanas, tan calientes y verdaderas, tan secretas y difíciles.
Dejaste la puerta bien abierta, y no te importó tanto, te dio igual por completo.
Unos pasos de un hombre más desaparecían del mundo para siempre, siguiendo en torpe sonido a un igualmente torpe hombre, burdo en sus lamentos huecos, alma perdida a fin de cuentas.
Blanqueada se pinta con dulzura tu piel desnuda frente al fulgor de la luna; silencio de culpa, de huída y de vértigo,  supiste tú por primera vez en qué lugares habías ido siendo abandonada.
Y fue pasada la medianoche que al fin devolviste la mirada al cielo incansable y paciente. El mismo que cada noche te veía mujer, y que se te llevaba de la mano, cuando todo concluía.
Y fue una noche de aquellas, en las que te reconociste en la bóveda celeste, y cuando ya ésta cerraba otras nuevas páginas de tu existencia. Te viste niña, te viste crecer, te viste creer que todo estaba perdido. Incluso la esperanza se encontraba allí, a lo lejos. Toda tú, perdiéndose conforme la noche nacía y moría cada jornada en el tiempo.

Ha sido hoy mismo y a poca distancia de aquí. Has descubierto que la vida sigue sucediendo. El tiempo y algún rastro de este mundo aún recuerda esos instantes de dudoso precio.
Ha habido tantas veces de rencor y de nostalgia, que durante muchos años desterraste al tiempo de tu casa, de tus paredes y de tus manos.
Lo mejor de ti, ese esfuerzo que queda y que persistes todavía en llevarlo a alguna parte, a donde sea. Temblorosa como una debutante, y tanto por convencer cada una de estas nuevas tardes a esos que van llegando. Esos que vocean, que se agarran a ti y que hablan, que hablan con nuevas verdades nacidas en diferentes lugares del tiempo.

Les crees a todos ellos, no les crees por supuesto.
Esta otra próxima luna que vendrá, querrás irte con ella, y volver a tus recuerdos. Querrás que ella no se te lleve, y que no pases de largo por todo esto.
Quieres ser estrella, rodar y volar sobre el mundo ancho, vasto e intangible. Quieres ¿por qué no? tu propio imposible.




lunes, 6 de agosto de 2012

Cadenas


La miró largo rato.
Ella no osó levantar la vista, pero no había miedo alguno que humillar. Se sentía en alguna parte mucho más allá del cansancio, del engañoso préstamo que presupone la vida.
Sujetó él la cadena, y la atrajo sin brusquedad.

He pagado por todo tu cuerpo -
Pero también pago por tus ojos, que envejecen y tiemblan, que dudan si les será concedido perdurar aún un poco más, contra toda probabilidad..quieren esa última oportunidad, imploran escarchados en lágrimas de pena, de devoción desesperada y terminal..esos ojos se me clavan, intentan abrazar mi corazón carnal, débil y sangriento, como mucho más que una desesperanza arrasada en el verdadero fin de la misma existencia...

Pero ya no seré tuya. Es poco lo queda de mí, ya lo ves. No tengo ganas de seguir en esto -
Era un dolor más, añadido a muchos otros que se han desleído sin mayor importancia.Sé que te vi y que no podía dejar marchar las huellas de tu destino. No a ningún lugar donde no pudiera seguirlas -
Como puedes ver, mi cuerpo ya no es el de antes, no es algo que tú hayas visto ni gozado jamás. ¿Por dónde deben comenzar mis historias? Puedo mentir muy bien, me apetece. Idear una vida que regale los oídos suena apetecible, aun incluso tan cerca de mi fin -
Yo he creído intuir cosas en ti. Creo que no me entiendes. No es tarde nunca, créeme -

Cuando una vez tras otra fracasó el amor, cuando un desengaño siguió a otro y ya no fui capaz de ser la persona que quise, la que no fue violada ni mutilada en sus sueños, llegó la esclavitud. Tus vecinos, tales como tú. No les culpo porque la libertad me valía para bien poco, cuando me encontrasteis -

Yo no soy como los demás. No soy una persona violenta, y por lo que hace a tu vida pasada, ambos podemos volver a comenzar..yo también he tenido una vida, he sufrido -

Y no me equivoco, extranjero, si me veré obligada a seguir viviendo. Ahora no lo sabes ni lo crees, pero la rueda va a seguir girando. Me temo que los dos venimos de la misma mentira, pero en ti parece que queda todavía algo por destruir. Es mi vida y ya no puedo decidir por ella. Sea -

Él la abrazó. Lágrimas tibias humedecieron el rostro ajado y compasivo de la mujer.
Muchas palabras, promesas en la tarde. Sus ojos cansados de esclava no tuvieron dónde escapar.




jueves, 2 de agosto de 2012

Atardecer



Mis temores se vieron confirmados, y ya nada podría ya remediar el mal ocasionado. Desengañado e impotente, sentí cómo me deslizaba hacia el fin. Rápido. Más rápido.

Me dieron un día más como lo que podría llamarse una medida de gracia, y eso sería todo. La casa debía ser abandonada para siempre. La decoración y sus muebles debían ser abandonados también, sin alternativas. Aquellas últimas horas, mis ojos intentaron detenerse en cada uno de los objetos que nuestras vidas habían llevado hasta allí, como sedimentos ingenuos del tiempo.

No había resultado complicado encontrar comprador. Era una agradable y noble casa, magnífica sin duda en tiempos, y que, aunque decrépita y traicionera en estos últimos años de su existencia, aún podía suscitar algún tipo de sensación o sentimientos en un futuro dueño, quién podía saberlo. No me aventuré a imaginar más, pero intenté penetrar en la mente de alguien que pudiera ansiar arrancar de mis manos el refugio de mi vida obsoleta y fraudulenta. Ella había llegado con los años a ser un poco como yo, hasta ese punto la había cambiado y hecho mía. Un poco más entristecida, oscura y cobarde en tantas ocasiones.

Intenté no odiarles a todos ellos, a esa nueva familia que me convertía en extranjero de ella. Pero no pude evitarlo; mi gran y espléndido amor, mi causa primera y definitiva, me mostraba la gran verdad en que todo yace, incluso en la desesperanza de nuestra vejez.
Fervientemente deseé que desde mi distancia y mi nostalgia, todos ellos sufrieran y terminaran por aborrecer cada rincón, y que los nuevos recuerdos que construyeran, fueran fútiles, anodinos y una persistente decepción. Siempre.

En una sola maleta quedaba cuanto podía esperar del puñado de años que me esperaba.
Intenté mirarla una vez más como aquella primavera en que la descubrí, y quise disponer de lágrimas en la despedida. Esperé que ella me gritara y se arrepintiera torpemente, con su sonrisa de vieja que yo adoraba sin cesar.

Alejándome, soñaba que su mente se había engañado, y que todo iba mal, que todo había sido un confuso error. Una aventura tal vez, cuando se presiente que toda luz se extingue.
Mis pasos se perdieron, y el sonido de estos se fundió con la vida, que iba y venía indiferente desde el pasado hasta mi fin, y de allí hasta el infinito.