Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

viernes, 8 de febrero de 2013

Somos el ayer



Ya ni siento ni padezco
he pasado demasiado tiempo ahí
junto a ti o junto a ella, pendiendo del tiempo y asomado a los vientos
aquellos,
perennes
que mecían cabellos..
que forzaban a mis labios distintos de entonces..
¿recuerdas?
alzanzaban las orillas de tu piel suave, narcótica..

 ¿Hoy...? o fue ayer? me propuse que me supieras feliz
 Anduve así como distraído
las estupidas cosas
las malditas necedades relumbrando en el infinito..
bruscas
chocantes
efímeras en el alambre de este sinsentido que apenas sostenerme puede

Río, me veo riendo aun a pesar de mí
a más no poder soléis decir
Heme aquí, haciendo jirones de ti
salpicando indiferencias a indiferentes y tal vez inermes almas
El aroma de la anticipación
la frustración de arder débilmente en la tristeza
unas manos apretándose a pesar de todos,
y en nuestro secreto

Todo te es ya ajeno
¿no lo sabías?
Y comercio contigo
vendo nuestros destellos
cuanto aun veo confundido por aquí
entre las cenizas
de la última vez que mi corazón tuvo que arder




lunes, 4 de febrero de 2013

El penúltimo escalón


Ya ni los muertos me siguen. No sonríen, velan su atención y distraen su afecto hacia otros lares.
Nunca fui un gran talismán, y los últimos días de los calendarios son visitantes insidiosos que intensifican esa sensación digamos crepuscular que envejece en mis venas, deterioradas como la misma y vieja vida; sí, tú te quedas conmigo, persistes mal que me pese, compañera única, envenenada amiga postrera.

El silencio señorea en esta antesala de la muerte. Aquí y allá, se descuelgan de sus ataudes unos cuantos inquilinos con sus ciertas dosis de impaciencia. Los sorprendidos aún no encajan la despedida, ni saben dónde darle cobijo, ni con qué palabras perdidas; a esto seguirá la decepción, ya que la tristeza se irá diluyendo como aquella eterna tinta negra de los escritores desdibujados.
Olvidé esas decepciones. Sí, de pasada solían aún ocurrirme desvaríos y ternuras no muy bien aconsejadas.
Me enamoré de la fragancia de su cabello, su risa indómita sin eco, su susurro que no fue ya ilusión, y que mis palabras olvidan, extinguen, difuminan en esta línea que ya no dice nada.
O fuiste tú, quizás, con la sonrisa de viento y soledad, refugiados una mañana de un marzo que no podré recordar.
Te seguí. También la otra tarde, recogiéndote en jirones y lágrimas desposeídas, que clamaban aún calientes sobre el asfalto.
Y todo resumido en el trance imposible de tus labios, uniéndose para aprisionarme, para negarme más confidencias que hubiera bebido como el mismo cielo escanciado. Y me equivocaba, te equivocabas, ya no queríamos regresar, demasiado tarde. Y la muerte de los dos. Yo muy bien, ya tengo 31, esa niña que quise tener también.

Veo sus tristes expresiones, que se deslizan interrogadoras hacia mí y mi reflejo, que les observa en la indefensión y la excusa cosida tan aprisa.
Ahí cojea aquel que fue un amigo durante un par de años. Constata que todavía no sé devolverle su empeño, ni unirme a su mirada fantasmal, que yerra mis ojos.
Allí, ella. Todavía recuerdo sus faldas de hechizo, de la luz tenue que una vez las desdibujara más allá de mis sentidos. Nuestras palmas conciliaban nuestras propias guerras, y retrasábamos la muerte hasta aquellas baldosas neutras aunque conciliadoras, coloreadas de un cierto engaño en aquel tiempo de nuestros veintitantos, de no sé cuándo.

Comprenden que aguardamos, juntos, pulverizarnos al fin en infinito haz de imposibilidades frustradas. Comprenden y lamentan. Nadie a quien rendir cuentas, vuelven los azorados rostros, y ven llegar entre la neblina espectral a sus propios fantasmas del pasado.
La partida está próxima, ya repica, nerviosa, la campana para nuestro último adiós.