Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

sábado, 29 de septiembre de 2012

La última Estrella



La máquina no se conmovió. Las luces rojas e intermitentes mantienen la cadencia que no razona, encendiéndose y apagándose, pretendido reflejo mecánico en la superficie bajo la cual yace todavía un ser aún vivo, como si dijéramos.
Enterrado en la penumbra de la incertidumbre y abriendo sus ojos a lo invisible, alguien imploraba sin sonido a gentes inexistentes, en un lugar que no existía, bien en el fondo de un lugar que no puedes ver, mucho más abajo de todos estos armatostes pulidos, de la corteza terrrestre y del telón negro del universo pensativo y abandonado.
Desde su plúmbeo coma médico narcotizado y anacrónico, Ismael aguarda sin queja, tal y como siempre hizo cuando no tenía grandes excusas para temer y sin más remedio, dejarse vivir.
Ahora y en estos segundos de trance, osa moverse menor, reza a alguien lejano. Alguien reinando en algún cielo apartado y pleno de poder, un ser más allá de la idea del ser, y que no le dejará solo y perdido; tal y como está ahora que me lees.
Recostado grotescamente a expensas de los vivos, Ismael se sustenta aún por algo, una delicada cuerda de piano que no puede verse. No son sólo sus manos las que sangran, es una fuerza que alguien tan escaso e improbable como él ha hecho suya, un destello más de todos aquellos secretos que le llevaron hasta estas sábanas.

Ahora puedo distinguir esa última estrella blanca en el firmamento infinito y frío de su silencio. Sí.
Tiene nombre de mujer. ¿De veras, él? Sí. Hace muchos años, tantos como ya han pasado. ¿Son ya 16 años aquí? Y fueron las horas en que el día se recostaba en el éter del horizonte, esos instantes de fatiga dulce en que los hombres y el cielo quieren un poco dormitar aguardando a la noche amante.
Ciertas sorpresas atentan contra tu vida, lo hacen contra la estela de tu fama. Tal es el caso que queda por contar de Ismael y de las horas que le separaban del sueño. ¿Merece la pena?
Ella no fue sino la punta de las uñas en la historia de sus manos. Rareza que contradice al resto, misterio para susurros y para desconocidos a quienes este hombre que duerme para siempre no nos es conocido.
Ella le arrebató de su vida anterior, ella es culpable ante el tribunal de su destino. Unas pocas horas y ese milagro descansó con él al llegar la noche de un accidente, aquel tras vuestra despedida.
Os volvísteis a ver, es cierto. La distancia no es obstáculo, el amor es ciego, quiero abrir los ojos, quiero enterrar los refranes, quiero verte aun cuando me muero.

Ella supo ayer que tu vuelta es posible, tú se lo dijiste, Dios te lo confesó al oído.
Ella te contempla en el silencio de los reflejos del mundo. Todos ellos se soslayan y la hacen pensar, pero sabe cómo preguntarte, y hablar contigo en ese mundo tuyo invisible.
Ismael sabe que fue una tontería, arrebato y enamoramiento. Sabe que no entiende más de refranes, y no quiere oírtelos decir a ti. Sabe que no estás sola después de tantos años.

Ella es la única que ha quedado para venir a verte, y te implora que no vuelvas.
E Ismael asiente. Ve con él, llégate hasta ellos, y aprieta el botón del fin. Ya sabemos demasiado el uno del otro, después de tantos años.
E Ismael no despierta en el mañana.



martes, 18 de septiembre de 2012

Paseando descalzo por tus sueños



Quiero imaginarme ese país por donde paseas en tus sueños. Quiero que sea de noche, quiero no estar despierto. Verte sin mirarte, acoger tu aroma creado en algún lugar de mi destino, aspirar cuanto me alientas, sin que adviertas cuánto de mi vida encuentra refugio en ti.

Allí podré hacer realidad un viejo e inservible sueño de aquellos del cansancio, de esos que no podré confesarte y que me llevan tan, tan debajo de las mesas ordinarias, de la misma tierra creadora, hasta que me entierro bien en el fondo de la humanidad intermitente.
Es bien sencillo ese sueño mío,  es uno que no te presto, y que verás en mí dibujado sin dejar reposar tus ojos distraídos; tu linda mirada danzando perezosa, extranjera en mi reino secreto y súbitamente iletrado ante ti, encogido por no tener tu espalda y su piel, perdiéndose en mis ojos que te sueñan cuando se apagan.
Allí ya eres otra, sólo tu pelo de cascada y mis lágrimas, y tú ya no das la vuelta en esa esquina donde quedo yo.
Estás atareada, sí, vagando por esos nuevos días en los que me he defenestrado al fin.
Como estrellas ardientes anunciadoras, peinan sin hacer ruido los últimos suspiros de las noches de tu ausencia, del vacío de tus piernas suaves e inertes, de toda la esperanza de la tierra hecha una mujer en ti. Y duermes. Y ya eres extraña de mis sueños.

Aquellos días del sueño y del miedo, te afanas amarga, nerviosa, borrando las huellas de cuando una vez me amaste.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La Trampa




  
Era preciso desembarazarse de su vida y de su cuerpo, salir de dentro de aquel saldo en el que había despertado semanas atrás. De alguna tortuosa manera, ellos lo habían logrado. Debía burlar ese gran engaño, evadirse de aquella monstruosa estafa como fuera. 
La alevosía, la envidia y Dios sabe cuántas y retorcidas razones por añadidura se ocultaban tras esa nueva pesadilla recurrente a la que habían logrado arrastrarle.
Echando mano de todo cuanto él podía idear, había intentado engañar a aquel médico imaginario y sonriente, y al delirante equipo hospitalario al completo, pero los resultados no eran prometedores aún para su propio plan de contraataque y escapatoria.

Enmascaraba los síntomas como mejor sabía, pues siempre había alguien de su subconsciente que los hubiera sufrido. No obstante, los conspiradores del castillo, vigilantes y rápidos, habían terminado por descubrir también las nuevas maniobras desesperadas.
Nunca aceptó resignarse, y, jovial y sociable, se presentaba ante ellos en cada una de las consultas intentando mantenerse erguido, andar en línea recta, hablar con una coherencia que rayaba el delirio, desmentir una senectud que señoreaba bajo la piel destensada. Notaba sus miradas complacientes y emocionadas, sus ojos brillantes que se arrebolaban, compungidos, ante la idea de sentir compasión por él.
De prestado y entre la tela de su pijama anónimo de franela, el sudor entonces se extendía en los últimos y nerviosos segundos, indiferente a su huésped. Aquel sudor espantosamente frío y febril, funesto heraldo y recordatorio de un organismo defectuoso. 
Azorado, les daba la espalda cuando le irritaban, cuando le ofendían con sus palabras terminales y sucias de muerte.

Se daba cuenta de que el tiempo era escaso, antes de que no tuviera opciones. Se acostumbró a sobornar a ciertos guardias, y a hurtadillas aprendió a introducirse todo tipo de drogas estimulantes y revitalizantes, que le mantuvieran en el juego, y a su manera.
Así pues, hubo tardes en las que la fuerza regresaba, y solía aguardarles en las puertas de sus consultas, con los ojos inflamados por la rabia, por el rencor que exudaba, y les miraba, temblando ya en los límites de la vida y de la eternidad ya vecina.
Nadie sin importancia, otro viejo loco. Tu mujer bien, ¿espero? Los niños creciendo, el bar y el coche, la gran noticia del día antes. Se giraban ellos y sus sonrisas, y los autos retumbaban dejando tras de sí el patio arenoso del castillo prisión.

Las largas e insoportables horas le veían vagar, a lo largo de aquellos sucios pasillos de siempre, prisionero de su ensimismamiento..le quedaba la esperanza de desoír las prescripciones, eludir la vigilancia y los tratamientos, y a cada día empeoraba, más y más, irremisiblemente. La ocultación iba por buen camino, no tomaba ninguna de sus drogas. Las medicinas desaparecían sin dejar rastro alguno, aprendió a vomitar y a desmayarse íntimamente en su propia compañía. A solas un mal sueño y él.

El odio ocupó el lugar del miedo y de los subterfugios, y comenzó a descargar una violencia verbal e inmisericorde sobre los otros contritos enfermos, causándoles tremendos daños allí donde más pudiera dolerles. 
Les odiaba en su complacencia, su resignación mientras aguardaban la salvación o la muerte.

Los culpables seguían libres en alguna parte. Eran intocables, y él no podía llegar hasta ellos ni descubrirles detrás del telón, hilvanando el juego que le atrapaba. La broma había ido tan, tan lejos ya.
Resollando con furia, notaba síntomas cada vez más evidentes y mejor preparados. Incluso eran más reales que aquellos observados en los fallecimientos verdaderos que había presenciado en el pasado y en el mundo auténtico. Todo aquello era fruto de mentes enfermizas e inteligentes. Era perfecto.

Día tras día, se confunde con acrecentado temor ante ese algo que se parece demasiado a una supuesta agonía, la cual es posible que anteceda a una hipotética muerte y a un fin.

domingo, 9 de septiembre de 2012

De un dios



Breves anotaciones que trascendieron en desorden y no muy bien amalgamadas del advenimiento de un dios de turno, uno más, apenas un cualquiera: olvidado y sin discípulos, apenas subsisten fragmentarios y dudosos testimonios; tan ciertos como todo aquello que soportas creer.
Un lector casual es conminado tácitamente, es testigo intemporal...


" El dolor le quebranta. No se atreve aún a acceder a las súplicas o incluso a las invectivas que los desesperados le dirigen en las calles de los pueblos. Siente miedo, porque todavía es tan mortal como sois vosotros. Simplemente siente miedo, tan sólo es el llamado.
Le confundisteis con interminables historias de ese vuestro pasado, todas ha terminado por aceptarlas al fin, valerosamente derrotado sobre esa silla, ese trono arrinconado.
La razón de vuestra civilización se ha sostenido en alzar super hombres, y en alzaros asimismo vosotros sobre ellos, de forma que pudieseis soñar con algo aun más alto. Bien sabe él que su persona consiste en no mucho más que uno de esos simples y pobres diablos que consentís, pero todos hacéis ver quizás que cada cual sabe engañar mejor al otro.
Escasos treintaytantos, y ya ha aprendido de vuestra predilección funesta, pero sobre todo, acerca de vuestra perentoria inclinación por perpetuaros una generación más, por quedar para alguien. Cosas así da la vida y la vecindad de la muerte.

Tras todos aquellos ejemplos, ahí está él, impelido a algo incierto pero intrínsecamente bueno, útil se llama; son vuestras promesas tras la línea de su destino inminente y destructor. Escasas horas separan el apocalipsis en el que habéis porfiado, la creación de un nuevo profeta que emerge de entre la nada para iluminar con renovados artificios.

Es tan alta la pared que le habéis regalado, tan trémula la melodía, tan exigua la vida que le sustenta, que él ya no sabe de su color, ni de la forma en que pueda asirse a una exigua tabla de salvación que le sostenga, y que le vele ante vosotros sus jueces y gobernantes. Sí, tan mundano, equivocado y cobarde como cualquiera, apela a poderes inexistentes para huir de vuestros deseos.
Cuanto queda de su vida está ya calcinado, ni tan siquiera ya podría él asegurar si ha existido.
No tendréis que preguntarle en lo sucesivo, os lo prometo. Su tiempo a consumir no es mucho entre vosotros. Será recordado como otro relámpago más que recorrerá los ojos de quienes oséis contemplarle, mientras sea desintegrado en algún lugar de los cielos desmayados de oriente.

No obstante, antes de que le deis rienda suelta, debo preveniros. Será ese nuevo y gran dios que demandáis, podéis estar tranquilos y seguros respecto de vuestras demandas.
Pero será también mucho más que eso. Se convertirá en aquello que cada día aprendisteis a temer. En su recién nacida y fugaz existencia, hará de sí aquello que de ahora en adelante temeréis.
Más aún que eso, aprenderéis a rezar. Serán oraciones para una nueva religión; una en la que él será ejemplificado como espejo de pánico y de flamígero castigo. Vuestros hijos aprenderán a implorar porque no regrese en las noches de sus pesadillas del futuro, contra todos vosotros. Estos serán sus recuerdos para vosotros, en estos momentos de caos paralizado, en estos alientos que se detienen en vuestras gargantas cobardes y podridas. Allí en lo alto de la montaña sagrada, él ya no puede oiros, no puede sentiros en vuestro descenso.

Cuanto él era ya se desvanece, y todo cuanto tiene no alcanza para un rescate que os apacigüe y perdone sus recuerdos.
Será la muerte de aquel amor que una vez sintió por una mujer, es el borrado simple de él siendo niño y los años importantes e interminables. Se estremece como hombre que se despide de su condición, y quiere poder llorar, pero la duda mata su pasado con necesaria crueldad. 

Los tiempos de la inseguridad y de la yerma libertad quedan a unos pocos pies desnudos del precipicio.
Os veo allá abajo en el centro del valle de promisión, arremolinados en estrechos círculos y estrechados en vuestras manos, implorando aún cerrados los ojos, aniquilada la eternidad que se os había reservado. Un padre se abraza a su pequeña niña, quien apenas se levanta desde el suelo. Llora ella triste por algo, el padre está dándole una mala noticia; sois capaces de querer amar al tiempo que regaláis la desgracia.
Elegisteis. "

viernes, 7 de septiembre de 2012

Para un día después





Puede que sea así. Toda esta gente, su palabrería, la cual no me ha molestado demasiado un tiempo, son algo finiquitado. Me interesaban, y supusieron novedad para las limitaciones del mundo que yo veía, pero solamente mientras eran rostros y palabras nuevas. Ahora son rostros del pasado, como se dice o escribe por ahí, en fin. Es curioso, porque imagino que escribo todo esto con ellos delante. Hablan, fuman, beben, y a ratos se ensimisman gustando de sus vidas, tal vez. Son rostros de jóvenes viejos; imaginan que han pasado por muchas cosas, en una suerte de penuria jesuita, en el sentido primario cristiano, quién sabe. Sus barbas, atuendo, configuran en sí una imaginería que les reafirma y protege, les dota de una especie de rango gremial. En suma, una tribu cerrada a la que pertenezco en estos mismos instantes.
Me gustaría ser sincero con ellos, y sinceramente, que ellos lo fueran conmigo. Hace tiempo que perdí en alguna parte la fe, y mis ojos se han quedado huecos, en blanco. Miro mi rostro al espejo, y me da la impresión de que estoy viendo un horizonte, no sé si sé explicarme, quien quiera que seas. Odio escribir para mí mismo. Sé de buena tinta, de nuevo como suele decirse, que hay escribidores, escritores,  o aquellos tios a los que les encanta ver sus escritos; se emocionan por hasta qué cotas de emoción ha sido capaz de llegar su alma, todo eso. A mí me cuesta horrores, y supone un esfuerzo auténtico escribir de verdad. A mano, quiero decir. También aborrezco hablar, o gastar el esfuerzo de mi mano escribiendo, para adornarme, lograr determinado efecto que, en suma, me aleja totalmente así de el mensaje sincero que deseaba transmitir. Estoy diciéndole: soy alguien que teme decirte las cosas como las piensa, luego, te suelto toda esta absurda palabrería, florida y preciosista, para, quién sabe, te tomes dulcemente y mejor, la verdad escatológica que tendrás que escuchar o leer, sin más remedio. A eso me refiero. Se creen diferentes. Son diferentes ciertamente, pero debieran abrir bien los ojos, prestar atención por ejemplo a todos esos trajeados petimetres que entran y salen de los hoteles, que entran y salen de coches grandísimos y muy caros; ellos también creen en su diferencia, os lo aseguro. Y, sorprendentemente, también se sienten especiales y a otro nivel distinto.
Yo personalmente, me uní a la manada con la que todos estos meses y años he pastado, por unas pocas sencillas razones, tan viejas como el mundo, nada nuevas nunca. Dicen que cada cual se hace seguidor de la ideología que bien sirve a sus circunstancias y necesidades, pero al menos en mi caso, o en el de estos que me rodean, no fue así de ningún modo, y os aseguro que no me ruborizaré si lo afirmo tajantemente. Creemos en todo el bien del mundo, la igualdad a todos los niveles, el desprecio por el poder de ese dinero que nos hace esclavos. A pies juntillas. Había, y hay posiblemente, mucha pasión en nuestras ideas, nuestra fe, nuestra esperanza en ese algo, llamado futuro. Nadie decía nada sobre este particular, pero secretamente, sentíamos auténtico espanto porque éste llegara algún día. El sentido era aborrecer, luchar esperando, aguardando, debatiendo grandes temas, temer. El día que esto concluyera, se abriría el abismo ante todos nosotros. Sería un cara o cruz; someterse y tragar bilis, amargándose la vida, o lanzarse a la desesperanza sin medios de mantenerse fiel a los ideales. Temeraria segunda opción. Valiente, suicida en nuestros días. Empero, siempre tendríamos la bien vista alternativa tercera. Aceptar el sistema y mirar a otro lado durante unas horas del día, y ya en el tiempo que se nos regalaría de  generosa libertad, hacernos la ilusión de que teníamos ideales que no practicábamos en nuestras vidas reales. Volveríamos a juntarnos con los amigos de lucha, oiríamos la vieja música que nos exhortaba a ser diferentes en nuestra personal y pequeña parcela espiritual. Si, esa donde nadie nos ve, y en la que, tras pagar la contribución para que se nos permita ser miembros del paraíso, cerramos los ojos y soñamos que somos especiales, únicos, con todo un mundo intangible, e incomprensiblemente personal a ojos de los demás.
Sería un rasgo de distinción, un gesto de generosa honestidad. Les diría, es decir, les diré, que ya no creo en pertenecer a todo su mundo, a su compañía. Habían permutado, proseguiría, en la imagen que ansiaban, dejando atrás el origen y olvidándose de ellos mismos. Ya no veía dónde terminaba aquella fachada y dónde la persona, frágil y humana. Su fe, su alegría, su miedo, era el de ese ser esperpénticamente hipotético. Me sentía traicionado, y a un tiempo traidor, pero era la gran historia de la vida, la cual se encuentra ya de por sí demasiado saturada de ello, como para que nadie pueda asustarse inocentemente.
Mi futuro se presentaría incierto, sin ellos rodeándome y sosteniendo la espera infinita. Pero, el calor se torna ya insoportable aquí, entre estas paredes. Te lo aseguro.
En cuanto a mis intenciones, quedaron sumidas como de costumbre en la por otra parte cobardía usual de la vida. No me despedí, y es más, mientras me marchaba sonriente y con las típicas palabras manidas de costumbre, quedé con ellos para un día y hora que no llegarían ya jamás.


lunes, 3 de septiembre de 2012

Espejismos



Nadie va a volver. Ninguno entre todos ellos es ya un ser único y resplandeciente; se alejan y enturbian, al tiempo que ese nuestro idéntico cielo, igualmente desposeído de color, más y más cerca se muda junto a todos nosotros. Diríase que quiere mirarnos mejor, pero a un tiempo, éste nos enfrenta a una conmoción que nos supera, que largamente nos ha de asfixiar.

Las masas apresuradas se han confundido y dejado apelmazar como la grava que se pisa inadvertidamente, y una verdad sin música ni discurso alguno deforma las multitudes prisioneras, que se agolpan en los contados puentes que quedan hacia esa salvación que dispensa la cobardía.
Ansían su oportunidad de dejar sus terrores particulares atrás, y sus hogares cualquiera. De alguna manera, parecen haber desistido asimismo de su calidad de individuos; nunca tuvieron a esta por mucho, ha de decirse. Nada importa y menos se piensa. La esencia del miedo común reina en una mente que ya es la de todos, y es algo que une y amalgama.

Por primera vez en mi vida, quedar estólido me ha supuesto una decisión, y alguien me ha asaltado y robado mis sonidos; hoy es ese día que me hace distinto, que me hace regresar sin moverme. Sin esos viajes de emigrante que nunca hice, ese extranjero que siempre fuí vuelve a casa.
Gracias a la furia sin rostro, gracias a todos los rostros que quedan confundidos y abandonados en favor de una marabunta de pensamientos unívocos, he vuelto a mí mismo al fin.
Una roca hendiendo la corriente furiosa, el último hombre más o menos vivo que quedará por aquí, en esta orilla de los bramantes ríos de la vergüenza.

Hasta hace unos pocos días nada fue jamás así, pero nada aquí es ya lo mismo. Tal y como debe ser.
Miro en este momento a la joven mujer que he dejado inconsciente junto a mí. Sólo ella y yo; no pedí su opinión, y ella caminó sus últimos pasos de la mano del azar, que se encapricha e ilumina destinos.
Niña, mal que bien, no te queda otra opción que hacer lo que nunca pensaste -
Una pérdida, todo se reduce a eso, y nadie descubrirá la verdad de tu futuro ya presente. Mis ojos ya no son los de antes. Mis ojos dan una versión más personal de la tristeza, pero pienso en estos instantes que aún me dan la imagen que me ofreciste, mientras te derrumbabas junto a mí, y rendiste esas fuerzas que quedaban de tu gran espíritu invencible, vital -

No puede ahora darse cuenta del valor de su sacrificio. Claro que no. Descansa, se deja mecer por la tarde sin atributos, y por este aire a solas que recorre sus entrañas mientras duerme. No lo sabe, pero es un aire de libertad, y de algo muy justo.
Al otro lado del río que nos separa, multitudes furiosas vociferan y asesinan por un poco más de existencia, por un metro de distancia; miembros extraños se entrecruzan crispados, se llevan sus guerras y sus cadenas consigo.
Y yo me quedo junto a una muchacha que nada sabe. Antes que los demás nos alcanzará el apocalipsis. El gran dios destructivo se saciará con una pareja como ejemplo; se conformará con nosotros por el momento. Aún les oigo en la distancia, es un clamor informe que no puede ser escrito.
Aún nos quedan nuestras ideas, nuestra ilusión de libertad. Vamos a imaginar que nada ha de pasarnos. Tú seguirás durmiendo, te prometo que nada te perturbará hasta el final.
Sólo yo miraré esos ojos que van a arrebatarme este espejismo.