Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

domingo, 28 de diciembre de 2014

Rescate


Todo en restrospectiva no es sino esbozo, un susurro inesperado de los vientos que dicen adiós..

Ella era un apunte cosido de la suma de muchos momentos, que no le alcanzaban para hacerla personaje o persona completa.. estaba objetivada, claro está, pero los recuerdos traen mala suerte.. ¿lo podía saber ella?
El viajero no conservaba fotografías; renunció a estas un día, cuando dejó de creer. ¿El año? No quieras hacerle recordar; no quiere ya valer para según qué cosas.
Le sobrevinieron las decepciones, que tuvieron al menos el inesperado tacto de llegar por turnos, una detrás de la otra. Lo cierto es que terminaron por no enfadarle, y ya ni tan siquiera le salía el mostrar cuando se le rompía aquel corazón que, por lo demás, ya no pasaba de ser un amasijo de remiendos pasados de moda u oportunidad.

De vez en cuando, el pasado que asalta. El pasado no tiene conciencia, carece de perspectiva y compasión. Se sentía él a veces como un animal herido, es cierto, pero no podía esperar ningún premio por ello; simplemente terminaba por llegar a casa tras el ruido de las jornadas de la tristeza, y no había nadie en la oscuridad.. ¿Hola, invisible nada..? -susurraba- Nadie en respuesta.

Deseó que ella escapara de las letras y de las páginas-prisión, que viajaran juntos una única y definitiva vez hacia el tiempo, y que se detuvieran unos días en este...lejos...
No obstante, este viajero nunca fue consciente de que sí, hubo un tiempo en que importaban las historias, y el sentido se daba por descontado; linealidad, una sucesión de hechos, que llevaba a cabo o sufrían sus héroes: fácil. Pero, no muchos años más tarde, la superficie se transformaba en improbable bajo sus pies, paulatinamente, con el resultado de que esas historias entrañables llovían como papel mojado sobre los océanos de ideas estériles, los cuales le engulleron una noche, inadvertidamente, mientras soñaba:
A ver..cojo una, dos, unas cuantas..no, imposible..! fragmentos truncados, sentidos amputados, retorcidos en una lógica absurda y remota.. comprendo escenas que asaltan la lectura, sí, pero no hay ni siquiera acciones, objetos.. incluso cuesta reconocer a personaje alguno... veamos..el cabello ondulado, interminable, de una mujer , que es joven, parece ser.. una mirada que no se detiene para que pueda ser enfocada y congelada en la tinta y el papel; ya no hay seguridades.. tal vez su aroma corporal, pero no, demasiado furtivo todo esto.. -

Le pidió que no le abandonara.. le pidió creer un poco más en él.
El mundo estaba desintegrándose; ya no servía la perspectiva única que podía explicar todo. Sus ruegos:

Personaje mío, mujer perfecta. Querido personaje. ¿Fuiste real? ¿Te he logrado al fin hacerte real simplemente por escribirte aquí, en papeles..? -

Cuando ya no tuviera fuerzas para escribir, ni energía para pensar, le aterraría dejar abandonadas aquellas líneas finitas.. eran cárcel acabada de cuanto él fue.
Apenas engendraba letras, líneas, ellas le miraban inertes desde su inmortalidad, altaneras, frías; su verdad era su testigo, y ya le parecía verse tan solo como vapor que se ha desvanecido...

Escorado y naufragando una noche de alcohol, le prometió solemnemente, ante el mundo y ante la soledad de la verdad, que un día vendría a buscarla, cuando ella, persona-personaje, alcanzase la inmortalidad plena de no pertenecer a ese ámbito triste y que la concluía de los diarios, de las fotografías, de los relatos. En ese trance último en el que sus párpados descendieran, no iba a estar sola. La última historia galopaba hacia el punto final, y el aroma de la nada la engullía.
Mas, sin embargo, él le cogería de sus pequeñas manos, y la rescataría de la dimensión eterna.
Sería ella inaprensible, imprevisible, exactamente lo que ella o él fueron antes de ser escritos:   posibilidad frente al destino.

El viajero se detiene junto a una gran estrella blanca, en el interior azuloscuro de la constelación de Sagitario; el destino le exhorta a que no cese de viajar jamás, pero él se confiesa aplastado por la inercia que es vivir más allá de las páginas y de la primera vida.
Alguien deja sus manos paternales sobre sus hombros, y le dice:
no tienes más remedio que llegar vivo al instante de tu muerte -
Y no, ella no te espera -


miércoles, 3 de diciembre de 2014

Tres letras


Sí, Solo tres.
Pero te contienen, te llevan y me llevan hasta ti, en los momentos del espacio caprichoso.
Tres letras que son el mar y una duna antes de que un sol se ponga un día cualquiera;
que son sillas viejas y descoloridas bajo unas escaleras, que son lágrimas, que son risas, que tuvieron fin.
Un año, dos años y finalmente, tres también.
Tus tres letras madrugan, se ovillan tardes y noches en que tanto leer cerraba los ojos, te confiaba sobre más sueños posados sobre etapas que hay que dejar atrás, por más que duelan, por más que amarguen hechas humo sin vuelta atrás.
Parques de columpios, tiendas de ropa, unas pipas, chupa-chups, mi dolor de espalda, un trago que se atraganta, el dolor de alma;
croissants en las mañanas pasadas en unos lugares que son tránsito, pero con algunos que otros espíritus que flamean sin descanso, imperecederos.

Más de tu media vida está viviendo abrazada al algodón cariñoso gastado, gris ceniza, de tu amor a una fiel y eterna amiga, que forma tan parte de ti como cada pensamiento que has iluminado,
como cada fe que impele cada día más a tus zapatillas para que avances, pero llevándola contigo,
ya sea en tus brazos que la acaricien, ya sea en los brazos de tu cariño, ya sea en la nostalgia infinita y pura que perviva siempre en los cielos septentrionales.

Tres letras y un tres de diciembre se columpian por encima de tres años, que son solo margen tras el cual ya ni te distingo.
Sopla y sopla esta madrugada más y más viento desde lejos,
y vender el mundo es tristeza, porque nadie lo quiere, porque no lo queremos. Ese viento no sé si es esperanza, nostalgia, el fin de que, de una vez por todas, se me quiebre el pecho.
Se han vendido meses atrás las últimas despedidas. Es cuento viejo, no es noticia. El último puesto de esperanza cerró brillando aún bien fuerte el postrer estío, pero se estaban agotando los abrazos, y solo quedaban frases escasas deslabazadas, acres y hondas como espadas interminables, subterráneamente humanicidas.

Cierro los ojos y cuento hasta tres. Tres años abrazando tu recuerdo. Un abrazo larguísimo, tanto como un nombre que sea capaz de tanto y de más allá.
Pero tschh... es vapor de vacío, tan solo es eso.
Se cierran los ojos y siempre queda soñar con abrazarte una última vez, por toda una vida de tres letras, de tres años.
Me dicen en el país de los sueños que te vuelvo a perder. Pero es igual. Quiero regresar hasta aquel tiempo atrás en que no existías, y volver a contar los años
aunque vuelva a perderte una vez más.




domingo, 2 de noviembre de 2014

Eras tú


El orgullo de las grandes ocasiones ya no está aquí. Es el yo secreto, íntimo, sin justificación.
Tan solo he visto, como un relámpago que ha atravesado el cénit de mis pupilas, la blandura de todo el peso de la vida, de los días que se amontonan a puñados como lindos, suaves y machacones puñetazos.
Han logrado hoy las despedidas en las que no pude abrazarte, las conversaciones de hipótesis, los recuerdos de ti en silencio, el silencio de una silla sin ti -como bien pudo suceder cualquier otro día- atravesar mi atmósfera de persona al fin, apretarme el pecho y recordarme rogar compasión.

Escena de gran humor de compensación. La figura de un hombre trasluce más o menos rasgos de quien parece ser, en un escenario entarimado de madera rodeado de decenas de adultos libres. Las grandes risotadas estentóreas resuenan en la amplia sala de la cafetería frecuentada por gente bien. Me he refugiado huyendo de las cosas que asustan, corriendo delante del miedo que me lleva hasta allí efectivamente. Les temo, pero me he precipitado, nerviosamente feliz, hacia uno de tantos escenarios que condensan la ilusión de lo que es todo. Sentado en una esquina, suspiro aliviado mientras una camarera me repite una y otra vez, con volumen cada vez mayor, una fórmula para que la deje cumplir su trabajo. No han de tardar en encontrarme.

La diversión se intensifica en derredor. Qué espantosa tragedia me es dado presenciar.
Resuenan cristales de combinados de alcohol, y la algarabía vocinglera raya en la felicidad inconsciente, plena. Las lágrimas están próximas a caer de mis ojos, que se entornan ante tamaña barahunda despreocupada.
La bella camarera regresa, y vuelve a interpelarme. La miro mover sus labios, y fragmentos de un idioma que pudo ser el mío -el instinto induce eso- resuenan como explosiones entre nosotros dos, que parecemos dos auténticos fantasmas protagonistas en ese preciso instante.
Al fin, sonrío ante la inconveniencia de que nos encontremos en dos dilemas diferentes. Ella no puede comprenderme, y yo, que descanso y me pierdo en la lamentable alegría de los desconocidos, no alcanzo tampoco a compadecerla.
Tras unos instantes después, acuden más y más desconocidos revestidos de tonos grises. La más inmensa pena se apodera de mi escena, al tiempo que braman las risotadas, las bromas del mal gusto. Ella se torna poco a poco más distante, y se reúne conmigo en un mirarnos desconcertado entre todo aquel sinsentido. Más y más voces de fondo, me siento empujado, golpeado en un par de ocasiones. Ella no se disculpa, pero me susurra ahora en un idioma que se está desintegrando en medio de gran tormenta.

Horas más tarde, despierto sobre el asfalto de la noche, que me da suelo para que no caiga hasta el centro de la tierra. Suenan unos tacones, y mi interlocutora incomprensible se arrodilla y acaricia mi frente, mis ojos. Siento un beso, y comienzo a recoger los hilos desordenados por el tiempo y los vientos lejanos.
He regresado a los recuerdos, y a ese país donde lo que se dice tiene alguna clase de valor. Habla. Me dice que basta de sufrir, que huya pero cogido a su mano cuando soñemos juntos de nuevo.
Nos besamos largamente, y me jura por fin, ahora, que eres tú.




miércoles, 22 de octubre de 2014

Otoño


Es otro día este que está cansándose de serlo, que ya se ha agotado de darme luz y oportunidades. Otra vez que se terminan las fuerzas. Otro día desperdigándose por los suelos, y yo ni tan siquiera puedo decirte lo que te quise, lo que te quiero.

El pobre tonto, el predecible infeliz ya no obedece las didascalias. Ha agachado la cabeza, suspira con el dolor, se cansa como esa tristeza que humedece los cristales ahora que ya ella no está.
Ven que se baja del entarimado escenario, y las caras serias se agrían al tiempo que no aprueban. Ven que se lleva las manos a su cara disfrazada de blanco mate, y cómo intenta en vano olvidar el momento en que comenzó a necesitar pintar alegría en las mejillas.
Ella está lejos. Tan, tan lejos que su corazón se oprime porque no ha de servir gritar.

Este hombre sigue moviéndose y andando, hablando también a veces; la inercia da esas cosas, empuja insospechadamente. La misma piel, parecidas formas de como él vestía en otro tiempo, el del sentido. Decide que alguien que cambie, alguien que mate los recuerdos es alguien que sabe superar, que sabe cambiar y pasar página. Siente la tentación de ser así de peor versión de sí mismo, porque así es como se sobrevive, exterminando, renunciando. Doma. Aquiescencia. Luto. Olvido.

Pasaron esos meses de las últimas esperanzas, y tuve la suerte de que ella no existiera. El centrifugado de convencerla de mi felicidad -o de mi indiferencia- la alejó, la hizo libre, feliz, o desgraciada. Qué sé yo. Oí rumores de un país en guerra en alguna parte, y ella cerca de otro tipo, diferente a mí, diferente a nosotros en aquellos bancos, en aquellas sillas, en aquellas tiendas y en ocasiones que recuerdo y repaso como capítulos de mi mejor novela.

Me he hecho un ser tan malo que no lo creerías. Mejor no encontrarme con tus ojos únicos otra vez.
Soy ya tan malo que me he vuelto frágil. Rompible de tal forma, que la piedad se dibuja sola en alguna que otra desconocida, silueta a contraluz con quien pretendo engañar tus recuerdos y formas de mujer de caderas anchas y cabellos profundos, morenos, sueltos.

La sombra del hombre se apelmaza, late como un mensaje que el sol no puede descifrar ni asaltar, mientras se pierde sin que sepamos nada más. El otoño avanza por todos los rincones, pero la estación no es del todo aún de olvido. Es cruel, duele a los hombres y mujeres que penan porque aun a su pesar, recuerdan...



jueves, 25 de septiembre de 2014

Nuestros pasos sin retorno


Se destierra la absoluta posibilidad de cualquier aspecto o dimensión sagrada que hay en nosotros, cualquiera de esas elevaciones que creías reservada, posible, para cualquiera de los días por venir.
Traicionas todo aquello con lo que soñabas, todo aquello que podrías ser.
 Si tan solo por unos instantes creyeras, y te abandonaras como mucho más de cuanto te rige el mundo...sí, era una posibilidad, una luminaria que es solo hipótesis, pero que podría dar más luz que todos los incendios que verás jamás en la tierra de la simpleza, en la vida polvorienta que no se harta de sus amanecer y anochecer. A nadie le importa, nadie ríe de la gran broma y enseñanza que es ver un horizonte que parece plano. Que tan solo lo parece. Cierra los ojos ahora con fuerza, no demasiada; noches de insomnio hubo en que creías que podías levantar la alfombra, y descubrir la trampa; instantes en que, de puntillas, intuíste que había más, allá donde el sol te hurtaba su luz..aquel presentimiento vertiginoso, irracional, era el comienzo de un viaje que no emprendiste.

Escúchame. Los fuegos aquí abajo no son faros que sean islas mágicas deslumbrantes, heraldos que resuenan ante nuevas sendas en ciernes; son sordos, son tristes... son el silencio agónico y mortífero, pestilente, de la impotencia, de la duda. Son el comedimiento, la prudencia. Es la razón, que asiste a lo conveniente.

Cada uno de los días de tu vida mientes. Sueñas, imaginas, yo no sé lo que harás cuando no puedo atraparte, cuando te haces un pequeño ovillo, y pierdes dominios sobre tus sentidos, en esos tus sueños junto a los bosques, en aquellas tus pesadillas de animales atormentados, acosados. Y no te quedaba más remedio que ser libre.
Mas, te recobras y te unes a nuestro coro dual, en ese engañarnos que hemos hecho deporte personal, fantástico ejercicio de mentir y mentir como bellacos. Somos tan, tan buenos que nos hemos destruido. Hemos hecho un poco más de lo que es irremediable desde que la vida fue vida, y de la que conocimos por nuestra cuenta...
nunca dimos por sagrado todo esto: la lluvia, la risa, el silencio de nosotros, la compañía de una noche protectora inabarcable, herida por miles de estrellas brillantes, mensajeras de millones de años.

Así, el ensayo prosigue, junto a la a broma, la creencia de que hay tiempo y oportunidad para representar varios papeles. Pero cada desviar la mirada, cada nudo en la garganta, cada uno de los besos que llegaron tarde no eran reversibles. Volaban y volaban, eran un relámpago tan fulminante y tan rápido como todo aquello que no volverá jamás, como paso del todo al vacío, a nada.

Casi puedo sentir en este instante la compasiva complacencia de algún titán oscuro y lejano que se permite echar un vistazo a nosotros; comprende la fragilidad de nuestra brevedad, y sé que allá en lo alto, sonríe del brazo del destino, del amor y de la muerte.

lunes, 1 de septiembre de 2014

El río de la vida


Tranquilo, respira. Así, así, eso es... tranquilo. Estamos a salvo - dijo la anciana, intentando a su vez calmarse, mientras dejaba sus manos sobre los hombros del náufrago. Sus largos, grises cabellos mojados casi tocaban el rostro exangüe del hombre, y, a través de estos, su humedad se iba haciendo una con la que él llevaba aún del río.
Con paciente ternura, sus finos dedos se sumergían entre los cabellos de aquel otro anciano arrojado por la corriente, que respiraba en un intermitente y ronco quejido que silbaba desde su boca entreabierta. Ella quedó sentada en su regazo.
                 
Tierras a gran distancia habían sido su último origen, y, secuestrado muchas veces por las lluvias, por días interminables de la única y posible estación enfermiza que languidecía en el mundo, al fin había topado con el borde de los mapas, las orillas sin puerto de una tierra de promisión, hurtada a las escalas de los tiempos y a las búsquedas de la razón.
Su nave embarrancó en los bajíos arenosos donde él esperaba, y las rocas contra los que destruyó la quilla eran los que había estado aguardando durante las postreras semanas.
Meciéndose aquí y allá todos sus sentidos, se diluía dentro de lo impreciso de su inconsciencia, si bien sabiéndose, después de todo, en el definitivo punto final donde cabía existencia.

Años atrás, un hombre joven abandonó los últimos muelles posibles para él de aquel mundo de llamas invisibles. Miles de gotas febriles iban desprendiéndose de lo alto, y vibrando como flechas inocentes desde los cielos oscurecidos.
El río cenagoso se empequeñecía hacia lo desconocido, como una brutal y ennegrecida lengua sinuosa que este mundo más antiguo intentara prolongar lejos de todo límite.
Se desprendió la última amarra, y el casco raído de la barcaza se fue deslizando calmosamente lejos y en pos de las sempiternas nubes flotantes  de las anchas riberas.
No muchas horas más tarde, las voces roncas de su desleal e improbable tripulación dejaron de resonar en sus ecos y contra las agotadas planchas de acero, perdiéndose para siempre en el silencio de un río que se iba tornando capilar, que desintegraba segundo a segundo su propio nombre.
Por única compañía, en el fondo de la bodega se percibían las sombras que delineaban un ataud que parecía pertenecer desde siempre a la embarcación, solitario y mudo. El armazón de madera la contenía a ella, cuyo hermoso cuerpo retenía aún nostálgicos restos de calor humano.

No mucho antes, días y más días de dudas le habían asesinado ese poco más, y tiraron de él en forma irrevocable hacia la peor versión de sí mismo que jamás hubiera adivinado alcanzar.
Los daños ya no podrían ser devueltos a una condición de mínimos aceptable, porque ya no era él a quien podía apelar o recordar; era él ya distinto. Otra vez un nuevo yo, una nueva decepción, un ser manchado por la única destrucción que caminaba y le devoraba el alma... la que nacía de él mismo, como una interminable y eficiente enfermedad que nunca habría de ser vencida.
Y en el origen y destino estaba ella, la destrucción del amor, implacable y predestinado, tal como todo amor.

El gris de tormenta se había precipitado hasta las líneas del horizonte, y aquel hombre entre las sombras arrastraba a una joven mujer inanimada entre los muelles desiertos del río palpitante, hasta que logró embarcarla hasta las entrañas metálicas del barco del tiempo.
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Es la oportunidad que quedaba, de entre todas las que me prometieron allá adentro - y, al decir esto, el viejo, agonizante, giró con esfuerzo la cabeza, señalando donde la barcaza se había medio sepultado, junto a la orilla.
Pero sí, eres tú, al fin y al cabo... mírate,... es cierto... mereció la pena; he llegado a tiempo - Ella asintió en silencio.
Lo importante, ¿sabes? Es que aquel río, largo pero vacío como nuestras vidas interrumpidas, me ha traído hasta ti. Está bien. Todo está bien -
La anciana recuperó una sonrisa para él, que sintió conmover su piel mientras contemplaba aquellos ojos ya opacos.

Retuvo las manos del hombre entre las suyas, y las notó relajarse mientras él emprendía un sueño que había de ser el más largo.
Cuando amaneciera, se propuso pedirle a sus hijos que le enterraran junto al río, en una tumba sin nombre.
Nunca había visto a aquel desconocido.






 





viernes, 29 de agosto de 2014

A quién mentir



Tan sólo unos minutos más de comedia y todo habría terminado. Nadie hubiera podido predecir en qué instante habría una próxima vez para él y ella a solas, verdaderamente solos e inadvertidos. Apretaba él la mano de ella en lo que parecía una desesperación sin retorno, y no osaba mirar los brillantes ojos insolentes y distraídos, que erraban sin pretensiones ni quietud.
Como en aquellos meses ya arrinconados tras la memoria, pensó en moldearse nuevamente ante ella como aquel hombre original y espontáneo que una vez fuera, e idear unas pocas palabras que decir, tan especiales como acostumbraban. Dudó si realmente hubo un tiempo en que él fue esa persona única y providencial que surgió como isla en un océano interminable, y en la que ella fue puesta a salvo. Pero nadie le escuchaba ya; tan sólo un vacío del otro lado de unos brillantes y deslumbrantes versos, que retumbaron inexistentes en una caída cegada e insonora. Unas palabras en cadencia suspiraron cayendo de sus labios agrietados, pero sin vida fueron extinguiéndose contra el suelo, como juguetes insensatos y sin cuerda. Ella sonreía para sí, y veía imágenes que quedaban al margen del escenario gris y doliente en el que él aun pretendía permanecer y reclamarla.
Las humaredas azules se habían desvanecido sin piedad ni alarde, tironeadas de aquí y de allá por caprichosos y egoístas vientos venidos desde diferentes rincones tristes y demasiado corrientes, después de todo. Aquellas llamas eran algo que tal vez ni existió, y no había fotografías que fueran capaces de traer de vuelta verdades y prodigios que se probaban como mentiras en un mundo desplazado desde el lejano pasado. Ella le permitió aquí caer sin red una última vez, y asistió complacida al retraso de la magia abrupta y forzada, aquel pozo infinito del payaso sin fortuna y cansado, que busca un afecto que termine de una vez por todas con el gran ridículo a medio hacer que todo le supone en realidad.
Finalmente, el ajuste y límite para lo razonable quedó rebasado, pero él se negó a comprender y rendirse. Era una de tantas de esas batallas en las que ya solamente quedan desfiles de cadáveres silenciosos. Las luces se desvanecieron, y ella se impacientó por ser una de tantos que regresan de un sueño de aprendizaje equivocado; insistió entonces con impaciente gesto, y las manos cálidas cedieron en el umbral nocturno. Anduvo unos cuantos pasos, y vaciló como no había hecho en mucho tiempo. Un relámpago serpenteando desde su piel hasta sus cabellos ondulantes, y un poco más lejos prosiguió internándose en la noche insaciable que todo acoge, con esos furtivos y nerviosos pasos del que tienta un camino que no bien puede ver.
Pocos segundos después de desaparecer la mujer, varias sombras que habían estado acechando se dibujaron nerviosas y fugaces en las paredes del callejón, fundiéndose con aquella misma oscuridad en la que ella desapareciera. Pensativo, el hombre trató de vislumbrar lo que podría ser un patrón en un futuro no muy lejano, y aquello que le permitiera rendirse de una vez por todas en busca de mejores respuestas. En ese futuro perfeccionable, podría vaticinar aun mejor ciertas reacciones fruto de las múltiples debilidades de sus mujeres, tan azotadas por la imprevisibilidad, tan caras a lo inconstante y a los afectos insensatos. Pero no aquella vez.
Deseó que un día todo fuera mejor, y que una próxima ocasión pudiera recordarla como un eslabón necesario al final de tantos errores de sacrificio, alguien a quien conceder el favor de reconsiderarle. Naturalmente, tenía en cuenta que, por otra parte, ella no había representado un caso especial entre el gran enjambre gremial. Durante años se convencía de que cada ocasión le traía a sus dominios una mujer distinta y única en su definición, y que el destino recreaba un acontecimiento humano con un final que tuviera un sentido o una justificación eventualmente justa. Mas no era así en absoluto. Un agotador bucle no les enseñaba nada, y en los casos de reencuentro se sorprendía viendo como ellas reincidían en unos mismos errores con persistencia, en lo que parecía casi una perversidad que no podía explicar.
Al lado de su automóvil, intentó oír un poco más, un poco mejor, y que un grito, agudo o sofocado, le llegara. Debían todos estar demasiado lejos de allí, después de todo. No quedaba sino aquel silencio que le acompañaba fielmente a donde fuera cuando salía de la Institución. En la noche y deslizándose entre las callejas de aquellos barrios incoloros y mediocres, la ausencia de humanidad latía, había sido barrida del asfalto; se conformaban todos ellos con escrutarle asustados tras los cristales, hacinados del otro lado de los portones.
En otros lugares e instantes tal vez más propicios, auténticas lágrimas de sinceridad habían resbalado a través de las mejillas compungidas del profesor. Pero aquella precisa noche se terminó por encoger de hombros ya un poco fatigado, y regresó hacia la luz y la rutina que hallaría al día siguiente.
Sumergida su vida entre montones apilados de mejores y peores ejemplos de caprichosas existencias, habría de proseguir infatigable su particular afición como una pequeña hormiga atareada y concienzuda. Él se erguía sólidamente a través de un inestable aunque reducido universo enclaustrado, donde un puñado de personas sobradamente reconocidas como enfermas experimentaban las más diversas emociones observadas en la especie.
 Así, otro simple y fresco amanecer bastaría para revestirle nuevamente de fe o esperanza para seguir su senda entre los mecanismos útiles del estado. Se convenció de la idea de aventurarse en los brazos de una nueva mujer entre aquellas. Sin duda la sucederían otras muchas más pacientes, pero ansiaba un paisaje desconocido y límpido, una mirada que no le infundiera temor o más pesadillas contradictorias y culpables.
Él tan sólo era alguien tras un escritorio. Una persona solitaria dentro de un gran castillo de muros fuertemente hormigonados. Alguien insignificante, cuyas señales tangibles de sus huellas vitales vibraban sutilmente al principio, pero que poco a poco, lograba que la cristalina materia inerte se estremeciera ante los impulsos. Se trataba de poca cosa más que amor y experimentación, de poder y de subyugación, injusticia, manipulación, tiranía, pérdida de inocencia e impotencia. Amor.


jueves, 7 de agosto de 2014

Viajero


El tiempo golpea con dureza cada vez, sin necesidad de fintas, sin importar comparaciones, y con violencia insolente, ilimitada. El calendario amarillento junto al armario reza que, efectivamente, esta es la noche más triste del mundo.

Mi traje huele aún en forma impersonal, lo que delata que no me pertenece. Me detengo frente al espejo esmerilado del pequeño aseo de la habitación, y contemplo al hombre de edad avanzada y ojos entornados.
En este hotel de trashumancia, los vértigos de las pasadas noches en blanco comienzan a esfumarse, hecho que constato obligándome a garabatear versos y más versos sin elegancia.
Efectivamente, el arte es escaso, el rimado se ajusta, pero estos carecen de alma; tal como puedo esperar de algo trazado por mi mano sobre el papel.
Hasta hace horas, la rebelión se había mostrado irreductible y fuera de control. La tinta había adquirido conciencia de sí misma, se había tornado egomaníaca, y llevó el dibujo de mis ideas a sendas no pretendidas, y que iluminaban constelaciones insospechadas, aunque geniales. Fue mucho después de ahora, cuando gobernaba a alguien más fuerte, a un auténtico creyente. Premios, reconocimientos, y ah, el amor de ti: de desafío, de nuestras manos apretadas con fuerza, de sabernos demasiado.

Bajo la ventana y en el empedrado mojado de la calle, arrieros muertos en vida conducen pesados carros cargados de heno mojado, tirados por mulas consumidas y tristes, avanzan bajo la niebla, desvaneciéndose en las profundidades de la ciudad, amalgamada conteniendo en sus intersticios a miles y miles de humanos, de ratas y mucho más.
Los recuerdos de los tiempos del futuro pretenden todavía asirse a la esperanza de que los salve de una aniquilación absoluta, pero voy a mitigar esa satisfacción, cerrando las esclusas del devenir que aún no existe. En estos días en que vuelvo a mi ser, no soy sino presa del cansancio que me corresponde, y no puedo ni quiero obrar como otra cosa que como un hombre sin pena ni gloria, que no quiere anticipar a ese otro yo mejor que vendrá.

No quiero traerte de vuelta, antes de que llegues a mi vida, dentro de muchos, muchos años. Ya hemos vivido eso, y fue tanta la impotencia, el desencanto, el perderte y saber que te fuiste.
Las estrellas susurran entre ellas, porque bien saben de nuestra desgracia, y que soy inmortal hasta que te encuentre cuando regrese. Pero entre tanto, permíteme que llore aquí en silencio, unos pocos años más.
Miro mi sombrero, mi reloj de bolsillo y un maletín gastado tirado sobre la cama sin hacer. Recuerdo al fin que soy viajante de comercio, y que en alguna parte cuento sin duda con un hogar, una mujer y unos críos que tiemblan y dudan, cada cierto tiempo que se encuentran con mis ojos, que divagan frente a un gran lago opaco y metálico.

La lluvia regresa. Con mansedumbre los primeros instantes, pero con íntimos sonidos arrítmicos poco después. Sentado sobre la cama, junto las manos y me descubro rezando, dando en cierta forma por concluida la jornada, y aniquiladas las pesadillas que intentan convencerme de que mis viajes nada tienen que ver con este mundo.

miércoles, 9 de julio de 2014

Partiremos


De las colosales y altas paredes esportilladas de los acantilados manaba, sosegada, la tristeza amarga de las almas, en fluir tan incesante como los giros astrales.
El cáliz era incontenible, las penas hondas, y las alturas humedecían las interminables pizarras verticales, frente a las ardientes playas.

En indolencia, una joven pareja se dejaba capturar del tiempo, y se olvidaban, prolongando el instante de una tarde.
La música profunda del corazón del océano resonaba en la soledad, y tan solo, de cuando en cuando, esta quietud deletérea veía interrumpida su eternidad por sordos y medio perdidos golpes secos aquí y allá, distantes.
En diversos puntos allá y bajo las alturas, cuerpos de suicidas caían sobre las arenas de oro y fuego.

Los grandes tiempos estaban siendo finiquitados de una forma quizás un tanto lamentable, pero en urgencia e impiedad hacia aquellos postreros humanos que aún vivían en el mundo.
El hombre y la mujer no parecieron hacer gran caso de la violencia de las sucesivas muertes iteradas. Antes aun, apretaron con fuerza los ojos, y se dejaron hacer bajo los rayos del sol vespertino.

Al caer de la tarde, recogieron unas pocas pertenencias que habían llevado consigo, y comprendieron, sin que se produjera tránsito de palabras alguno, que ya no había hogar al que regresar por encima de los acantilados y de los muertos.
Con pasos de cansancio y los ojos bien abiertos, cogidos apretadamente de la mano, siguieron la línea que dibujaba la arena lamida por el mar, rumbo hacia alguna parte.
Ella le miró, y se preguntó si sabría decirle qué país era aquel que dejaban tras sus pasos allegados a la ausencia.
Le interrogó a través de sus ojos verdemar si retenía algún que otro recuerdo acerca de qué tiempos eran aquellos, y dónde serían situados en las líneas del tiempo, cuando cayeran en el interrogante de sus muertes.

El bramar melancólico y discorde de las olas suaves y tranquilas se quedó junto a mí, mientras me incorporaba para verlos perderse en la tímida distancia del horizonte.
Me volví hacia ella, y una sonrisa de inocente incertidumbre dibujaba sus labios perfectos, marinos.



sábado, 24 de mayo de 2014

¿Dónde quedó la verdad?


Chasquidos imaginarios de los mecanismos creados por nosotros resuenan lejos de aquí.
Tic, tac.
El espacio postrero epitomiza muy acertadamente lo que ha de ser el fin de los días. Una celda sencilla de dos por tres metros, desposeída incluso de aspectos lúgubres o miserables.
Qué se le va a hacer, el cautiverio ya no es un fin idealizado por ningún maníaco perverso, que elucubre malévolas ideas acerca de cómo torturar las mentes. Sin duda, en estos instantes, el funcionario que supuestamente detenta responsabilidades referentes a la comodidad de estas estancias, se encuentra en la cola de algún cine, o discute con su mujer acerca de alguna estupidez templada. Así las cosas, heme aquí de la misma forma que podría esperar un tren rápido.
A decir verdad, lo que sobrevendrá cuando amanezca ha de ser tan, tan veloz como ese tren que no podré tomar ya jamás.
De aquí a pocas horas de estas palabras, que corretean hipócrita y huecamente contra un fondo imposible, no sólo llegaré a un puntito redondo y negro, y tras este a un abismo de silencio.
Llegaré a mi muerte.

La muerte, tal y como la narro en su denominación, ha de ser matizada.
Es esta una muerte paradójica, pero, ¿no es mi existencia una incongruencia detrás de otra?
Yo sé bien, lo reconozco, que las palabras se hilvanan obedeciendo a mis caprichos retóricos, y que, en la misma medida en que estas sean capaces y fieles para llevar hasta la superficie del mundo sensible una idea o sentimiento complejo, más mentirosas y artificiales parecerán.
Gran ingenuidad, asociar la simpleza expresiva a la verdad. Tal vez existe el pánico a encaramarse a verdades frias e inhóspitas, a mirar en dirección al cielo y sólo toparte con un gran y vertiginoso muro alzado frente a ti, tras el cual no hay ni recompensa ni paz, apenas tal vez un sacrificio que no precisas.

Mis pensamientos han ido circunviniendo la causa que frustró una prolongación para mi vida, y no me queda poco más que sintetizar como conclusión que debí comportarme como un animal, y no supe hacerlo.
Saltan los botones de esta camisa que a malas penas cubre mi pecho, y mis vecinos patibularios ya comienzan a oírme piafar, a oírme gritar mientras arranco estas ropas, e intento hacerme daño arrojándome contra las paredes, estúpida e inútilmente. Cada vez trueno en un registro más elevado, más desaforado. Ya no me distingo. Mi garganta hiere el aire y las fronteras diminutas de esta celda desde que el hombre balbuceaba y gateaba, y conmigo lo hacen todos los que fueron unos meros simios despreciables y sucios.Porque a fin de cuentas, lo único que cuenta es que ya estoy condenado.

Rodando rodando cuando mi cuerpo ya libre caiga sobre la fosa común, no vengas a buscarme,
no en busca de más humanidad o sentimentalismo criminal.

Aunque ya quisiera ser un animal con sus simplezas, como querías, no tendré ni ganas ni posibilidad de sujetar tus brazos o de llorarte otro buen número de días.

martes, 6 de mayo de 2014

Cierto


Quisiera soñarte una vez más, regresar a aquella tierna costumbre de vernos, la que fue posible un tiempo.
Tal y como los latidos bruscos y nerviosos de una gran luz que tropieza en la oscuridad,
relámpagos aún brillantes, blancos de tanta pureza feliz, destelleaban pintando los cielos.
Con sus pinturas de mil colores, pinceladas que nacieron para desvanecerse frente a nuestros ojos, dentro de nuestros corazones, un tiempo hubo para la despreocupación y para jugar a que no éramos nada, a que no teníamos por qué serlo.
Así, discurrían por cauces desconocidos los sueños. Imprecisos, ocultándose como las aguas casi inertes de los remansados ríos del alma, bajo las arboledas que se recuestan, perezosas, a besar las dulces corrientes tibias de nuestras vidas.

La otra noche regresé a donde no esperaba. Tú, en aquellos mismos sitios que se hicieron escenario de una época que resistirá toda prueba, que vivirá mientras vivamos. Sí, estaba soñando.
Cómo decirlo, cómo expresarlo, sin temer que ahora te me vayas a acercar por detrás, y seas como eres, y yo pierda de felicidad.
Eras tú, era yo. Pero aguarda,
no me mirabas, no reparábamos en nuestra existencia.
No había porvenir de los dos, ni mi silla de ruedas crujiendo con mi decadencia, y tu risa que no puede confundirse con nada en el mundo.
Crecías, y recorrías mil y un caminos, en busca, siempre, de la felicidad.
Te veía como a lo lejos a mi niña del alma, cruzando como un meteoro de color mi cielo..deprisa, muy deprisa, mas no regresabas...un cometa demasiado brillante para quedarse en mis sueños.

Ni un abrazo más, un fin tan duro y cortante como el acero. Todo estaba perdido. Como te lo cuento.
Tan certeros los detalles, tan vívidos, tan imposibles y sinceros.

Al fin, despierto.
El azulado y el páramo interminable del peregrinaje nocturno han concluido, y las dudas se disipan a medida que el alba se esfuerza con su realidad y nuestra vida de vela, de consciencia.
Vuelve la vida de trasiego, toda igual, fragmentos sin cuento, sucesivos.
Algo falla, algo falta.
Llego hasta donde deberías estar, y no estás ya. Un poco en otros mundos, en otras realidades cercanas, bien lejos. Una noche más antecede a otro día de estos de más.
No hay pesadilla que dejar atrás.

Todo es cierto.


jueves, 1 de mayo de 2014

Elecciones


Todavía podía recordar el tiempo en que tan sólo existía, mera figura escénica entre tantas.
Años más tarde, los amigos fueron rechazados y empujados a otras dimensiones ajenas, a fuerza de dañarles y cansarles, y quedó, así,  como único y solitario testigo de cuanto él era para el mundo.

El sonido de los pasos propios horadaba el alma. Época de descubrimientos, asentía al miedo al tiempo que dejaba que la soledad se sentara junto a él.
Y aquel viento, aquel terrible viento que jamás se cansaba de soplar en él.
Al parecer, ese soplido y su música nacía en remotos rincones. Un largo recorrido, y allí estaba, tras las llanuras inmensas y melancólicas deshabitadas.
Podía hacer a los demás, allende inhóspitos mares orgullosos y marmóreos, tras océanos de bosques pardos enfermos de vida. Tranquilos y refugiados, asintiendo, una tras otra, diversas porciones de aquiescencia, mas en fin, reconfortados en las claudicaciones menudas aunque simpáticas, delirantes, salvadoras.

Los ojos cerrados le permitieron sentir aún un poquito más, en la languidez de otra tarde que traicionaba la eternidad, a pesar de susurrarle a sus sentidos desleídas notas infinitas de colores, que se adentraban en la imposible línea que dibujaba la separación entre los cielos y la tierra de las sombras.
Muerte rutinaria de la enésima tarde, atribución con testigos situados en imaginaria escala emocional al respecto. Subsiguiente llegada funcional del reino de la noche, que ya no anhela engañar con la comedia de que trae consigo maravillas, trascendencia. El artificio y el Mundo de los pañales y de la fe está ya extinto.
Seres y más seres ciegos se amontonaban sobre las aceras, se malhumoraban en colas, y la frustración y el asesinato resplandecían, prontas a liberarles de su miseria tapada. Risotadas aquí y allá, y propósitos por doquier eran promulgados, proferidos, evocados..semblantes serios y preñados de fe malsana en el sistema y en la esperanza se aprestaban a seguir empujando la gran rueda de la fortuna. Nunca debe detenerse esta, y unos puñados de entre nosotros mantiene el fuego bien deslumbrante.
Efectivamente, no estaba solo.

Destruido el triunfo del mejor amor, fracasada la mejor amistad, intentó un día el hombre gris marcarse un calendario que abandonar, antes de perderse en el vacío desde el que llegara, pocos años atrás.
Escribió unos pocos relatos, a modo de diario, en los que ofreció la ficción de su vida. El esfuerzo fue considerable, pero nos consta que no será en vano. Sus líneas están batidas por esa inclemencia que no parece abandonarle en sus cuentos, y nos imaginamos una vida que podremos comprender, si bien no aceptar como ejemplificadora o creíble.
El hombre gris ha realizado, no obstante, encomiables intentos de contrición, aportando mil y un detalles que parecen dibujar una existencia bastante verosimil. Algunas de sus anécdotas resultan chocantes, y otras demasiado buenas como para que fueran ciertas. Cabe preguntarse cómo aniquiló a todos aquellos que se interesaron en él, por lo que, en tanto lectores, no podemos dar crédito.

En cuanto a los episodios de su vida que sobrevivirán al desaparecido hombre gris, es evidente que ha seleccionado cuidadosamente aquellos que parecen configurar una visión muy concreta de ciertas personas que parece que quiso de verdad.
No obstante, nuestra actitud crítica nos llama al reparo, y el escepticismo le deja a solas en su tiempo, que ya se fue sin remedio.

martes, 15 de abril de 2014

Hogar en la lluvia


La lluvia está desplomándose sobre la tierra, en esa infinitud que es posible en cada una de las noches de la vida.
Los cielos intiman con nuestros ojos asustados e inseguros, y nuestros pasos caminan bajo aquellos miles y miles de lágrimas con los que no tenemos más remedio que conmovernos, compartiendo así la tristeza de ese ser que no vemos.

En esta última noche, la soledad paga su cuota, mientras me interno entre en unos parajes de los que no sospecho nada.
Ya no existe la iluminación artificial. Mis pasos hollan un suelo sagrado, que se deslíe con la tormenta, y se profana en estos instantes con mis suelas desgastadas de adulto perdido.
Me entrometo como un ser malo, conspirador, entre formas que ya no están para nadie al fin, en este recoveco no preparado para ser visto.
El telón hace horas que se derrumbó, y los mudos e inertes atrezzos parecen suspender alientos neblinosos entre susurros de descontento vulnerado, a medida que paso junto a estos fantasmas que se han desvestido de los colores fatuos con que deben engañar la mitad de la vida.

Momentos más tarde, el evasivo resplandor que irradia un pequeño farol que flota entre las tinieblas dibuja el esbozo de un gran caserón, que surge de pronto en medio de una explanada del bosque.
Es un pesado y desvencijado ser de madera, que persiste sin duda contra su voluntad, que emana una tristeza que me atraviesa, y que es provocadora como todo aquello que no logro comprender de mí mismo. Parece tratarse de un hotel.

En estos últimos días de los que no espero revelaciones, de los que no espero que regresen con un amanecer de más, terminar en este barco que deriva en tierras de nadie parece un fin que dibuja un paradójico sentido.
Anoche soñaba muchos años después.
¿Me recuerdas? Eran esos sueños que nos confesábamos mientras recobrábamos el aliento, después de cada vez que intentábamos matarnos.
Desdibujadas están las excusas en las que persistíamos, que nos enfadaban y coloreaban un poquito como los demás.

Ahora, y en estos instantes de opacidad a bordo de esta nave gigantesca de madera vieja y húmeda, me descubro regresando a nosotros, apretadas nuestras manos en el final de nuestras sábanas del mundo, mientras yo entraba en ti y tú me envolvías, aniquilando las idas y venidas del tiempo, entre el silencio, el forcejeo, las sensaciones, nuestras respiraciones, la dicha, el silencio sublime.

Figuras mudas se mueven sin propósito sobre las galerías superiores, descalzas y apáticas sobre las tablas desnudas.
Miles de voces de la lluvia infatigable tocan sin cesar en alguna parte del techo de este lugar. Nadie me recibe, y me siento en casa.
Los huéspedes no me miran, y no me están diciendo que estuvieron perdidos durante años y años.
No se sientan junto a mí a contemplar cómo se suicidan las mejores y más tristes gotas de lluvia, y a relatarme que han llegado a un puerto donde habitan pobres, pobrísimos ignorantes de destino confundido y traspapelado.
Es cierto, yo soy como ellos, esto no me estuvo pasando.
Y no quiero que deje de llover nunca, esperanza.




viernes, 11 de abril de 2014

Un azul para el cielo


Un gancho adquiere forma de persona. Momificada aunque viva todavía, arrugada en decenas de pliegues y con su cráneo nevado en la longitud de unos cabellos que jamás volverán a derramarse con dulzura, la anciana porfía metro a metro para llegar a algún lugar.
Transeúntes incomodados con pulsiones de atroz compasión le prestan unos instantes a la escena que ella supone, antes de que lamenten dolerse. Las condenas por culpabilidad compungen en diferentes grados, y las más de las veces, los útiles habrán de marcharse ululando, como esas brisas desabridas que comienzan a hundirnos en la tristeza los otoños inminentes.

Esta vieja frágil y escueta, apretada por el puño de la vida, ni fuerzas puede sumar para alcanzar siquiera las aceras.
Antes bien, procura arrimarse a estas, cuidando no vacilar con su menudo cuerpo en los frecuentes instantes en que los automóviles aceleran malévolamente al rebasarla.

El tiempo..
-cuyo secreto ella manosea en el silencio, y en esa intimidad que sólo poseen los que se saben últimos habitantes de ese mundo que no podía ni imaginarse, pero que fue menguándose, que zozobra finalmente cuanto más tuyo es-
es ese enemigo que ella ha ido reconociendo con su creciente impertinencia, ansiosa en la espera.
Ya percibe la mujer la hostilidad de quien no le tiene paciencia, de quien la vendería a la menor oportunidad, tan pronto como le ofrecieran lo mínimo por sirviente tan depauperada.

Entre dientes, masculla ella sueños de segundas oportunidades.
Apoyada de alguna manera contra un poste, ambiciona con atropello de urgencia un poco de todo ese aire que la rodea, y este consiente.
No debe faltar tanto, el mundo perdido está a la vuelta de la esquina. Reid, empujadme y tenedme en menos. Lo que fue bien puede volver a ser. Sí.
¿Qué es eso de mis errores? ¿Qué son esas acusaciones de que no miré al cielo cuando podía?

Ya queda menos. No sé de dónde es esta pared. Sin embargo, la casa no puede estar lejos.. es de día, pero la luz escasea, es tan poca.
Sé que, de joven, recta la espalda, miré a los ojos a unas cuantas personas. Toqué sus manos en menos ocasiones, puede que incluso a veces lloré. Había momentos preparados para la felicidad, pero temía, esperaba, como caballo refrenado en su cajón de hierro, dispuesto frente a una pista de carreras que no está ahí ni en ninguna parte.

Pero el cielo,...el cielo. Azul, sí. No me quedan cuentas de colores con las que recordarlo, excepto su reverberación sobre las ondas del agua marina. Mi yo inestable y aún joven me lleva a muchos años atrás.
Ya estoy allí, en el rincón de donde rescatar ese cielo. Soy alta, pero los ojos no tienen cielo que mirar. Nunca estuvo allí, nunca estuve allí para pintarlo. Lo sé.


domingo, 9 de marzo de 2014

Ad infinitum


La gracia de todo no está en la profusa relación de los desastres sobrevenidos a aquel sujeto del quinto izquierda. Sí, me imagino que ese mismo en el que piensas. No, ese otro de más allá.

La vida le trata mal, y se esforzó de verdad, créelo. Hasta más allá de los treinta, sospecho yo y según todos los indicios, él era un creyente. Ya saben, de esos. Mas, aguarden. Es probable que no acaben de comprender, pues es posible que muchos entre el público aún juguetean dentro de la trampa, y por tanto no deben confiar en las palabras que exhalan mis dedos susurrantes.
Bien, considero fundamental abstraerme en ciera impostura..digamos condescendiente, y acercarme a sus oídos para convencerles de la mentira, de la estupidez con que me están interrumpiendo con sus pensamientos, los cuales poseo desde ya, desde siempre que hubo tiempos. Proseguir es inevitable, y así, prosigo.

Nuestro hombre mantuvo el tipo, pretendió auto insuflarse unos indicios de que un día el sol resplandecería mucho, de una forma inusitada y específica para él. Bendita ingenuidad la de nuestro hombre, que puede ser compartida entre los más honrosos de nuestro bienintencionado público. Abran bien el baúl de sus pensamientos pasados, aguarden recuerdos mejores, porque el futuro que que recordaban va a ser inexorablemente peor, tal y como consta en sus álbumes de recuerdos. Sí, tan sólo hojeen.
Aquel hombre cualquiera se colapsó en la orilla un mar de una extensión de treintaypocos años, y, mojado, comenzó a comer y escupir arena, a resoplar y destilar más y más arena una vez que los pensamientos ardían, y que ya reconocía que tras la cortina no había ningún mago de Oz.

Si alguien tiene la bondad, apréstese a ganar estos pocos escalones, y acompáñenme en el escenario. Pasen y observen. Es real. No se conformen con con buscarse en mis ojos, porque soy el único ente inauténtico.

El nuevo hombre sufriente no sabía que jamás volvería a elevarse desde la postración de aquella arena de los cuarenta, de los cincuenta, de amarillo granulado hasta los sesenta y seis años. Sin embargo, un cambio de perspectiva tras conocer su destino tan sólo hubiera sido mirar de otra nueva forma engañosa lo inevitable, porque el futuro siempre quedó tras cada uno de ustedes.
No hay demasiado de lo que alegrarse contemplando otro cuerpo, otra vida defenestrada, aunque tampoco -reconózcanlo conmigo- hay motivos que podamos siquiera comprender por los que lamentar a Don desconocido pudriéndose de futuro destruido y aciago, a qué engañarnos.

La comedia termina con el drama de las lágrimas, y como una mariposa, evoluciona desde lo amorfo hasta la tragedia del que, parpadeando, ve ahora al fin de veras que no hay ni engaños con los que engañarse y soñar. Bienvenido a los que se duelen.

El drama -la gracia que inició la disquisición que interrumpió sus agudas introspecciones- da comienzo con los animales varados en esa arena, con los animales que se aferran ante mí a los brazos de sus butacas. Oh, les puedo ver muy bien, créanme.
Se retuercen ante los palos de la vida, se duelen de una injusticia tras otra, de una decepción que es una más y otra más y otra aún más amarga.
Y sonríen.
Y se endurecen.
Y siguen en el juego, metamorfoseando como humana virtud drama en comedia, tragedia en entremés y entretenimiento ligero. Ad infinitum.

Aplausos.




domingo, 2 de marzo de 2014

Mi personaje eres tú


Solitario entre las multitudes, mis lágrimas están ensordecidas, pero aún puedo sentir cómo pueden dejarme más y más abandonado y disminuído. Los sentimientos escapan, las emociones y cuanto iluminaba mi humanidad, el cristal tembloroso que soy, escapan a ese lugar del tiempo con el que nunca podré ya cruzarme.

Que tú eligieras por mí, y que escogieras ese camino sin retorno, me permitió quedar bien, no fracasar de forma lamentable como era de prever. Te siento tan, tan cerca ahora que la cancela entristecida por las lluvias postreras queda tan, tan lejos.
Ojos iluminados de quebranto, os agradezco a ambos por no reparar en que soy algo cierto esta mañana del olvidar. Demoraos en el resto de la vida, difuminad quien fui en millones de partículas rumbo a la inexistencia, pero no podré prometeros que siga amando la luz que os infunde quien os posee.
Tal vez sólo el instante en que susurro instante, quizá sólo el susurro tremolando la llama de la vela que tienes delante, que tiembla -que duda- se nos va-

No esperan grandes cosas, no se las des. Nada que no conozcas, ni en donde no me guste ver cómo te demoras y yerras, mas siendo siempre incierta, insegura, soñadora en las llanuras, soñadora alcanzando esa cumbre sobre la que te recuestas, y te tiendes llegada la noche. ¿Puedes verla? La traje para ti una última vez más, la pinté de un azul muy fino, aunque no iluminada de tantas estrellas como otras veces.
El crepitar de los que aguardan que cambies sube hasta este pedestal de la boveda celeste,
pero no les dejaré compartirte y disminuirte.
Antes bien, sostengo el hogar de tus manos, el hogar que una noche no ha mucho tiempo acarició mis labios, y pienso en cuán útil me fue a veces la vida y la memoria, en momentos de lapidación
como los que se aproximan.

No es sacrificio perderme otra vez, y otra más entre ellos. No temas, mi bien. Es tan sólo la muerte de nuevo, y mientras me diluyo y uniformizo, sueño a toda prisa, cierro los ojos sabiendo que
unos pocos años después, alguien como tú, alguien como tu sonrisa conmovedora,
ha de estar ahí para incendiar la esperanza, y dar cuerda al reloj de los miles de soles del mundo.

martes, 14 de enero de 2014

Silencio


Me temo que no sé ganarte, y no sé tampoco venderles cuanto contengo.
No conozco a nadie, no sé a dónde van, de qué hablan y cómo lo consiguen ellos.
Como plantita hendida entre las rocas titánicamente injustas y sagaces, quedo arrellanado y sin testigos porfiando por un hálito más de vida.
No hay palmadas, no hay caras de la seriedad con que comercian ese su mundo, no para algo de mi importancia singularizada aquí en este rinconcito, de donde no sabrías que existe si no te lo hubiera yo escrito al oído.
¿A quién aplaudo, quién me reconoce? Yo también anhelo pensar que hay una mesa conjunta, y unos discursos que van a crear asombro, suscitar desmayos fingidos. Deseo tanto aplaudiros, que me aplaudáis en reconocimiento de nuestra mediocridad, de nuestra derrota enquistada día tras día..!
Mas no, heme aquí a merced de la invalidez del sonido que habita solitario y meditabundo en la paradoja de unos caracteres más o menos, y que ni siquiera despiertan en el aire pronunciado del animal humano.

Cadenas de letras surgen de cuando en cuando, zigzageando chiquitinas y alejándose caminando de puntillas desde las yemas de mis dedos. A veces, los tosidos interrumpen más que de ordinario los lapsos que conforman lo inteligible, y los desvaríos misteriosos se me escabullen como algo menos que susurros maldecidos y aborrecibles por mí, el padre.
A veces, veo apoyado contra el lienzo blando de las tardes cómo mis pequeñas letras se cogen de sus pequeñas manos, y un poco refunfuñando las más de las veces, saltan, juguetean mientras se igualan en una larga e indefinible línea oscura camino del nunca más.
Adiós. Tan sólo creo que fui un mal vendedor de todas esas cosas que merecéis. No me recordáis, y os entiendo. Unas probaturas de ilusión cuando os mezclaba no sorprenden a nadie, no hinchan de aire fresco las pesadas y gigantescas velas de las naves de lo ya hecho.

Cuanto sé al volverme hacia esas sillas que se descomponen a veces es que no me sonríes, que no me hablas, que la amenaza de un cariño que vale mucho más que un millón de las mejores palabras me ha dejado al fin huérfano.
Y las palabras no están de luto. Ellas siempre me comerciaron, vocearon la mentira, engañaron mi esperanza de cosas vanas, me precipitaron por ese hueco del silencio en el que ya no hablas.

Finalmente, mis dedos acarician unas letras aleatoriamente. Vacilan, me desobedecen.
Rastrean bellas fórmulas, interceden ante ese lenguaje con el que no te preciso, con el que me abandonas, y del que no quiero saber más que no sea un silencio donde
un día vuelvas a existir mirándome con tus ojos.