Alientos en la Lluvia

Alientos en la Lluvia

martes, 14 de enero de 2014

Silencio


Me temo que no sé ganarte, y no sé tampoco venderles cuanto contengo.
No conozco a nadie, no sé a dónde van, de qué hablan y cómo lo consiguen ellos.
Como plantita hendida entre las rocas titánicamente injustas y sagaces, quedo arrellanado y sin testigos porfiando por un hálito más de vida.
No hay palmadas, no hay caras de la seriedad con que comercian ese su mundo, no para algo de mi importancia singularizada aquí en este rinconcito, de donde no sabrías que existe si no te lo hubiera yo escrito al oído.
¿A quién aplaudo, quién me reconoce? Yo también anhelo pensar que hay una mesa conjunta, y unos discursos que van a crear asombro, suscitar desmayos fingidos. Deseo tanto aplaudiros, que me aplaudáis en reconocimiento de nuestra mediocridad, de nuestra derrota enquistada día tras día..!
Mas no, heme aquí a merced de la invalidez del sonido que habita solitario y meditabundo en la paradoja de unos caracteres más o menos, y que ni siquiera despiertan en el aire pronunciado del animal humano.

Cadenas de letras surgen de cuando en cuando, zigzageando chiquitinas y alejándose caminando de puntillas desde las yemas de mis dedos. A veces, los tosidos interrumpen más que de ordinario los lapsos que conforman lo inteligible, y los desvaríos misteriosos se me escabullen como algo menos que susurros maldecidos y aborrecibles por mí, el padre.
A veces, veo apoyado contra el lienzo blando de las tardes cómo mis pequeñas letras se cogen de sus pequeñas manos, y un poco refunfuñando las más de las veces, saltan, juguetean mientras se igualan en una larga e indefinible línea oscura camino del nunca más.
Adiós. Tan sólo creo que fui un mal vendedor de todas esas cosas que merecéis. No me recordáis, y os entiendo. Unas probaturas de ilusión cuando os mezclaba no sorprenden a nadie, no hinchan de aire fresco las pesadas y gigantescas velas de las naves de lo ya hecho.

Cuanto sé al volverme hacia esas sillas que se descomponen a veces es que no me sonríes, que no me hablas, que la amenaza de un cariño que vale mucho más que un millón de las mejores palabras me ha dejado al fin huérfano.
Y las palabras no están de luto. Ellas siempre me comerciaron, vocearon la mentira, engañaron mi esperanza de cosas vanas, me precipitaron por ese hueco del silencio en el que ya no hablas.

Finalmente, mis dedos acarician unas letras aleatoriamente. Vacilan, me desobedecen.
Rastrean bellas fórmulas, interceden ante ese lenguaje con el que no te preciso, con el que me abandonas, y del que no quiero saber más que no sea un silencio donde
un día vuelvas a existir mirándome con tus ojos.