Tan
sólo unos minutos más de comedia y todo habría terminado. Nadie hubiera podido
predecir en qué instante habría una próxima vez para él y ella a solas,
verdaderamente solos e inadvertidos. Apretaba él la mano de ella en lo que
parecía una desesperación sin retorno, y no osaba mirar los brillantes ojos
insolentes y distraídos, que erraban sin pretensiones ni quietud.
Como
en aquellos meses ya arrinconados tras la memoria, pensó en moldearse
nuevamente ante ella como aquel hombre original y espontáneo que una vez fuera,
e idear unas pocas palabras que decir, tan especiales como acostumbraban. Dudó
si realmente hubo un tiempo en que él fue esa persona única y providencial que surgió
como isla en un océano interminable, y en la que ella fue puesta a salvo. Pero
nadie le escuchaba ya; tan sólo un vacío del otro lado de unos brillantes y deslumbrantes
versos, que retumbaron inexistentes en una caída cegada e insonora. Unas
palabras en cadencia suspiraron cayendo de sus labios agrietados, pero sin vida
fueron extinguiéndose contra el suelo, como juguetes insensatos y sin cuerda. Ella
sonreía para sí, y veía imágenes que quedaban al margen del escenario gris y
doliente en el que él aun pretendía permanecer y reclamarla.
Las
humaredas azules se habían desvanecido sin piedad ni alarde, tironeadas de aquí
y de allá por caprichosos y egoístas vientos venidos desde diferentes rincones
tristes y demasiado corrientes, después de todo. Aquellas llamas eran algo que
tal vez ni existió, y no había fotografías que fueran capaces de traer de
vuelta verdades y prodigios que se probaban como mentiras en un mundo
desplazado desde el lejano pasado. Ella le permitió aquí caer sin red una
última vez, y asistió complacida al retraso de la magia abrupta y forzada, aquel
pozo infinito del payaso sin fortuna y cansado, que busca un afecto que termine
de una vez por todas con el gran ridículo a medio hacer que todo le supone en
realidad.
Finalmente,
el ajuste y límite para lo razonable quedó rebasado, pero él se negó a
comprender y rendirse. Era una de tantas de esas batallas en las que ya
solamente quedan desfiles de cadáveres silenciosos. Las luces se desvanecieron,
y ella se impacientó por ser una de tantos que regresan de un sueño de
aprendizaje equivocado; insistió entonces con impaciente gesto, y las manos
cálidas cedieron en el umbral nocturno. Anduvo unos cuantos pasos, y vaciló
como no había hecho en mucho tiempo. Un relámpago serpenteando desde su piel hasta
sus cabellos ondulantes, y un poco más lejos prosiguió internándose en la noche
insaciable que todo acoge, con esos furtivos y nerviosos pasos del que tienta un
camino que no bien puede ver.
Pocos
segundos después de desaparecer la mujer, varias sombras que habían estado
acechando se dibujaron nerviosas y fugaces en las paredes del callejón,
fundiéndose con aquella misma oscuridad en la que ella desapareciera. Pensativo,
el hombre trató de vislumbrar lo que podría ser un patrón en un futuro no muy
lejano, y aquello que le permitiera rendirse de una vez por todas en busca de
mejores respuestas. En ese futuro perfeccionable, podría vaticinar aun mejor
ciertas reacciones fruto de las múltiples debilidades de sus mujeres, tan
azotadas por la imprevisibilidad, tan caras a lo inconstante y a los afectos
insensatos. Pero no aquella vez.
Deseó
que un día todo fuera mejor, y que una próxima ocasión pudiera recordarla como
un eslabón necesario al final de tantos errores de sacrificio, alguien a quien
conceder el favor de reconsiderarle. Naturalmente, tenía en cuenta que, por
otra parte, ella no había representado un caso especial entre el gran enjambre
gremial. Durante años se convencía de que cada ocasión le traía a sus dominios una
mujer distinta y única en su definición, y que el destino recreaba un
acontecimiento humano con un final que tuviera un sentido o una justificación
eventualmente justa. Mas no era así
en absoluto. Un agotador bucle no les enseñaba nada, y en los casos de
reencuentro se sorprendía viendo como ellas reincidían en unos mismos errores
con persistencia, en lo que parecía casi una perversidad que no podía explicar.
Al
lado de su automóvil, intentó oír un poco más, un poco mejor, y que un grito,
agudo o sofocado, le llegara. Debían todos estar demasiado lejos de allí,
después de todo. No quedaba sino aquel silencio que le acompañaba fielmente a
donde fuera cuando salía de la Institución. En la noche y deslizándose entre
las callejas de aquellos barrios incoloros y mediocres, la ausencia de humanidad
latía, había sido barrida del asfalto; se conformaban todos ellos con escrutarle
asustados tras los cristales, hacinados del otro lado de los portones.
En
otros lugares e instantes tal vez más propicios, auténticas lágrimas de
sinceridad habían resbalado a través de las mejillas compungidas del profesor.
Pero aquella precisa noche se terminó por encoger de hombros ya un poco
fatigado, y regresó hacia la luz y la rutina que hallaría al día siguiente.
Sumergida
su vida entre montones apilados de mejores y peores ejemplos de caprichosas
existencias, habría de proseguir infatigable su particular afición como una
pequeña hormiga atareada y concienzuda. Él se erguía sólidamente a través de un
inestable aunque reducido universo enclaustrado, donde un puñado de personas sobradamente
reconocidas como enfermas experimentaban las más diversas emociones observadas
en la especie.
Así, otro simple y fresco amanecer bastaría
para revestirle nuevamente de fe o esperanza para seguir su senda entre los mecanismos
útiles del estado. Se convenció de la idea de aventurarse en los brazos de una
nueva mujer entre aquellas. Sin duda la sucederían otras muchas más pacientes,
pero ansiaba un paisaje desconocido y límpido, una mirada que no le infundiera
temor o más pesadillas contradictorias y culpables.
Él
tan sólo era alguien tras un escritorio. Una persona solitaria dentro de un
gran castillo de muros fuertemente hormigonados. Alguien insignificante, cuyas
señales tangibles de sus huellas vitales vibraban sutilmente al principio, pero
que poco a poco, lograba que la cristalina materia inerte se estremeciera ante los
impulsos. Se trataba de poca cosa más que amor y experimentación, de poder y de
subyugación, injusticia, manipulación, tiranía, pérdida de inocencia e
impotencia. Amor.