Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

viernes, 5 de abril de 2013

Inclinado


Supe que no eran de este mundo de inmediato. Una primera llamarada, una onda nace en el cristal aéreo, y es a veces suficiente.
Algo no encaja. Está fuera del cuadro, es un descuido impertinente con el que han pretendido embaucarnos. Y este era el caso.
No caminaban como los demás, no lo hacían como nosotros.
Como jactándose del paisaje y de la vida misma, pisaban despreocupados un escenario pavimentado de flores y encantador que no sufrían. Eso era todo, mucho.
¿Nosotros? No. De ningún modo.
Mi cuñado arrinconándose poco a poco por los lazos que no cesaban de lloverle, ansias de verdugos sin más.
O tal vez como aquel otro hombre del que ni bien conocía cómo se llamaba, aislándose más y más en cualquier parte residual de un mundo más esquinado progresivamente, abyecto y sin refugios. Creo que no hallaba lugar sin ruido ni persecución, hálito de aires calmados donde pudiera esconderse y lamentar, tener miedo, la vieja aspiración. En fin, yo mismo, ya pueden suponer, ausente para la confesión.
A diferencia de ellos, poníamos un paso sobre otro, y otros tantos de seguido como marionetas apaleadas. No había espejo al que mirarse, no hacía falta.
La vida nos había inclinado.

Me vienen los sonidos de plomo, amargos y metálicos desde el fondo que de tarde en tarde encoge mi garganta, ante tus dudas que no acaban, que nunca acaban.
Les miras caminando todo tiesos, infalibles, me miras sin entender nada en absoluto, me sonríes.
Doy gracias de que no sepas hablar, ni mi lengua ni la de nadie. Noto nuestra proximidad incomprensible, se diluye el esfuerzo de sacrificar representaciones que a nada alcanzan.
No envidio la tienda frecuentada y pisoteada
de todas esas letras iluminadas en el trasfondo que es la mentira del escribir,
prostitutas y viajeras que a todos se arriman bondadosas, imparciales e insensatas.
No, no las necesitamos tú y yo. Tu incapacidad te edifica como ser nuevo, y las fronteras son recuerdo del que echar mano para entender otros que no deben importarte.

Sí, ante ti sí me confieso. Camino inclinado de los años y de las cosas, de no haberte tenido antes a ti y a tu sonrisa, ante la cual fracaso, y me inclino un poco más, decepcionado.
Mas, ellos no están contigo. Ni pueden entenderte como yo no te entiendo, ni pueden hablarte como yo nunca podré hacerlo.
Retorcido y calle abajo, camino para volver a tus ojos.