Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

miércoles, 24 de julio de 2013

La Búsqueda


La impasibilidad ante las cosas o el estoicismo frente a la dureza de la gente no tuvieron nada que ver con ella. Todo la dañaba, todo le agotaba y terminaba por debilitarla.
Tan deteriorada como pueda imaginarse fue ella, sí; atenazada por la enfermedad y por los esfuerzos más nimios de su corazón, no fue capaz de aguantar demasiados embates de la adversidad antes de derrumbarse entre una tos amplia y ronca de polvo.

La marea erosiva de la vida la había dejado meciéndose junto a la orilla, bastante más incosciente de lo que aún quiso reconocer. No obstante, terminó llegando a ese apartadero sin luz donde muchos de nosotros nos intentamos interpretar un fracaso menos sonoro, de baja estofa, sin mucho ruido hacia afuera.

Anteayer era tan tan joven, tan ingenuamente intacta y poderosa. Se creyó posible que pudiese conquistar todo. No obstante, el tiempo aceleró muy muy rápido, y los veinte pasaron en imprecisión, sin conmoción alguna. Al día siguiente, un espejo de su especie disminuída le contó algo sobre sus treinta, y ya sus armas languidecían atávicas, exhaustas como el mismo aire este de veneno irredimible, que bebe y regurgita nuestra sangre, como un inevitable.
Antes siquiera de ser paralizada por una derrota total, no fue capaz siquiera de reconocer la colina que debía conquistar, los enemigos a los que debía abatir. Ya era tarde.

Un poco de reojo, manteníamos todos sus amigos una distante atención al rumbo de sus posibilidades en este fregado. Los confusos acontecimientos terminaban por amontonarse y darle nombre a eso que se llamó su vida.
Se le deseaba lo mejor y el éxito -lo sabemos-, pero se aguardaba, se anhelaba el fracaso que nos igualara en la impotencia estéril que es nuestra tierra patria tan querida; esa clase de incapacidad que tan sólo irás desarrollando como unas excusas y unas poses mejoradas para justificarte en el delirio común.

No obstante ser apuñalada una y otra vez por las desilusiones, emergía entre todo aquel fango y entre todos nuestros abrazos y frases de aliento mentirosas de necesidad. La rendición no quedaba contemplada, y la rebeldía se aliaba con ella. Rabia y dolor, sus acciones y sueños llegaban a mí, a los otros.
En favor nuestro podemos alegar que cada día resultó más fácil mitigar y apisonar la escasa culpa que aún alboreaba en el alma. Ya no había lucha interna, y la simulación afloraba sin dolor, pura y beatífica. A fuerza de nuestras decepciones y esperanzas carbonizadas pasadas, habíamos perfeccionado una insuperable versión de seres humanos, resplandecientes, rebosantes de bondad y paciencia, de hipocresía inatacable.
Sus verdades, esas búsquedas fantasmagóricas de justicia o amor que iban marchitándose, eran acogidas con gravedad pero con benevolencia inagotable. El papel nos pedía bastante, pero nuestra práctica para la mentira era dilatada como el interminable afluente de la propia podredumbre. Estábamos dispuestos a descargar sobre ella toda la muerte que desconocía y no podía comprender.

Hoy nos sentamos aliviados todos juntos al lado del fuego. El cadáver de su búsqueda centellea, y desde allí arriba y en el azul nocturno, todos los que fueron sus sueños parecerán brillar a lo lejos como una nueva estrella en tierra.
No sabemos qué logró finalmente vencerla, pues engañarnos un poco más ni nos duele ni podrá dolernos; los años, la amargura, el cansancio. La vida acelera ahora aún más de lo que se creía posible.
Ya no es alguien ella que haga cosas. Le pasan cosas.


lunes, 8 de julio de 2013

No te quedes


A pesar de todo, no has venido conmigo.

La cuestión pareció divertirnos muchas veces, ¿recuerdas?
Todas ellas tuvieron lugar a lo largo de ciertos primeros años de la existencia coincidente, mientras nos manteníamos en la ilusión de estar aún en la cresta de la ola.
Teníamos aquella ingenua confusión de justificarnos ante una casta emergente que se aupaba sobre la inmediatamente anterior. Mirábamos a otro lado, y a mí no me dolía tanto mi cuerpo, ni tan poco el corazón. Un poco avergonzados, permanecíamos en silencio cuando te tintabas el cabello, y fuimos olvidando eso de hacernos fotos o mirarnos a los espejos.
La esperanza sonaba así como trompeta lejana y sofocada, en aquellos suspiros envenenados con que los veranos nos aplacaban momento tras momento en las tardes sin terminar y sin fe.
Ya ni recuerdo si protestaste, o si lo hice yo. No caben esperanzas al respecto, me temo. El fragor intenso de la despreocupación es sólo algo que ni es memoria, y los pensamientos ni son tales. Me recuerdo en años diferentes del pasado queriendo parar todo y recapitular; algo evocador e inferido de grandeza, pues soñar jamás debería dejarnos en poca cosa. Pero no obstante, la revisión no tiene lugar. Un algo nuevo efímero y despreciable parece suscitar mejores y más estúpidas expectativas, y el panorama onírico y sentimental que son los años apagados van yéndose lentamente, como una marea que jugara a Dios mientras nos sumimos en la inconsciencia, mientras nos dejamos caer en el sueño.
Todo es sorpresa que nos tuerce el gesto blandamente un lunes cualquiera, cuando pretendemos que hay tiempo en alguna parte de un futuro del que no creemos una palabra. Un futuro que es nuestro enemigo, ya que no nos quiere allí.

De esta forma, la intimidad de la muerte compartida es una ilusión con la que no vale la pena engañarse, aunque nosotros también tuvimos la esperanza de lograrla. No sé medir ya el paso de la vida, pero sé que nuestras manos se apretaban mirando la noche, y nos silenciábamos sin tener que mirarnos. Llegar al umbral de desaparecer, y saltar ya eternos los dos.
Mi mente no parece acertar con precisión las épocas, los lugares o los personajes de esta función, y ya no puedo culparla; el juicio llevaría tiempo, y la burocracia no tiene ni siquiera aquí recursos para retenerme más allá de unos pocos minutos con su papeleo. En breve, mi incomparecencia será al fin justificada.

Esas amarras que me retienen al puerto y a una tierra que no puede ser mía están siendo cortadas por alguien.
Parecen tener prisa, parezco haber aceptado la renuncia de saber que estos alientos míos que aún oyes son los últimos.

Los recuerdos son tenues, son imprecisos testigos de ti y de las palabras que me has susurrado con ternura en los instantes que han precedido a todo esto. Todos ellos y tú misma no sois más que relámpagos que sólo pueden encender instantes de cielo.
Un nuevo relámpago magnífico, nuevo y definitivo, incendia los últimos bosques de color que reposaban en mis ojos. Tan entera, tan hermosa. No quieras irte conmigo. Me sostienes..¿es aún mi mano? No quieras. No quieres.

Sois lo que fuera un presagio, y vagais sin rostro y demudados, ya no os reconozco, ya te he olvidado.