Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

jueves, 26 de julio de 2012

Ausente




Tal y como fue, es un amasijo difuso y desmadejado de recuerdos. De esos dados de lado, mezclados con otros tantos, confundidos ya y a la manera en que los colores se desvanecen cuando se pone el sol en la lejanía; se igualan y van muriendo, imploran identidad propia y una imagen particular siquiera, pero carece de importancia cuando el dios que les alentaba se ha ido, lejos y en una nebulosa de olvido. El guardián pierde su memoria y la vida que tuvo, la pierde a cada instante.

Es este un país y un lugar que una vez fue. Es esta ciudad y los lugares aquí y allá un espejismo, un burdo barrunto que se asemeja a todo cuanto debió de ser un día lejano. Pero han habido cambios.
Los mejores han sido desposeídos y despedidos, expelidos de la patria cómicamente artificial que es en realidad una ciudad. Todos parecen haber sido borrados de la historia oficial y escrupulosa de la humanidad, y con ellos el escenario ha cambiado.
Se han llevado sus historias y sus mentiras, aquellos esfuerzos suyos por justificar la vida y sostener el viejo tinglado; qué gran hazaña, qué gran ejército y multitud arrebatada y arrasada en sacrificio.
Antes de ser llevados de la mano, entre las fiestas de despedida en honor al ardor guerrero, aún defendían el viejo orden. Se anotaban con escrúpulo nombres, cifras y datos.

Las bocanas de los cañones abrieron ansiosas las fauces, cogieron aire. Se enarbolaron brillantes banderas, y las hormiguitas se enorgullecieron, se consagraron a la defensa de la tradición y a santificar lo que les antecedió. Soñaron todos con el futuro. Imaginaron un escenario donde regresarían y todo sería como antes.
Unas causas mejores que otras están prestas a la acometida criminal. La razón se precipita a desgarrar el cuello de la insensatez.


Un día, mi último inocente despertó, y todos se habían ido. Tan sencillo es el destino, tan transparente y vacío en indiferencias. Alguien le olvidó, y desde el amanecer hasta la anochecida todo cuanto descubre ha sido sustituído. Efectivamente, los que quedan y reemplazan los puestos de su memoria son otros.

Mi inocente hombre desapercibido intuye que una guerra hubo. No sabe él que esta terminó.
Un sueño profundo le ha mantenido aletargado en una buhardilla que envejeció con él, y nadie le recordó en aquellos tiempos en que los alientos se contuvieron. Se mira al espejo una vez más, y descubre que sigue sin existir, como un caso sin importancia ni remedio.
Otra de esas nuevas mañanas, regresa a las calles y les busca. Los extraños que le saludan son peores. Son hijos de las cenizas, y resplandecen de orgullo sangriento. Portan luto e intentan remedar una vida que inevitablemente, será más baja que la que una vez hubo. Descubre excelsos monumentos por doquier, y en los desbordados cementerios, magníficos altares funerarios ensalzan una raza extinta y ausente.

Nadie le pregunta por qué razón vive, último entre los de su generación. No necesitan preguntarle, porque no existe. Él es sólo una sombra que sueña con olvidar por completo.
Años más tarde, su vida de amnesia ejemplifica la cobardía y las oportunidades perdidas. Muere en su jaula, y el curioso público le compadece, al tiempo que se agolpan junto a los barrotes.




domingo, 22 de julio de 2012

Tu gran Fe



Y no es tan fácil, no es tan sencillo. La tormenta de la realidad te martillea, te arroja contra el duro suelo, y tú sólo precisas saberte salvo, hallar un refugio contra esa miseria que te lastra. Y resbalas. No hay grietas, no hay asidero donde sostenerte por más tiempo agarrado a cualquier realidad.
La caída es interminable en este mundo de locos que nunca terminas por comprender.

Arañaste las esquinas de piedra, y las calles eran ríos que se habían deshecho de todos. Lluvia por doquier. En los cielos, inundándolo todo en noviembre y aquella misma tarde. Y estuviste tú, más mojada que todas aquellas cosas.
Querías una mirada, y que la justicia o algo semejante estuviese en el otro lado de la injusticia. El orden bueno del viejo mundo que te contaron.
Pero sólo ves un destello de desafección en su faz inanimada y anodina. Un rostro como podría ser el de un otro cualquiera, una expresión confusa y torpe, la de él; no conoce el miedo, no quiere saber nada de la valentía. Es tu hombre un hombre estupefacto, que nunca duda, que nunca pregunta.

Un cuento que es podredumbre, eso es tu vida de treinta y pocos años. Llueve afuera en persistencia, es un diluvio que no cesa. Tu frente en el cristal esmerilado y frío del lunes tarde. Cierras tus párpados, y puedes permitirte seguir llorando.

Te habían pisado, golpeado, robado; te dejaron en la indiferencia de lo que carece siquiera de importancia, y lamentaste una vez como cualquier otra el azar o tu vida misma. Otra vez de regreso al país de la humillación y de la impotencia.
Corriste cuidándote de tu falda y con tus piernas mojadas, olvidando más y más sollozos de mujer que no termina de acostumbrarse al dolor indecible; la cabeza bien alta y criminal el orgullo, señoreando una mirada que quedaba salpicada por el viento y el agua. Firmes tus labios y serena tu expresión, desfilabas tan dignamente entre tanta lluvia, entre tanta inexistencia.

Ya conoces la verdad de todo esto, la conoces de sobra. Joven en tu rostro, hundida el alma. Pero no obstante, te recuerdo aquella tarde, y tu frente tan alta. En pos de tu hombre, la búsqueda de sus brazos que poco más son que sombra, fe de niña olvidada y prisionera.

viernes, 20 de julio de 2012

Una Noche


Desde el frío estelar que la luna iluminó en tus labios, me encojo, y en desesperación rebusco en mí ese rincón donde ya no puedas llegar, y alzo una última muralla que haga frente a tu avance.
Pero no caben más defensas que te contengan, lo sé. Entreabres tu silencio y me intuyes, tus ojos me saben cerca, dolorosamente cerca.
Desde este instante, tus sombras de mujer inundan cada suspiro que huye de entre mis dientes, indefenso e inercial como una muerte de lejos, muerte sin opinión, sin amigos e incolora como el olvido.

Presiento el suelo bajo tus pequeños pies suaves, que vacila y se retuerce, enamorado y orgulloso.
En mis oídos te has adentrado, tú y tu respiración acompasada, que nunca teme y siempre sabe que no podré arrastrarme demasiado lejos de las sombras.
No bien presiento tus formas sinuosas y nocturnas, pero no lamento imaginar tus ropas cuando se deslizaron bajo tus caderas, en esta tu emboscada definitiva y abrumada.
Se trata de esta noche, y no de otra. No seré descubierto, mientras tientas con torpeza. Humana eres cuando te olvidas, y quedas a solas. Tal vez confías en mi fe en tu inmortalidad de sueños.

Aun así, mi aliento no se acostumbra a la oscuridad, y temo que termine por delatarme.
Mi plan se revelará acertado si logro que tu aroma no descienda sobre mi piel, cuando llegue ese momento en que llegues demasiado cerca de mi ser. No, no puedo permitir que tus manos resbalen en mi cuerpo, y me traigan de vuelta a esta habitación donde tú sí estás, con toda consecuencia, ardiente de vida y buscando la mía.

Nuestra luna vuelve ahora de nuevo, nada sabe de mi miedo nuevo; aventura una mirada, y descubro tan cerca tus cabellos..casi puedo llevarlos a mis dedos una vez más. Casi, casi deseo sumergirme en sus fuentes, regresar a ti también ahora, en este desasosiego.
Nuestra luna nos envuelve, me susurra que regrese a ti, que te ame y olvide, que nazca desde tu seno de terciopelo.

Pero tiemblo y espero. Una brisa que no vemos se lleva todo. Te duerme y me duerme, nos hace desvanecernos.


jueves, 19 de julio de 2012

Un nuevo Ser



No se está por aquí tan mal, después de todo. Siempre pensé que esto consistiría en una sensación distinta, más vívida y límite. Todos solemos creer que así estaremos más cerca de Dios o de las estrellas, ya se sabe.

Por de pronto, el calor insoportable que llevaba adherido a mí se ha esfumado, e incluso mis ropas y el traje ya no molestan tanto, arrasadas como en una tempestad. El viento fresco y este oxígeno más puro se han llevado todo. No quedan ni personas. No puedo ver a nadie, nadie me imita ni nadie querría seguir mi ejemplo, al menos aquí y ahora. Tal vez le tienen miedo a las nubes y a las alturas, quién podría decirlo.
En el fondo, tengo que comprenderles. Un riesgo así puede llegar a resultar intolerable para los corazones sensibles.
Sin ir más lejos, durante toda mi vida y hasta hace unos instantes yo albergué la creencia de que venía a ser el más impresionable de los hombres, y uno entre los más cobardes posiblemente. Y aquí estoy, dando el gran salto al fin, escapando de todo y tomándome ese espacio donde estoy solo, realmente a solas en el regazo del mundo. Ya ven, a fin de cuentas incluso alguien como yo puede llegar a ser un espíritu alado. Creo que merecerá la pena.

Aún puedo ver delante de mí a ese sujeto al que le debo pleitesía un puñado de horas a diario. En algún lugar del piso setentaytantos irá de un sitio a otro, atareado, congestionado por su deber y al borde del síncope. O aquella otra versión que me muestra a veces, en que juega un papel de alguien muy especial que me concede un permiso muy especial para seguir hurtando vida bajo sus estrictas pero justas órdenes.
Me sentía sumamente avergonzado en tales ocasiones, pero sospecho que una melancolía indefinible era el sentimiento que más me abrumaba, en realidad; por tipos como él, por perros inocuos como yo, que se dejaban desintegrar y languidecían esperando ser capaces de pensar algo, algún día que no existía.

Mas, presiento a la realidad, que se acerca. El maravilloso vacío de sonidos en el que he viajado se extingue, y ya noto el pulular humano que retorna, como el insospechado pero inevitable zumbido de la gran colmena. Todo ha sido intenso, tan intenso como la mejor vida que pudiera haber deseado y que nunca tuve.

Confío en el retorno. Creo en los cambios y en el hombre que es camino hacia otro diferente y digno. Creo en que todo sea posible desde este instante en que toque el suelo en mi regreso. Ya no me van a valer excusas ante mí mismo, aun cuando siempre no quedaba más que yo, mis lágrimas y mis disculpas al final de todas aquellas noches sin cuento.
Por último, creo en los milagros, sí. Me permito pensar en estas fracciones de segundo que me separan de lo eterno en pensamientos así de caprichosos y de buenos.

El gris de la acera se amplia, se hace enormidad que llena el horizonte de mis ojos antes de que estallen contra el fin. Un poco más, y todo empieza de nuevo. Sí.

lunes, 16 de julio de 2012

Su salvación


Un día, súbitamente, me descubro sobre mis pasos. No me reconozco, puedo asegurártelo -
Pero es preciso que lo hagas, créeme -
Lo sé, querido amigo. Me esfuerzo, me esfuerzo tanto por parecerle normal,..tan sólo logro unos cuantos gestos estúpidos, una sucesión de calamidades sin luz, un sinfín de sombras de auto compasión -
No te dejes hundir. Piensa que los mejores han resurgido, piensa que vendrán grandes días de sol, luminosas oportunidades..verás todo de distinta forma. Sabes que esta no es la primera vez, querido y viejo amigo. Nos conocemos demasiado bien -
Sí, tienes razón. Siempre tú y lo conveniente. Del lado del mundo que pretende una salvación, que se esfuerza en venderla - No llores, me niego a que te atrevas a llorar en mi presencia. No es digno. No te dejes vencer. No es de esta forma como te aceptaré entre los que merecen ser amigos míos -
Dame tu mano. Compréndeme. Por favor -
No. Me niego. Hay tantas cosas por las que puedes luchar, tantas,..hay gente por ahí que..levanta la cabeza, mírales. No eres el peor de los casos, a poco que salgas de tu egoísmo y sientas un poco de empatía por ese gran todo del que formamos parte -

Intentó tener algo que decir, acercarse a él, estólida figura heróica de sensatez. Una vez más, un nudo en la garganta y un discurso colapsado, superado.

Les presiento en alguna parte, sí. Sé que deben de sufrir en espera de justicia, que desfallecen por mil razones vastas, sinceras. Así es como me quedo yo. Para ti y para cualquiera. Injustificado y azotado como una marioneta que es llevada de la mano de un viento tras otro; no tengo sujeción, no se me permite mirar al este, me resulta del todo imposible si ni siquiera tú estás para sostenerme -
¿Tantos años junto a ti no son nada? Siempre que ha amanecido, por así decirlo, me tuviste esperando, como un amigo -
Te necesitaba cuando no veía luz alguna. Te necesitaba cuando aún pensaba que yo y mi corazón podíamos creer en algo, por mínimo que fuera. Te necesito cuando nadie más lo hace, a hurtadillas y a cada instante en que soy un don nadie, cada segundo que te parezco débil, cada minuto que me quieres mejor porque no aceptas que yo soy eso de lo que se huye, como la peste -
Ella no entenderá esto. Como otras antes, como cualquiera que se precie; todos terminaran por dejarte, darte de lado..tu tristeza termina por filtrarse, terminas por ser descubierto y lo sabes -

Sí, viejo amigo.Es mi crimen de cada día, y aun más cuando quedo tan sólo para mí. Me doy cuenta de que ella ya está advirtiendo los primeros indicios. Cada vez resulta más arduo aparentar que también soy capaz de sonreir, y subirme sobre las cenizas que yacen dentro de mí. Es otra historia que termina, en fin. Tal vez por eso eres el último de todos. Por tu capacidad única para esquivar la peor versión de tu amigo, y no estar despierto en esas noches en que necesitaba unas manos que me salvaran -

Y fue entonces que una amplia sonrisa convino un felíz final para aquel día. Ambos se abrazaron, y la esperanza sobrevolaría una vez más la bajeza, el gris, la angustia. Alguien menos de quien preocuparse, por quien sufrir. Sintió diluirse la tristeza, mientras sostenía una amplia sonrisa, cada vez con mayor fe, con mayor fuerza. Apretó los dientes fuertemente. Tanto, que casi podría haberlos partido de tanta dicha.

domingo, 15 de julio de 2012

Aquellos días





No dejó de sorprenderle en cierta forma, el escalofrío que pareció sacarle del ensimismamiento en el que se había dejado sumergir, en aquellos los primeros instantes desde que la brumosa y distante luz del sol se dejara ver en la lejanía. Sentado sobre una gran roca mojada de la humedad propiciada por la escarcha que había legado la madrugada, desvió entonces su mirada hacia sus propios pies, concediéndose una salida desde la espiral de pensamientos recurrentes que le habían embargado las últimas horas. Cuanto le separaba de ser feliz eran unos pocos segundos, una nada despreciable, inocua para cuanto le rodeaba. Nadie habría de notar la más leve diferencia. El antes, como el después, se disiparían sin aspavientos, como tantos otros hechos de tantos otros pasados inadvertidos. Una entre tantas vidas difuminadas en la gigantesca y sucia marea mundial, caería presa de la indiferencia. Después de ello, viviría en otro lugar, muy lejos de las caras que tenía que soportar y maldecir para sus adentros a diario. No por haber hecho aquello para lo que se sentía resuelto, deseaba menos cambiar de aires. Siempre creyó que la solución a todos sus males de alma, de los días que le pudieran quedar de yerrar, podría ser la eterna huída a otra parte. Aún a pesar de la cantidad de años que habíanse posado sobre su cuerpo mortal, reservaba un lugar para sí mismo en que creía a ciegas en su propia causa, y otro tanto pudiera haberse dicho acerca del convencimiento que pensaba poseer sobre un destino, una meta, en algún sitio. La verdad es que la parte de comedia en la que se encontraba presto a tomar parte, carecía de valor para él realmente. Solamente era un entretenimiento, vulgarizante si se prefería dada la gravedad de la situación a ojos de los otros. No obstante, así lo sentía él, sin más. Era incapaz de sentir algo aparte de un leve interés, una pueril curiosidad. Como ver a través de una pantalla algo que no podría afectarle ni tocarle en lo más mínimo de su ser, él actuaría, si, pero con la frialdad estatuaria inherente y vital en él.

Para ser honesto con sus propias sensaciones, lo único que podía llamar su atención y suscitar las ganas de tomar la determinación necesaria para llevar aquello a cabo, eran las reacciones logradas en los demás. Hasta ese momento, aún le interesaban los efectos que las emociones operaban sobre sus estados de ánimo. De la impasibilidad a la ternura, a la debilidad. Añoró los años de la infancia, la inocencia y la ingenuidad. Timidez y estupor podrían ser citados como sus apellidos más probables. Pero pasaron los años, y con ellos la idea de la fortaleza que anidaba en su interior, inescrutable a la curiosidad ajena, inexpugnable al envilecimiento zafio y embrutecedor inseparable de sus congéneres. Tal vez lo único que podría haberle hecho mella hubiese sido la misma muerte. Excepción hecha del inevitable verdugo intemporal, sonreía cual máscara tras el cristal con el que contemplaba la dilación de todo aquello, de su frustración hacia sus propios sentidos. Cerró los ojos en gesto de resignación, y gastó unas pocas horas de su tiempo en descender desde la colina en la que la noche había transcurrido ante sus ojos, los cuales velaban en todo momento, inertes, inmóviles, circundados de la inmensa y negra oscuridad.

En la mañana que se sucedió, y mientras se extinguía entre sus dedos la vida de aquel ser del cual desconocía incluso hasta su nombre, se sintió extrañamente alborozado ante el espanto que pareció suscitar su crimen sobre ella. Contagiado de la emoción de ese momento, súbitamente se sintió transportado a un inesperado estado de euforia, lo que fue traducido a la risa. Incontenible, espasmódica y estentórea, no hizo el menor esfuerzo por evitar expresarla. Ella le miraba en un estado de lamentable consternación, salpicado su ánimo tal vez por un poco de sorpresa y horror. No tardaría en aflorar el odio hacia su persona. Carecía de importancia, pues le faltaba la paciencia para permanecer con la que era legalmente su esposa. Su amante yacía desmadejado a sus pies, y al mirarla nuevamente, no pudo evitar sentir una cierta simpatía por ella. Le sonrió comprensivamente, y le dijo algunas palabras, junto a tal vez vagas promesas de algo que no tardó en olvidar, mientras descendía nuevamente, en esta ocasión las numerosas escaleras que le separaban del nivel de la calle en la que se había encontrado su hogar de los últimos años. 

Los días, y siguiendo la sombra de éstos un poco más lentamente los meses, fueron alejándose, junto con el que fue él aquellos años, pues partió hacia nuevos lares, insatisfecho y atrozmente sediento, incontenible en la furia que sentía hacia sí mismo y su carencia de emociones. Eran todos ellos tan perfectamente transparentes, normales, y sin embargo, cuando se acercaba a indagar, para rebuscar en los recovecos de sus esperanzas, hallaba la diferencia, el miedo. Siempre aquel miedo familiar, inconfensable en el fin y manifiesto en las siluetas.

Como quiera que no lograba adivinar un sentido para proseguir con el hastío que le atormentaba, buscó denodadamente el castigo de los hombres, como una posible salida del estado en el que se veía obligado a permanecer. El atropello, embrutecimiento, la humillación que recibían delincuentes como él resultáronle ridículamente hipócritas, carentes de una expiación más pura y flamígera. Había deseado su propia catarsis, una transición, sentirse alcanzado por una mano implacable y por encima de él, pero todo cuanto obtenía eran indulgentes esperanzas por lobotomizar su desviación. Había dejado de mirar a Dios, a la justicia o a los hombres como sus iguales. No se molestó ni cuando le insultaron, o trataron de maltratarle. Sólo podía sonreír compasiva e ingenuamente a aquellos instrumentos uniformados y burdos, que se desgañitaban hasta el agotamiento. Quitarse la vida había sido un recurso repetidamente socorrido en los primeros años de su despertar a la vida, cuando soplaban los vientos contrarios para él. En aquel entonces quería terminar con todo, pues se sentía incapaz de soportar tantas emociones maltrechas, y sobrellevar la extrema sensibilidad hacia todo y todos de su corazón. No contento su espíritu de ocuparse mal que bien de sus propios padecimientos, se sentía expuesto en cada vez mayor medida a las afecciones ajenas, aquellas que sin embargo, flotaban, como ondas perfectamente visibles para él, y las cuales le llegaban inexorablemente, tal y como siempre deberán llegar tarde o temprano las olas del mar a la arena. Al dejarse infundir su ánimo en no pocas nostálgicas ocasiones de aquellos recuerdos, se sentía bastante próximo a aceptar el tiempo del dolor como el de su propia vida, de su salvación en suma. En comparación, ser indiferente y carecer de los numerosos males que amargaban las conciencias, le venía a representar un escaso premio. Al menos pudo decirse que hubo un algo, una motivación, del género que fuera, que le estremeció y puso en peligro su equilibrio hechizado de seguridad interior. El no ser consciente entonces de esta circunstancia aminoraba el brillo, esfumaba el tesoro en realidad, pero no podía dudar de que allí estuvo, en aquellos precisos instantes. Quizás debió dilatarse en su pensamiento, aletargarse y ser arrastrado, olvidándose de su conciencia. Ahora viviría en su feliz caos de la impotencia, preponderante. Enamorarse de una esperanzada chica, alegrarse ante los hechos cotidianos que alegran en forma natural, morir sufriendo al igual que no pudo evitarse en vida. Paradójicamente, los vestigios ardientes como ascuas que aún conseguían estremecerle, eran aquellos recuerdos de lo que ya no era, ni volvería jamás a conseguir ser. Casi en el umbral del medio camino de existencia terrenal, halló todo finalizado, resuelto y muerto para él ya. Había observado inseguridad ante la extinción, y en el mejor y más afortunado de los casos, aceptación. No podía considerarse satisfecho si algún día llegaba, a su manera, a ver brotar en su interior cualquiera de estas sensaciones vitales. Como si hubiera ya sucedido, se había visto a sí mismo nacer y morir demasiadas veces, como para no permanecer inconmovible ante tales perspectivas, aquellas que pudieran depararle una prolongación de su innecesario paso por este mundo.

Como en interminable torbellino, confuso las más de las veces, y sediento de sus necesidades, se dejó transportar por el tiempo, a través de muchos lugares diferentes, repletos de los rastros inequívocos de su despecho, de su ira irreprimible. 

Llovía esos días. Desde su llegada, no pudo adivinar la posición del sol. Tan solo la ausencia de luz, o la mortecina y espectral niebla que todo abrazaba, se deslizaba entre sus piernas, sus manos temblorosas. Junto a un puerto desde el que nada veía, pasaron horas y más horas mientras luchaba por traer cada vez más frecuentemente retazos abandonados de emociones vivas un día, muertas cuando lograban arribar a su mente.

Sus propios pensamientos habían logrado esquilmar de tal forma su vida, que podía sentir el dolor físico que le causaban, y en aquel preciso instante especialmente. No había salida posible para ello, ni para él. Probar emociones mundanas no resultaban un atractivo para él, y era consciente de que no deseaba narcotizar sus sentidos, para lograr ningún engañoso estado de burda estupidez ensoñadora, alejada de la realidad, que aguardaba, con sus dientes afilados para morderle, despertarle. Podía notar palpitar su corazón en angustiosa rabia, al tiempo que se mesaba el cabello, y entonces descargó con violencia un puñetazo sobre la barandilla, lo que apenas sirvió como escapatoria para tanta y acumulada cólera.

Ensimismado como se encontraba, había escapado a su percepción la proximidad de una joven, quien como él, a unos escasos pasos de allí, también parecía hallarse sumida en sus propios pensamientos, contemplando absorta la nada frente a ella.

La joven tampoco se había dado cuenta al parecer de la presencia de él, pero el ruido que produjo al golpear el hierro la trajo de vuelta a la realidad, logrando que dirigiese su atención hacia aquel hombre de mediana edad desesperado, que, encorvado hacia delante, tenía el aspecto de tener más problemas que ella misma incluso.

Del mismo modo que existen elementos en el mundo conocido que parecen atraerse, sin que muchas veces haya un motivo o explicación que pueda parecernos aceptable o posible, ellos coincidieron en el curso de su devenir, y tras ese momento se sucedieron otros hallazgos personales con posterioridad. Él descubrió para su sorpresa la gran afinidad de recuerdos, pensamientos y horizontes que compartía con ella. Se sentía tan hastiada como él, siempre próxima a quitarse la vida, infeliz y estéril en la búsqueda de ninguna parte, de ningún ser.

Igualmente ocupaban su tiempo hablando, o sencillamente sentándose el uno junto al otro sin pronunciar palabras, sumidos en pensamientos y recuerdos de las vidas que creyeron tener, lograr. Una cosa no dejaba de impresionarle, casi de abrumarle. Ella había llegado donde él, pero con la diferencia de que ella ni siquiera había alcanzado los veinte años de vida. No podía ser, era antinatural. No había tenido tiempo de conocer nada ante lo que asustarse, ante lo que recelar o a lo que odiar. Pensar aquello era frustrante, en lo que se refería a la misma humanidad. Sin embargo, consiguió lograr en su persona un cambio, inesperado, torrencial como verse atrapado en una situación que te desborda, pero te dejas asaltar, invadir impotente, presto a ser absorbido por un mundo nuevo y distinto.

La hizo partícipe de sus sentimientos, de su renacimiento. Le habló de compartir sus vidas, de vivir en un sueño cada día cambiante, mejor. Ella le miró melancólica, del modo seductor y mágico que solamente una bella y joven puede conseguir, cuando en su faz pueden verse a un tiempo aunadas su justa tristeza, la marmórea belleza, la seriedad que eleva a una persona gracias a sus ojos a un más allá, por encima de todos los momentos presentes y futuros.
Cogiéndole ambas manos, se dirigió a él.
- Préstame atención. Me había dado cuenta de cómo has cambiado. He de serte sincera al decirte que, desde que en ti fue labrándose ese nuevo tú, me has alejado de ti. Me alegra que tú hayas encontrado un por qué, pero al mismo tiempo ya no eres mi alma gemela. No sé qué más decirte, si te he de ser sincera. No esperaba nada de ti. Solo compartir los momentos. Era más de cuanto podía esperar encontrar a alguien como yo. Ahora, en fin, me doy cuenta de mi error. Soy distinta a ti, y esa es la verdad irrefutable. Tal vez te llame la atención el hecho de que yo, siendo tan joven, viva en el fin en cuanto a todo. Ni yo puedo explicártelo, pero es así. Tal vez si pudiera, buscaría remedio para ser como ahora eres tú y los demás ahí fuera. – Él intentó hablarle, pero nada surgía de sus labios mudos. – Es la última vez que me verás. El hechizo está roto sin remedio, y continuaremos nuestro vagar. No puedo prometerte que vuelva a intentar suicidarme. Lo que desconozco es el cuando. De nada servirá que intentes seguirme, o protegerme. Te concedo inteligencia y comprensión suficientes como para evitar que eso suceda. Con el tiempo, verás que fue la mejor solución. Ahora, déjame y aléjate a nuevos lugares. Ambos nos hemos provisto de nuevos recuerdos, buenos en su contenido, incalculables por su pureza. Seguiremos ahí, cada uno a su manera, por esos mundos. Lo que aguarda, o si viviremos para verlo, nadie lo sabe. Sólo te recomiendo una cosa. No luches como un idiota más por cambiar y ser diferente a cómo has llegado a ser. Deja que el tiempo, los acontecimientos, creen nuestro destino, cualquiera que éste sea. -
Y así concluyó todo. Un interminable beso en la frente despidió la visión de su imagen. Una última mirada, ella perdiéndose entre las tinieblas. El tiempo había pasado, así como el lugar que ella ocupó junto a él. Cerró los ojos e intentó no pensar en nada, no ver nada. Sus palabras eran ciertas, definitivas. Las aceptó, agradecido, mientras germinaba en él la esperanza que anuncia la tristeza, infinita.